El escritor dejó que el director de La livertá se metiera en su intimidad para mostrar sus “aspectos tan diferentes”. Por Oscar Ranzani en Página12
Osvaldo Bayer vive en El Tugurio. Es que una vez, otro colega enorme, Osvaldo Soriano –que, según Bayer, “era un provocador”– , entró a su casa y mientras observaba todo, le dijo: “Vos vivís en un verdadero tugurio”. Bayer recogió el guante y le confesó que “El Tugurio” le gustaba mucho y que iba a poner un cartel en la puerta de la casa que dijera eso. Soriano le replicó: “No lo tomés así, ¿ves que sos muy alemán en tus reacciones? ¡No conocés las ironías!”. Bayer insistió en que le gustaba en serio esa definición y que pensaba poner dicho cartel. “Y fui a un filetero criollo en la Plaza Belgrano y le dije: ‘Necesito un cartel que diga ‘El Tugurio’ en rojo y negro (que son los colores anarquistas)’”, recuerda Bayer. Y el filetero lo miró con un poco de desprecio y le señaló: “No, no, ‘El Tugurio’ no puede ir en rojo y negro. Tiene que ir en verde y amarillo”. Bayer pensó que, a esa altura, ya había discutido con todo el mundo. “Lo único que me falta es discutir hasta con un filetero. Entonces acepté que fuera verde y amarillo. Y quedó muy lindo y lo puse en la puerta.” Este gran periodista y escritor asegura que los porteños no saben qué quiere decir El Tugurio. Y hace unos meses, dos muchachos muy bien vestidos tocaron el timbre de su casa y se sorprendieron que saliera un viejo. “¿Acá hay minas?”, le preguntaron. Entonces, Bayer les respondió: “No, acá hay solamente libros”. Lo saludaron y se fueron corriendo. “Creyeron que era un lupanar. Los porteños no saben que ‘tugurio’ es donde viven los pobres, la gente sin empleo”, comenta Bayer.
En El Tugurio transcurren algunas escenas del documental La livertá, dirigido por Gustavo Gzain, que se estrena hoy en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont. Con el film, el cineasta se propuso mostrar la vida de Bayer desde diferentes aspectos. Es que para Gzain, que vive en la Patagonia y dicta clases en la Universidad Nacional del Comahue, Bayer es uno de sus principales referentes. ¿Por qué? Así lo cuenta el propio director: “En mi adolescencia, un día llegó a mí el libro Los vengadores de la Patagonia trágica y me impresionó mucho. Y no solamente la investigación, sino que a esa edad lo sentí muy cercano, muy poético. Ese día me impresionó y sentí un acercamiento. Y desde entonces, cuando yo tenía 12 o 13 años, tras leer el libro le di un significado distinto y conceptual a la palabra ‘Patagonia’. Ese fue todo un quiebre intelectual para mí”, reconoce el cineasta que ahora, décadas después de aquel momento iniciático, decidió hacer una película sobre y con Osvaldo Bayer. “Siempre quise hacerle un reconocimiento a Osvaldo por todo lo que me brindó personalmente, por lo que significó para mí en la adolescencia y todo el aporte que él sigue dando a los más necesitados”, confiesa el realizador.
–¿Se propuso mostrar no sólo al hombre público?
Gustavo Gzain: –Totalmente. Muestro un aspecto público de Osvaldo que para la gente que más lo sigue es muy conocido. Pero también traté de enfocar en otra cosa. Era imprescindible mostrar cómo se conjuga su intimidad, su relación con su familia y la cuestión del exilio con las cuestiones más sociales y más abiertas que él muestra.
–Bayer, ¿cree que esta película es un homenaje a su manera de pensar y de sentir?
Osvaldo Bayer: –Bueno, más que un homenaje, muestra la verdad de mi vida, los aspectos tan diferentes. Principalmente, todo aquello que se refiere a mi exilio en Alemania y mi posterior vida también, que se reparte siempre entre la Argentina y Alemania. El exilio provocó que me fuera con mi familia. Mis cuatro hijos estudiaron y se recibieron allá, también se casaron allá. De los diez nietos, nueve nacieron en Alemania. Una nació aquí en Buenos Aires, pero en el Hospital Alemán (risas). Y ahora, los bisnietos están naciendo todos en Alemania. Así que la dictadura nos cambió la vida completamente porque antes vivíamos en la Argentina. Y yo vivo seis meses en Alemania y los otros seis en la Argentina porque no puedo vivir sin este país.
–¿Cómo recuerda el exilio, a la distancia?
O. B.: –A la distancia, como la cosa más injusta que uno puede merecer. Por haber escrito mi libro sobre la Patagonia sufrí ocho años de exilio. Tuve que comenzar la vida de nuevo, también mis hijos y mi mujer. Cambió la vida completamente. Y de los gobiernos que tuvo la democracia ninguno hizo nada a favor del regreso de los exiliados. Por ejemplo, los primeros años yo trabajaba seis meses en Alemania para ganar lo suficiente que me permitiera después vivir seis meses en la Argentina, porque acá no tenía ninguna entrada. Nadie me daba empleo ni nada por el estilo. Estaba “sospechado de haber huido al exterior”. Hasta que entré en Página/12, que me dio la seguridad de poder vivir acá. Pero igual, mi familia quedó allá, porque los hijos estudiaron, se recibieron y se casaron allá.
–Gzain, ¿cómo pensó el trabajo para registrar aspectos de la vida de Bayer? ¿Cómo fue meter la cámara en reuniones familiares, por ejemplo?
G. G.: –Soy más documentalista que realizador de ficción y cada trabajo tiene su criterio, su forma de abordarlo. Me gustan mucho esos aspectos desde la dirección en los cuales uno no tiene todo ya programado o todo pensado. Tenía un guión, una estructura armada que se fue modificando a partir de que pude meterme cada vez en la intimidad. Y esa intimidad brindó muchos aspectos que están en la película. También, a veces, salíamos a las ocho de la mañana para ir a una villa miseria, a las once estábamos en una escuelita rural, a las tres de la tarde en la Legislatura... Esa posibilidad que tiene Osvaldo de poner el cuerpo y la mente a favor de los más necesitados es increíble. Eso me cambió la estructura y desde ahí traté de rescatar los momentos que me parecieron trascendentales.
–¿Fue una decisión premeditada que el documental no tenga solamente entrevistas, sino que su estructura se construya con registros de esos momentos y conversaciones de la vida de Bayer?
G. G.: –En el documental cinematográfico no uso entrevistas, salvo que sea estrictamente necesario cuando preciso dar la información que, de hecho, hay en esta película. Lo realizo como una película antes que como una entrevista ilustrada o un reportaje televisivo. En lo cinematográfico, me gusta contar con acciones.
–Al comienzo, Bayer relata que transitó por los estudios de Filosofía, Medicina e Historia. ¿Qué cree que tienen en común estas profesiones y qué le aportaron a su manera de pensar?
O. B.: –Bueno, fue una búsqueda de la adolescencia. Quería estudiar filosofía, pero me dije: “Primero, tengo que conocer el cuerpo humano”. Estudié el primer año de Medicina que era Anatomía Descriptiva e Histología. Hice el primer año, me fue muy bien, aprobé con buenas notas. Entonces, fui a Filosofía, pero en aquel tiempo, en el primer peronismo se había entregado la Facultad de Filosofía a la Iglesia Católica. Y yo no tenía ganas de aprender solamente sobre Santo Tomás de Aquino. Entonces, me fui a estudiar a Alemania. Viví toda esa Alemania de la posguerra y la búsqueda de la juventud. Los jóvenes se preguntaban cómo sus padres pudieron haber votado a un monstruo como Hitler. Y buscaban ideologías políticas para cambiar a Alemania. Integré la Juventud Universitaria y aprendí mucho con ellos. Luego quise ingresar a Filosofía pero me dije: “Antes tengo que estudiar Historia para conocer el destino del hombre a través de todas las épocas vividas”. Y después decidí estudiar Filosofía. Pero me gustó mucho Historia y ahí quedé.
–¿El título del documental refiere a un artículo periodístico sobre la Patagonia trágica?
G. G.: –Osvaldo lo usó varias veces, pero como hecho ontológico refiere a una cruz que Osvaldo encontró haciendo la investigación en la Patagonia para escribir su famoso libro. El encontró la cruz de un obrero fusilado en la que otro obrero había escrito: “A los caídos por la Livertá”. Era claro que eran obreros libertarios y que, de alguna manera, no tenían tanta formación. Por eso, ese obrero debe haber escrito la palabra así. Pero lo importante era la frase.
–Bayer, ¿esa investigación sobre las huelgas patagónicas y todo lo que implicó la masacre cimentaron su ideología anarquista?
O. B.: –Sí, todo ese aprendizaje de la historia me llevó a la búsqueda de una teoría política que buscara el socialismo pero en libertad, jamás una dictadura, aunque fuera del proletariado. Bueno, desde aquel tiempo leí a los pensadores libertarios y creo que la única salvación es el socialismo pero en libertad, jamás en una dictadura.
–¿Y cómo es ser anarquista en el siglo XXI?
O. B.: –La humanidad no ha encontrado ninguna solución a ninguno de sus problemas. Hay que ver el número de pobres que existe en el mundo, el número de hambrientos que hay y las grandes diferencias sociales en los principales países del capitalismo. No se encontró la solución porque se tendría que vivir en paz, sin guerras y con un sistema económico que sea igualitario para todos y que permita vivir a todos con dignidad. No. Siempre hay guerras, siempre hay países dominantes que obedecer y sistemas económicos que realmente no solucionan el problema de los millones de hambrientos que hay en el mundo.
–¿Y siente lo mismo frente a cualquier injusticia o hay algunas que le provocan más dolor?
O. B.: –No, hay algunas me provocan más dolor: cuando se desemboca en la muerte como, por ejemplo, la Semana Trágica y los fusilamientos de La Forestal. O, por ejemplo, la represión que hizo el coronel Falcón el 1º de mayo de 1909. Y el genocidio de Roca, por supuesto, como fundamento de todo.
–En el documental se escuchan numerosos mensajes del contestador telefónico de Bayer que permiten entender que es una persona no solamente querida, sino también requerida. ¿Cuál fue el motivo de introducirlos?
G. G.: –En términos cinematográficos, me servía para marcar una estructura que cada tanto da quiebres y ejes, y funciona porque brinda información que, a veces, necesito y que no tiene que estar referida por nadie en especial. Pero lo del contestador fue algo que desde el primer día a mí y a varios de los realizadores que me acompañaron enseguida nos flasheó, porque no podíamos creer que cada dos segundos sonara el teléfono, que Osvaldo no atendía porque estábamos grabando. Pero cuando terminábamos, Osvaldo iba a poner el contestador y a todos les respondía. Es increíble y es constante el sonido “ti ti ti”. Entonces, como la estructura del audiovisual que son la imagen y el sonido relacionados en su conjunto para obtener significados, auditivamente era muy fuerte. Y cuando empezamos a escuchar varios de los mensajes, vimos que también tenían una riqueza muy especial.
–Bayer, en el documental se lo ve cantando y bailando. ¿Es usted una persona alegre?
O. B.: –Me gustan mucho el baile y el canto, sí. A pesar de que mi mujer dice que bailo muy mal y canto peor, igual me gusta (risas).