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Las raíces son qom


Israel Alegre, líder histórico de los qom, describe la impunidad en Formosa y el modo en que los gobiernos tratan a los pueblos originarios. La novedosa organización entre las comunidades, narrada por Darío Aranda en el periódico MU

La comunidad indígena Namqom fue noticia nacional en 2002, cuando una razzia poli­cial con métodos propios de la dictadura militar ejecutó una feroz represión que terminó con una decena de heridos y 80 detenidos. En 2004 los jueces formoseños absolvieron a todos los policías acusados y el caso se transformó en símbolo de la impunidad. La causa se tramita en la Co­misión Interamericana de Derechos Huma­nos, la comunidad fue intervenida y dividida por punteros políticos, pero sus líderes his­tóricos mantienen los reclamos y no fueron cooptados por el gobierno provincial. Israel Alegre, 55 años, es uno de los referentes his­tóricos de Namqom, símbolo de la lucha indí­gena del noreste argentino.

Namqom es una comunidad periurbana de las afueras de Formosa Capital, ubicada al margen izquierdo de la estratégica Ruta 11, puerta de ingreso a la ciudad. Alegre está sentado bajo un árbol, es entrevistado para un documental. Saluda desde lejos, sonríe, y pide que se lo espere unos minu­tos. Se lo observa vital, argumenta con pa­ciencia y suele referir a las leyes que con­templan los derechos indígenas, tanto nacionales como internacionales. Conoce de memoria los artículos, los recita, exige cumplimiento por parte de los Estados.

Termina la filmación e invita a iniciar la entrevista con Mu. La realidad formoseña, la falta de justicia por la represión de 2002, la necesidad de tierras, el rol de los punte­ros para dividir luchas, el rechazo a una planta de uranio, los paralelos entre el Imperio Romano y la sociedad actual, y una buena noticia: la conformación de una nue­va organización indígena (Lafwetes), que reúne a 48 comunidades de los cuatro pue­blos originarios de Formosa.

La trampa

Son una comunidad urbana pero también mantienen una lucha territo­rial. ¿Cómo es el conflicto actual?

Es el conflicto por el lote 67. En el 2006 el go­bernador Gildo Insfrán estuvo acá en un acto, supo de 150 familias sin tierra por el mismo crecimiento de la comunidad. Y dijo que daba instrucción a los funcionarios para entregar la tierra. Invitó a la gente a que elija qué lugar iban a ocupar. La comunidad fue al catastro provincial, vieron que el lote 67 (vecino a la comunidad) era fiscal y le hicieron caso al go­bernador: fueron a vivir a esa tierra. Hasta le pusieron un cartel al ingreso que recordaba los dichos del gobernador.

¿Luego comenzó el conflicto?

Los denunciaron por usurpación. Se supo que la dueña es una señora que falleció, no hubo sucesión y tuvo mucha deuda con la munici­palidad. Entonces también hay un juicio en­tre los supuestos herederos y la municipali­dad. Pero aún no hay sentencia de la Justicia.

¿De cuántas hectáreas se trata?

La municipalidad dice que va a donar 30 hectáreas, pero el lote tiene 97 hectáreas.

¿Alcanza esa tierra?

Tenemos muchas dudas. Tomamos como re­ferencia el lote 68, donde está asentada la co­munidad. Tiene 533 parcelas y viven 533 fa­milias. La comunidad fue creciendo. Yo tengo cuatro hijos. Se casan, forman familia, y la comunidad no tiene más territorio. Y la leyes clara: el Estado debe entregar a las comuni­dades indígenas tierras aptas y suficientes. Además necesitamos el territorio para man­tener viva la cultura comunitaria.

¿Cómo explicar la relación tierra-cultura para quiénes no conocen a los pueblos indígenas?

Nosotros tenemos nuestros ritos religio­sos, que están ligados al territorio, muchos tienen que ver con el fuego y el humo, don­de encontramos significados. Pero también del monte obtenemos remedios, cazamos, pescamos, escuchamos el ruido del monte que nos transmite cosas. Es parte de nues­tra cultura y se pierde, si no lo transmiti­mos a nuestros hijos... El territorio es parte de nuestra vida, allí está la simbología con el mensaje de los pájaros y la renovación espiritual. Y todo eso se pierde en la ciudad. Hace falta recordar que el artículo 75, inciso 17, de la Constitución Nacional establece que debe haber tierras aptas y suficientes para los pueblos indígenas.

¿Con ustedes se cumple la Constitución?

(Sonríe) No conozco comunidad de Formosa donde se cumpla el derecho de tierras aptas y suficientes.

¿Qué opina de la ley N° 26160, sancionada en 2006, que ordena relevar los territorios in­dígenas?

Es sólo para relevar los territorios. Es con­tradictoria con la Constitución Nacional y el Convenio 169 de la OIT (Organización In­ternacional del Trabajo) que reconocen la preexistencia de los pueblos indígenas. Lo que queremos es que se regularicen las tie­rras, que nos entreguen los títulos comuni­tarios, no sólo que las releven.

El ministro de gobierno de Formosa, Jorge González, suele afirmar que todas las comu­nidades de la provincia tienen la tierra que necesitan.

El ministro González miente. El sabe cómo es la situación indígena de Formosa, pero la niega. En el caso de Namqom no tenemos el territorio que necesitamos.

Desde la escuela

También tienen los problemas típicos de barrios urbanos.

Siempre acá estuvimos muy movi­lizados y cortamos la ruta. Así logramos al­gunas respuestas al tema vivienda, un cen­tro de salud, jardín de infantes y escuela. Pero seguimos luchando porque todas estas instituciones tienen como autoridades a blancos que se manejan con miradas racis­tas hacia los indígenas.

¿Algún ejemplo?

Los médicos imponen sus cultura blanca so­bre nuestro saber, no hay diálogo. Y lo mis­mo en la escuela: hay maestros qom bilin­gües, pero no los dejan tener autoridad en las escuelas. Hace poco hubo un problema gra­ve: han violado un niñito en la escuela y los directivos y maestros intentaron tapar todo. La familia y la comunidad reaccionaron. Le hemos perdido la confianza a los docentes actuales y exigimos un directivo y maestros indígenas: tenemos ese derecho. Pero se nos discrimina porque dicen que no estamos preparados, nos subestiman. Igual de im­portante al territorio es que haya educación bilingüe, maestros indígenas y profesionales indígenas. Pero el gobierno prefiere poner punteros y maestros cómplices para contro­lar a las comunidades.

La injusticia

Cómo está la causa penal originada ¿en 2002, cuando la represión termi­nó con una decena de heridos y 80 detenidos?

La comunidad me asignó el mandato an­cestral de ser delegado en busca de justicia por esa represión. Los jueces de Formosa cerraron la causa, absolvieron a todos los policías y políticos responsables. El caso es­tá en la Comisión Interamericana de Dere­chos Humanos. En octubre de 2011 fui a una audiencia a Estados Unidos. Allí nos dieron 20 minutos para contar diez años de lucha. Daba impotencia. El gobierno dijo que la Pre­sidenta estaba preocupada y propuso una mesa de diálogo. El ministro provincial Jorge González fue para hacer lobby del goberna­dor, dijo que Formosa era pionera en leyes, que en Namqom habían hecho un jardín y una escuela, propaganda y más propaganda.

¿Surgió un compromiso de esa audiencia?

Se propuso un “acuerdo amistoso”. Si la comunidad aceptaba, en treinta días debía estar la respuesta del gobierno. La comuni­dad propuso que haya tres jueces especiali­zados en derechos humanos y legislación internacional. Uno propuesto por la comuni­dad, otro por los gobiernos nacional y pro­vincial y el tercero por la Comisión Interamericana. Esos jueces debían elaborar una propuesta que contemple la reparación por los daños de la represión, que se efectivice la entrega del lote aledaño a la comunidad, agua potable y que se cree un fondo de de­sarrollo para la comunidad.

¿Cuál fue la respuesta de Nación y Provincia?

Nunca aceptaron. En junio de 2013 se presen­taron los alegatos contra el Estado argentino. Lleva años de espera y no se resuelve.

El factor nuclear

Existe un gran conflicto en la provincia por la instalación de la planta de uranio (Dioxitek) a quince kiló­metros de la ciudad y muy cerca de la comu­nidad. ¿Qué postura tienen?

La mayoría ni siquiera sabe bien dónde quieren instalarla, ni qué es el uranio. Y los que saben no apoyan ese tipo de actividad. Estaría a unos cinco kilómetros en línea recta de Namqom. Es algo riesgoso.

¿Se cumplieron los pasos que establece la ley sobre derechos indígenas?

Para nada. No hubo proceso de consulta, que debió haber sido antes de la audiencia públi­ca que hizo el gobierno en julio de 2014.

¿Qué harán?

Presentamos una medida cautelar de no innovar ante la justicia Federal y presen­tamos también una denuncia ante la Co­misión de Derechos Humanos de Diputa­dos de la Nación, para que den intervención a la Corte Suprema. Aún no obtuvimos respuesta.

De la conquista a Insfrán

¿Cuál es el rol de los punteros del gobierno en la comunidad?

No es algo nuevo. En la Campaña del Desierto Verde (avanzada militar del si­glo 19), los grandes capitalistas ponían pla­ta para matar indígenas y quedarse con las tierras. Y premiaban a los hermanos indí­genas que eran cómplices de ellos. En todos los pueblos siempre ha habido traidores.

¿Ve prácticas similares hoy?

Es lo mismo que hacen los gobiernos en la actualidad. Le pagan a algunos indígenas, los compran, les dan planes y mandan al Canal 11 (oficialista) para que esos herma­nos digan lo que quiere el gobierno. Esa práctica queda muy clara cada vez que el hermano Félix Díaz sale en algún medio de Buenos Aires. Enseguida acá sale algún puntero indígena diciendo lo que quiere el gobierno. Acá todos nos conocemos y sabe­mos cómo se manejan.

El año pasado hubo un caso de cinco wichís, de apellido Tejada, presos durante más de dos meses por defender su tierra. ¿Cómo vi­vieron esos hechos?

Fue una situación muy grave, en el oeste de la provincia, en la zona de Ramón Lista, y es algo que se repite en todas las comunidades indígenas que no obedecen a los políticos. Es un círculo vicioso impulsado por el mis­mo gobierno.

¿Cómo funciona?

La comunidad indígena reclama por sus de­rechos. Puede ser comida, salud, agua o tie­rra. El gobierno hace oídos sordos. Y el úni­co medio que le queda a la comunidad es el corte de ruta. Entonces el gobierno va y re­prime. Puede ser con la policía, con patotas o con los jueces. Es un círculo. Y todos los organismos del Estado -Ministerio de Edu­cación, Salud, Instituto de la Vivienda- to­dos actúan de manera coordinada contra esa comunidad. Está todo muy aceitadito el sistema represivo.

¿En algunas comunidades también se impul­sa las divisiones?

No en algunas: en todas las comunidades que no obedecen al poder. Se intenta dividir por el lado de los punteros o por el lado de asfixiar a la comunidad. Le sacan toda la ayuda. Si hay en ejecución alguna obra pú­blica, la frenan. O dejan de entregar ali­mentos. Y comienzan a decir que no volverá la ayuda hasta que no dejen de seguir a los que reclaman.

El Imperio Romano

¿Cómo resumir y describir la situación de los pueblos indígenas de For­mosa?

Dos ejemplos claros son justamente Nam­qom y La Primavera. Son comunidades que no se sometieron al poder político y en las que el gobierno intervino con violencia, con asesinatos incluidos. Eso se repite en dis­tintas comunidades, que no llegan a los medios porque casi todos dependen del go­bierno. El caso de los hermanos wichí Teja­da es otro ejemplo. No obedecieron. Y por eso mismo les dieron cárcel.

Qué siente cuando ve que la Presidenta elo­gia a Insfrán en los actos públicos?

Es algo lógico. La cultura de un pueblo y el derecho están entrelazados. Los derechos en Argentina son de base romanista. Su origen es una sociedad de patricios que tie­nen los cargos y el poder, luego los plebeyos que cambian su trabajo por un salario, y fi­nalmente estaban los esclavos, que eran lo más bajo de la sociedad. Hoy están los gran­des capitalistas, sean empresarios o políticos, que se protegen entre ellos. Y ellos ven a los in­dígenas como lo más bajo de la sociedad. No les importan sus derechos: nos ven como los anti­guos romanos veían a los esclavos.

¿Algún ejemplo que puede graficar esa situación?

Las represiones y asesinatos son muy co­nocidos. Lo padecimos nosotros en 2002, La Primavera en 2010 y muchas otras co­munidades. Pero hay otra práctica muy te­rrible: hoy la gran mayoría de los indígenas de Formosa son beneficiarios de pensiones no contributivas. ¿Sabe de qué son esas pensiones? Por invalidez. Nos hacen pasar por personas que tienen alguna discapaci­dad, aunque estemos bien. Nos fabrican una invalidez para darnos un plan. Si abrís la boca, si reclamás, te cortan el plan. Tra­tan a los indígenas como lo más bajo, como esclavos del siglo 21.

¿Por qué cree que esto sucede?

Se desprecian los valores y saberes indíge­nas y criollos. Desde la más alta autoridad de gobierno para abajo, se copia una cultura ajena. Hablan mucho de Latinoamérica, pero quieren ser europeos, quieren ser la aristocracia romana... (sonríe).

Raíz que brota

Desde hace casi dos años distintas co­munidades indígenas de Formosa vienen reuniéndose para articular acciones. ¿Qué sucedió en enero de 2015?

Fue un hecho muy importante para noso­tros. Nos reunimos en asamblea 48 comu­nidades de los cuatro pueblos indígenas de Formosa (Qom, Wichí, Pilagá y Nivaclé). Fue en la comunidad de los hermanos Teja­da (los que habían estado presos), en Ra­món Lista (extremo oeste de la provincia). Ahí conformamos una organización que nos reúne a todos, para luchar mejor por todos nuestros derechos que están escritos muy lindos en las leyes, pero no se cum­plen. Territorio, salud, educación, autode­terminación. La organización se llama Qopiwini Lafwetes.

¿Qué significa?

Es una palabra wichí difícil de traducir. Es como la raíz que está bajo tierra, esperando crecer a la superficie. A los pueblos indíge­nas nos podaron, cortaron nuestras ramas, creyeron que nos destruyeron, pero somos “lafwetes”, somos esa raíz que está viva debajo de la tierra y estamos creciendo. Las 48 comunidades unidas luchando somos eso: pueblos indígenas vivos.

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