A 43 años del Golpe de Estado más brutal y sanguinario que registre la Historia argentina, el 24 de marzo de 1976, y a 42 del asesinato de Rodolfo Walsh, eximio periodista, inclaudicable militante revolucionario, fundador, entre otros, de Prensa Latina, autor de la Carta Abierta a la Junta Militar en el primer aniversario del Golpe.
Una mancha blanca se recorta contra los árboles en la noche oscura y sin embargo chispeante de estrellas. El pasto recién cortado exhala, gozoso, un aroma por encima de todos resguardado en la memoria, íntimo, entrañable, olor a tierra mojada, y los pasos de la mujer que se acerca completan la casi perfección de ese momento único, irrepetible, que sabe, saben, están viviendo en efímera eternidad. Ya son dos manchas blancas que se buscan y se arriman y se enlazan en el mayor de los silencios, ligeramente inclinadas hacia atrás para mejor escudriñar las constelaciones que un cielo por aquí diáfano, lejos de los neones obnubilantes de la ciudad que lo encharcan y empozan, despliega con natural opulencia.
Les gusta contemplarlas, sobre todo al hombre, nombrarlas, delinear paisajes, adivinar siluetas pespunteadas de burbujas diamantinas. Detrás, la casita apenas iluminada por la luz de un candil, con sus cortinas nuevas que le dan un aire festivo y tiernamente íntimo, se les antoja el más calido y protector de todos los refugios, aunque extrañen al río que les dio cobijo y asilo, río que se abre y se ensancha y se angosta y se hincha a cada sudestada, que se deshilacha y se corta en pedazos para renacer multiplicado, el río y sus meandros y sus islas y sus lagunas erizadas de juncos y espadañas, aroma de espinillo, fragancia de eucalipto que una brisa húmeda y amable esparce al desgaire, camalotes andarines, eternos viajeros buscando el mar, llevando en el lomo algún carpincho extraviado.
El hombre se estira, tan cansado está que hasta las pestañas le pesan, pero la satisfacción del trabajo terminado, que se amontona en cuartillas ordenadas sobre la mesa de madera basta, junto a su Olympia portátil, lo recompensa de todas las fatigas y desvelos.
En esta noche tan especial, no tiene tiempo ni ganas de hacer eso que muchos llaman un rápido recuento de su vida, que a veces fue opaca, otras con intensidad luminosa, sobre todo cuando después de tantos duros oficios, el más espectacular: limpiador de ventanas; el más humillante: lavacopas; el más burgués: comerciante de antigüedades; el más secreto: criptógrafo en Cuba, a su regreso de La Habana encontró el que más le convenía, el violento oficio de escritor, dirá, al que ha dedicado todos sus esfuerzos, su pasión desbordada, una vida como tantas otras, por momentos áspera, ruda, cruel en estos últimos años signados por la tragedia. Por eso piensa que en lugar de recuento, preferiría hacer un inventario de lo que más anhela, lo primero, una cuota generosa de tiempo, el necesario para seguir con el oscuro trabajo en el que está empeñado, tiempo para soñar haciendo el futuro junto a los que no obedecen ni se rinden, a los que piensan y forjan y actúan, tiempo para el análisis fecundo en pos de la revelación de lo escondido, tiempo de la furia fría y de la insobornable esperanza, de la alegría general que ha de venir un día muy decidida a quedarse, la gente abrazándose, la pareja en su amor, el sumergimiento en los otros.
Tampoco quiere pensar en la muerte, que se le pega a la piel, que lleva cosida a su sombra, que lo asalta y estremece y estrangula, sin darle tregua, al menor descuido, a la vuelta de cualquier esquina, la de su hija, a la que le gustaría ver sonreír una vez más, la que usaba unos absurdos camisones blancos que siempre le quedaban grandes, niña-mujer a la que acuna y celebra, a la que envidia esa muerte gloriosamente suya, orgullo en que se afirma para renacer en ella, la de Paco Urondo, el amigo, el compañero querido, también muerto en combate desigual, el que empuñó las armas porque buscaba la palabra justa y al que agradece su inigualable lección de vida, Vos nos enseñaste que al escritor no le está prohibido dar un paso más, convertirse él mismo en un hombre del pueblo, compartir su destino, compartir el arma de la crítica con la crítica de las armas, la de tantos y tantos militantes que la noche devora y traga, insaciable, desaparecidos para siempre en la fetidez de un inmundo chupadero. Recuerda al hombre del tren, el desdichado que hablaba solo y que le dijo sin decirle Sufro mucho. Quisiera acostarme a dormir y despertarme dentro de un año, y sintió entonces que lo decía también por y para él.
Sin embargo, a pesar del cansancio que ya le emblandece el cuerpo, se siente ligero, animoso. Mañana es el gran día. Y no porque se juegue el pellejo, ese lo tiene jugado desde hace mucho tiempo, desde el día, quizá, en el que alguien le susurró al oído Hay un fusilado que vive, una frase que le cambiaría la vida.
–¿Y si nos acostamos?
–Sí, mañana hay que madrugar.
Las dos manchas blancas desaparecen tras la puerta que se cierra. La luz del candil se balancea, se inmoviliza por unos instantes y se aleja. La casita en sombras se confunde con la silueta de los eucaliptos y del viejo laurel, apenas presentidos en la total negrura que los envuelve y arropa.
Como todas las noches de esos últimos meses, se preparan para tener todo listo ante un ataque: cargar las armas y montar las dos granadas de fabricación casera que tienen bien a mano, sobre la mesita de luz, al lado del vaso de agua. Y así, poco antes de la medianoche de ese 24 de marzo de 1977, primer aniversario del infausto Golpe de Estado, terminan de teclear las cinco copias que faltan.
Quizá él demore todavía en acostarse. Una detenida revisión de su último cuento, un ordenar de cuartillas en carpetas, en especial las notas de prensa, pero también los títulos de los relatos que tiene en mente, prolongan la vigilia.
Tardará en dormirse. A fuerza de pensarlo, escribirlo, analizarlo, pulirlo hasta el agotamiento, el texto que ha ocupado todos sus insomnios, vuelve y vuelve, porfiado, repetitivo. El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades, sabe que todo está dicho, alto y claro, puntualmente documentado, Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de este terror, a fin de que la revelación de lo escondido, la verdad descarnada hasta el huesito desbanquen la mentira y el ocultamiento dentro y fuera del país, tan devastadora es la manipulación de los medios, Han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo, complementada con la falta de límite en los métodos, han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener información se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder al impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido…
El hombre cierra los ojos. El potro, el torno, el despellejamiento en vida, la sierra de los inquisidores medievales reaparecen en los testimonios junto con la picana y el submarino, el soplete de las actualizaciones contemporáneas… En el fondo, una satisfacción inmensa, la Carta Abierta está firmada con su nombre y apellido, a los que ha añadido el número de su carné de identidad, la fecha al pie. Una duda, que no sea escuchada, leída, multiplicada. Una certeza, de que será más que nunca perseguido. Una convicción, la de ser fiel al compromiso que hace tiempo asumió: dar testimonio en los momentos difíciles.
Mañana, será mañana.
La mujer, que tampoco duerme, se abraza al cuerpo del hombre al fin rendido por el sueño.
Mirás sin ver el paisaje, no siempre amable, que corre veloz, o a trancos largos, detrás de la ventanilla. Con tu ingenuo disfraz de profesor jubilado, sombrero de paja incluido, carné de identidad en el bolsillo, apretás fuerte el portafolio, y sentís el bulto protector de tu pistola Walther PPK, calibre 22. Ganada la apuesta que se han hecho, concluir la denuncia en tiempo y forma, los dos están felices, y hasta le cantás bajito a tu mujer Chacarera, chacarerita… Dentro de cinco minutos llegarán a la estación. Allí se van a separar. Vos tenés que mandar la Carta, hacer unos cuantos llamados telefónicos a compañeros que ayudarán a distribuir las copias, acudir a la cita fijada… No podés evitar una sonrisa amorosa y hasta divertida cuando tu mujer te dice, al despedirse con un beso, No te olvidés de regar las lechugas, esas que plantaron la víspera. Ella también tiene varias copias que despachar.
Caminás por la Avenida San Juan, ya vas llegando a Entre Ríos, barrio de San Cristóbal, Capital Federal, cuando reparás en el silencio que pesa como una lápida sobre esta ciudad aplastada por el Terror y el Espanto. No tardás en percibir el tufo de la traición, en comprender que la cita está cantada, quizá ignores que los esbirros que te han emboscado pertenecen a un Grupo de Tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada, te basta con saber que el enemigo está ahí, bien atrincherado, y también, y sobre todo, que no te agarrarán vivo. Es una decisión pensada, madurada. Conocés al detalle el destino que espera a los que tienen la desgracia de caer prisioneros, el despellejamiento en vida, la mutilación de miembros, la tortura que busca la degradación moral, la delación, convencido de que en una guerra como esta, el pecado no es hablar, sino caer.
Horas más tarde, te vieron tirado, ensangrentado, casi irreconocible, en un pasillo de la ESMA, con tal ferocidad ametrallado que tenías el cuerpo, técnicamente hablando, cercenado a la mitad. También técnicamente hablando, se podría decir que aquel viernes 25 de marzo de 1977 te les escapaste, que fue a Norberto Pedro Freire al que ultimaron, según el carné de identidad que llevabas en el bolsillo, aunque ellos muy bien sabían a quien habían matado.
Borracho de euforia, festejando la victoria, uno de tus asesinos dirá: Lo bajamos al Walsh, el hijo de puta se parapetó detrás de un árbol y se defendía con una 22. Lo cagamos a tiros y no se caía el hijo de puta…
Nunca apareciste, nadie supo, nadie sabe qué hicieron con tu cadáver, ¿te quemaron?, ¿te tiraron al río?, ¿al mar? ¿A qué fosa clandestina fueron a parar tus huesitos?
Al igual que tu hija, y se lo dijiste, vos también habrías podido elegir otros caminos, distintos sin ser deshonrosos, pero optaste por el que creíste más justo, el más generoso, el más razonado… Entonces, parafraseándote: Tu lúcida muerte es una síntesis de tu hermosa vida. No viviste para vos, viviste para otros, y esos otros son millones. Cuando mataron a Vicki, le escribiste: Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria, allí te guardo.
Ahí te guardo, te guardamos.
Porque desde entonces, Rodolfo, aunque te hayan desaparecido, sos vos el fusilado que vive.
* Publicado originalmente en Cubadebate
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