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Se trata de salud, de vida digna


Volvimos a Monte Maíz. Estuvimos ahí. Vimos la expectativa, los nervios, la bronca, el dolor de personas que habían pedido conocer el estado de salud colectiva del pueblo. A veces se pierde de vista eso. Mujeres y hombres querían saber, pidieron saber, necesitaban saber qué los está enfermando. Los profesionales dieron sus resultados. Se escribirán artículos, informes, notas de opinión acerca de esos números, que confirmaron que en Monte Maíz hay más casos de cáncer que la media, y otras tantas enfermedades que golpean los cuerpos de sus ciudadanos. Se discutirá acerca del origen de esas afecciones. El principal latiguillo de algunos: el agua con arsénico quedó científicamente descartado. Dentro de los posibles causantes hay certeza sobre la presencia de químicos utilizados por el agro en la actualidad que rondan la tierra, el aire y el agua de Monte Maíz. Habrá que ver qué otros factores pueden incidir en este cuadro sanitario, pero como dijeron los médicos “eso lo podemos obviar”. Ya no se puede ocultar. Está ahí. Probado con estudios de laboratorio.

Las presiones políticas y empresarias (que fueron de alto voltaje) no doblegaron a las autoridades. Las vecinas y vecinos nuca dudaron de seguir adelante. Esa unión entre ciudadanía y Estado local dio más fuerza a la decisión de empezar a cambiar la historia. Es que ese pueblo no da más. Las lágrimas por las vidas extrañamente perdidas empiezan a ser desnaturalizadas. Escuchar hablar de enfermedades respiratorias, afecciones en la piel y, peor aún, de abortos espontáneos y asentar con la cabeza para confirmar que “eso pasa en mi casa” fue una de las postales del encuentro en la Casa del Bicentenario de Monte Maíz. Y hiela la piel y duele y tensa los nervios. Por eso había bronca e indignación con quienes durante meses fustigaron el trabajo entre vecinos y universitarios. “Cuando escucho que dicen que lo que pasa en Monte Maíz es mentira, pienso en mi bebé que perdí el año pasado, y me gustaría que esas personas me miren a los ojos”, dice un joven, quebrado en su voz y su rostro. Pero si había un lugar adonde intercambiar posiciones era ese auditorio.

Los defensores del agronegocio a como dé lugar tenían la oportunidad de refutar cara a cara a quienes hicieron el relevamiento. Hablaron, escribieron, presionaron durante meses. Ayer sólo había algunos cuadros de ese sector. Permanecieron en silencio. No hicieron comentario alguno. Y la gran mayoría estuvo ausente. Si sus planteos son honestos intelectualmente ese era el sitio indicado para dar el debate, y no desde cómodas tribunas mediáticas. Ayer no se hablaba de la bolsa de Chicago, ni de las retenciones, ni de los rindes, ni los subsidios. ¡Se hablaba de salud! Podían mirar a los ojos a un pueblo que, para que no se pierda de vista, tan sólo pide vivir de forma más digna. Eligieron no hacerlo.

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