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Inakayal y su agonía de 100 años


“Para que quieren saber si soy Chulila Küne, Gününa Küne o Huilliche, si están decididos a darnos muerte”.

El cacique Inakayal nació entre 1829 y 1833, en Tecka, Chubut y, aunque murió de manera dudosa en el Museo de Ciencias Naturales de la Plata en 1888, la pulsión de muerte y profanación de los conquistadores ha hecho que su viaje siga hasta nuestros días.

El territorio de su pueblo en esos momentos abarcaba desde el Norte del Chubut hasta el Sur de las Provincias de Buenos Aires y La Pampa. La historia de la zona, antes de la llegada de conquistadores y colonos, es de difícil conocimiento debido a que los habitantes del lugar realizaban sus tradiciones y relataban su historia de manera oral. Vivían de manera seminómade. Cazaban, pescaban y se desplazaban por los lagos en embarcaciones de troncos ahuecados.

Aunque los relatos de colonos y conquistadores tienen la certeza que surgen de la escritura y la ubicación cronológica de los echos, al escuchar testimonios de los descendientes de Inakayal y sus hermanos, se comprende como subsiste aquella tradición oral que viene de los recuerdos y los sentimientos de sus antepasados y se comprende la importancia que aquel rey que vino sin corona desde el cielo tuvo para sostener la identidad de su pueblo.

“Tendremos que pelear para defender nuestra existencia o nos veremos barridos de nuestra tierra”.

¿Qué nos dicen los relatos de los viajeros y científicos que tuvieron oportunidad de encontrarse con él cuando aun vivía en la región?

Inakayal era hijo del cacique Huincahual y estaba subordinado a Sayhueque, el señor del país de las manzanas. En las tolderías de su padre, junto al río Quemquemtreu, se encontró con el explorador Guillermo Cox:

Al amanecer nos juntamos bajo la ramada enfrente del toldo, Inakayaly su padre Huincahual i yo. Inakayal me agradó al momento, tiene el ademan franco i abierto, la cara intelijente, i sabe algo de castellano; de cuerpo rechoncho pero bien proporcionado. Le dije tenia la esperanza que me llevaría consigo hasta Patagónes. Me contestó que lo haría con mucho gusto, porque podía servirle en calidad de secretario en sus negociaciones con el Comandante de Patagónes, […]

Tiempo después, en 1871, George Musters se encontró con él cerca del Limay:

Frente mismo á nuestro puesto estaba situada la toldería de algunos indios de Inakayal. Después de un rato de conversación se sirvió la comida, y el indio pasó entonces a preguntarme mi opinión sobre el trato que los indios estaban recibiendo de los que él llamaba “españoles” diciendo que los chilenos estaban invadiendo las tierras por un lado y los argentinos por el otro, á causa de lo cual los indios se verían barridos en breve de la faz de la tierra, ó tendrían que pelear para defender su existencia.

Francisco P. Moreno, en el viaje realizado desde 1873 a 1876, recorrió las tolderías de Inakayal en el Neuquén. A fines de 1879, y luego de los permisos protocolares para ingresar a sus territorios, se encontró con Inakayal en Tecka.

[…] mi gobierno me había encargado que visitara a los caciques que viven al Sud de la gran laguna (es decir de Nahuel Huapi) pues quería darse cuenta de sus necesidades. Nada malo me proponía con mi visita, muy por el contrario, la bandera nacional sobre los Toldos y guardada por lanzas valientes, era prueba que los “paisanos” (así se llamaban en castellano los indígenas), eran tan dueños del suelo como nosotros lo éramos, de los campos de donde veníamos; todos éramos argentinos y todos teníamos el mismo gobierno en Buenos Aires.

Los testimonios de los viajeros nos permiten comprender cómo se desenvolvía la vida de aquellos pueblos, qué actitud tenían frente a las autoridades argentinas y cuál era su principal preocupación. Querían la paz, hacían todos los esfuerzos posibles para conservarla, respetaban al estado argentino, asumían como propia su bandera y sólo pretendían vivir en su tierra y sostener sus costumbres y sus creencias.

Pero sabían que a pesar de las expresiones de buena voluntad, el invasor quería barrerlos de la faz de la tierra. La manifestación de Inakayal a George Musters alberga la misma convicción que Paghitruz Güor (Mariano Rosas), cacique de los ranqueles, expresara en una carta a Lucio V. Mansilla: “Hermano, cuando los cristianos han podido, nos han muerto; y si mañana pueden matarnos a todos, nos matarán”.

Tenían razón. Un año después de la muerte de Paghitruz Güor, en 1878, el gobierno de Avellaneda lanzó la Campaña al Desierto con la misma idea de saqueo y exterminio que habían tenido antes los decretos de Rivadavia y las campañas de Rauch, sepultando la actitud negociadora que en parte había diferenciado a Juan Manuel de Rosas.

El “progreso” y la “civilización” no incluían a los hijos de estas tierras. Inakayal no era un jefe de guerra. Quería vivir en paz con su gente y ser reconocidos como parte del estado que integraban. Pero no querían diálogo los conquistadores. Inakayal participaba de un parlamento con Sayhueque cuando el general Conrado Villegas llegó a la zona, en 1881, y expulsó hacia el sur a sus tolderías, que invernaban en las nacientes del río Limay. Inakayal y Sayhueque huyeron hacia el sur donde resistieron más de tres años la persecución militar argentina. Inakayal se entregó junto con los demás caciques, lanceros y su “chusma” en el fuerte Junín de los Andes, capturado por las fuerzas del Teniente Coronel Lasciar, el 18 de octubre de 1884. En el ataque a la toldería murieron 30 personas. Los prisioneros fueron obligados a caminar hasta la costa y embarcados hacia Buenos Aires, luego de arrebatarles sus caballos.

En Buenos Aires, los jóvenes fueron repartidos entre las familias porteñas que los pedían para servidumbre. Regalaron los niños a familias porteñas y las mujeres fueron entregadas para trabajo doméstico, mientras que los hombres fueron enviados al penal de la isla Martín García.

El Perito Francisco Moreno se enteró de que Inakayal, Foyel y sus familias estaban presos y decidió visitarlos durante media hora en el cuartel del 8 de línea de Retiro. Allí Moreno deja fluir sus pensamientos e ideas acerca de ellos que publica en El Diario de Buenos Aires:

¡qué gran transición de imágenes mentales expresan Inakayal y Foyel en Palermo, y que distintas impresiones se desprenden de esos hombres! Los primeros encarnan el nacimiento de la humanidad, en los primeros días en que esta andaba a tientas; aquellos hombres aún envueltos en cueros algunos: esas mujeres medio desnudas, miserables, incultas, y a cuya vista se evoca la dura época geológica pasada …. La china que llora el perdido toldo, bajo el cobertizo del cuartel.

… al entrar al pequeño cuarto donde estaban los restos de la tribu, cuya compañía viviera, sólo sentí tristeza. Había allí un remedo de toldería que descansa la fatiga de la orgía;… En la media luz de la pieza distingo hombres de un lado, mujeres del otro. Inakayal está acostado; Foyel en cuclillas con la cabeza inclinada, ya no tiene el aspecto bravío que le daba su renombre de buen guerrero, y todos están abatidos; …

Cuando en los toldos he oído quejas sobre nuestra manera de proceder con los hijos de indios, prisioneros de los blancos, he debido callar y otorgar.

Vuelvo a repetir: Inakayal y Foyel merecen ser protegidos; y que no se les confunda con los Pincen y Namuncurá. No han asesinado, han dado hospitalidad. Que no lleven, pues, el desgraciado fin de la tribu de Orkeke.

“Yo jefe, hijo de esta tierra, blancos ladrones… Mataron mis hijos, Mataron mis hermanos, robaron mis caballos y la tierra que me vio nacer, encima prisionero… Yo desgraciado. Desgraciado y enojado”.

En octubre de 1886, el Perito Moreno logró que le permitieran llevarse a Inakayal, su mujer, una de sus hijas, el cacique Foyel y otros de los prisioneros al Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Invocó propósitos científicos: las mujeres enriquecerían las colecciones etnográficas con sus tejidos, al mismo tiempo que se podría estudiar sus costumbres. Para Moreno, eran verdaderas muestras vivientes de estadios culturales en vistas de extinción.

Eran doce personas viviendo en el museo del bosque, como colección viviente de Moreno. Durante el día se les permitía transitar los pasillos del edificio del bosque platense, que todavía estaba en construcción. Por la noche eran encerrados en una habitación del subsuelo. Les servían como comida una olla de sopa para todos y, como no podían salir, debían hacer sus necesidades en un rincón. Las mujeres eran piezas exóticas con una utilidad adicional: se ocupaban de la limpieza del museo, el lavado de las ropas del personal y la confección de telares para la venta; los hombres cavaban, limpiaban desagües y trabajaban en la construcción del edificio, que recién finalizó en 1889. Inakayal no aceptó su nueva situación y se rehusó a desempeñar tareas.

Eran examinados desnudos por científicos que concurrían a verlos. También se los fotografiaba o se los obligaba a posar horas para ser retratados.

Antropología y criminología se confundían en el propósito de reforzar el esteriotipo del poblador originario como delincuente natural.

Moreno encargó que se tomaran fotos de sus prisioneros. Milcíades Viñati realizó varios trabajos acerca de la iconografía aborigen. Su trabajo es ejemplo de cómo se pretende dar carácter científico a la discriminación y la naturalización de la diferencia.

Tratar de dar una idea de los caracteres morales de estos indígenas es asunto por demás difícil dada la complejidad de sentimientos que los animaban y que, fácilmente, se trocaban desde la amistosa deferencia a la animadversión violenta. No cabe dudar que las distintas situaciones, por transitorias que fueran, eran origen de reacciones por lo común irrazonadas y siempre desproporcionadas al motivo aparente que las ocasionaba. En estos momentos cruciales es, sin embargo, cuando despojados de todo convencionalismo, dejaban en plena desnudez los sentimientos inferiores y el salvajismo congénito.

“Ni yo recuerdo como morí. Lo que sí sé es que no me dejaron morir del todo. Fue en el museo. Rara cárcel”.

Hermann Ten Kate también estudió a Inakayal durante su estadía en el museo.

Inakayal, durante sus accesos de cólera, trataba de ‘gringos’ a los argentinos y decía ‘yo jefe, hijo de esta tierra, blancos ladrones… matar mis hermanos, robar mis caballos y la tierra que me ha visto nacer, además prisionero… yo desgraciado’. En esos momentos su rostro reflejaba la mayor tristeza.

Era reservado, desconfiado, orgulloso y rencoroso. Comunicativo solamente cuando estaba ebrio. Dormía casi todo el día, discutía fácilmente, muy apático y sin ninguna preocupación por su persona.

¿Cómo podía ser confiado, comunicativo y preocupado por su persona alguien que había sido arrancado de su tierra, hecho prisionero y convertido luego en pieza viviente de estudio y exposición?

En el museo, varios integrantes de su grupo murieron. Aquel cacique hospitalario y cordial, era un hombre triste, devino anciano de manera prematura y casi no dormía. Pasaba horas mirando los restos de su mujer, que habían sido puestos en exposición en una vitrina del museo, junto a otros esqueletos. No resulta difícil entender que el cacique pudiera pasarse horas con la mirada perdida. Caminaba encorvado, arrastraba los pies, hablaba solo y se le caían los pantalones de tan delgado que estaba.

Inakayal murió en el museo. La versión oficial dice que su fallecimiento ocurrió el 24 de septiembre de 1888. Algunos consideran que habría muerto antes y a consecuencia de las pésimas condiciones en que vivía. Clemente Onelli hizo un controvertido relato de su muerte.

Inakayal, poderoso cacique araucano, hecho cautivo en la guerra del desierto, vivía libre en el Museo de La Plata; ya casi no se movía de su silla de anciano. Y un día cuando el sol poniente teñía de púrpura el majestuoso propileo de aquel edificio engarzado entre los sombríos eucaliptus… sostenido por dos indios, apareció Inakayal allá arriba, en la escalera monumental: se arrancó la ropa, la del invasor de su patria, desnudo su torso dorado como metal corintio, hizo un ademán al sol, otro larguísimo hacia el sur: habló palabras desconocidas y en el crepúsculo, la sombra agobiada de ese viejo Señor de la tierra se desvaneció como la rápida evocación de un mundo. Esa noche misma, Inakayal moría, quizás contento de que el vencedor le hubiese permitido saludar al sol de su patria.

Había vivido cerca de 55 años. Pero no enterraron sus restos. Al igual que otros prisioneros fallecidos en el museo, pasaron a formar parte del Departamento de Antropología del Museo de La Plata y fueron exhibidos hasta 1940, en que fueron guardados en depósito. Huesos, cerebro, cuero cabelludo y máscara vaciada en yeso.¿Por qué los exterminadores no se contentaron con el exterminio y tuvieron necesidad de profanar y apropiarse de los restos de sus víctimas? Sucedió con los pueblos originarios y también a lo largo de nuestra historia con líderes y luchadores que expresaron a los sectores populares que ellos oprimieron.

Quizá haya que bucear en la relación que establece el cazador con la presa. La máscara de un cacique en un museo en el que fue prisionero sus últimos días nos permite pensar que no sólo Villegas y sus subordinados dieron caza a Inakayal. El Perito Francisco Moreno, lejos de rescatarlo, terminó de apropiarse de él para mostrarlo como objeto exótico y ubicarlo luego en el destino que la “civilización” tenía previsto para él y su pueblo. No hay tal rescate: es parte de la misma cultura de negación del otro desde el parapeto de la “ciencia” antropológica.

En su afán de dejar escrito a fuego el exterminio, la cultura genocida omitió un detalle: al negárle el descanso en su tierra y privarlo de sus ritos, para su pueblo Inakayal no murió. ¿Cómo iba a morir si no tuvo honras fúnebres, si las mujeres de su pueblo no pudieron envolver su cadáver en quillangos ni adornarlo para la última morada? ¿Quién iba a conducirlo a la eternidad si no fue sacrificado ninguno de sus caballos?

“Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos”.

El 19 de abril de 1994, coincidiendo con el Día del Aborigen, los restos de Inakayal fueron trasladados a Esquel en un avión de la Fuerza Aérea y acompañado por autoridades nacionales, provinciales y del Museo de la Plata. En el aeropuerto de esa ciudad se le rindieron honores militares. La urna fue luego llevada a caballo por descendientes de los pueblos originarios hasta Tecka. Se iniciaron las rogativas y se arrojaban semillas de trigo y agua a su paso. En el mausoleo la urna fue cubierta de piedras como un chenque. Inakayal recibió honores militares y fue cubierto con la bandera argentina. Los representantes originarios aceptaron años después el valor de los honores militares, porque reconocen la jerarquía de Inakayal como jefe de la región. Para ellos, Inakayal había muerto ese día. La cultura de la conquista había logrado el efecto no buscado de mantenerlo con vida para su pueblo durante 106 años.

Para las comunidades, el mausoleo de Tecka es un lugar sagrado y consideraron que el regreso de Inakayal significó que comenzaron a ser tenidos en cuenta.

“Nosotros estábamos muy felices, el cacique Inakayal era muy respetado, nunca antes se habían juntado tantos descendientes como cuando él volvió. Debemos hacer Camarucos más seguido pero son muy caros, se necesita mucha gente, caballos, comida y a los mayores, que saben cómo hacer las cosas… Hoy la gente puede hacer Camarucos, pero antes estaban prohibidos… teníamos que pedir permiso a la Gendarmería [….] Desde que el volvió todo comenzó a mejorar”, señalaba Casiano Calauquir, un anciano de la comunidad. Empezaron a recibir más ayuda del gobierno, se instaló un equipo de radio para conectarse con el municipio más próximo e informarse sobre el precio de la lana en el mercado, se construyó una Sala de Usos Múltiples y constituyeron legalmente una comunidad indígena. El espíritu de aquel hombre que, avejentado por la humillación, miraba contrariado y perplejo los restos de su mujer exhibidos en una vitrina, se mantuvo vivo durante más de un siglo y volvió para defender el derecho de su pueblo a vivir con dignidad y en paz en su tierra.

* Publicado originalmente en Cosecha Roja

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