A 22 años del asesinato policial de Teresa Rodríguez
Fría estaba esa mañana del avanzado abril. Las primeras escarchas blanqueaban la tierra de los fogoneros. Esos combativos hombres que hartos de los despojos, emprendieran un movimiento de lucha con el que pasaron a denominarse “piqueteros”.
Las manos de Teresa, lesionadas por las arduas tareas del trabajo de fregar y servir a otros, comenzaban su jornada de labor. Su compañero se hallaba en la pueblada, y también, muchos otros hombres y mujeres habitados por la fortaleza de la resistencia. Ésa que imprime a los que luchan, de la convicción de que juntos se puede arrebatar a la injusticia su imperio arbitrario sobre la libertad, la dignidad y la vida.
Habían comenzado las acciones los docentes, que hartos de que el gobernador les saqueara los sueldos, habían decidido luchar con la herramienta más importante que que les proveyeran los mártires obreros: la huelga. Luego, se sumaría el resto de los sectores de los sojuzgados, que otrora tuvieran trabajo, sueños y proyectos. Todos ellos usurpados por los buitres que se sentaban a la mesa de la fiesta inescrupulosa.
Aquella inmoral y sanguinaria administración neoliberal, que mintiendo desde los discursos desteñidos de antaño, y los progresistas de ese momento, regalaban a las aves rapaces empresas, recursos naturales y todo lo que les fuera útil; saqueando los bienes de los pueblos.
Con sus recetas de los limones a exprimir, los bendecidos de la juerga dionisíaca arrojaban a miles de trabajadores a la desocupación, y les negaban a los que conservaban el medio de sustento y dignidad, los derechos conquistados por el movimiento obrero.
Teresa llegó a la concentración combativa y fraterna. El júbilo de la lucha se mancomunaba con el de todos. En un momento, las fuerzas coercitivas comenzaron a reprimir con salvajismo. El mismo de siempre. El de los que amparados por la portación de las armas, vulneran todos los derechos. Desde el más mínimo hasta el esencial: el de la vida.
En medio de la represión de los mesiánicos, que creen poder adueñarse de los destinos de otros, Teresa cayó abatida por un disparo criminal.
Sobre su joven memoria de apenas veinticuatro años pasaban vertiginosos los recuerdos de los hijos, los padres y los hermanos. Del compañero que le diera la vida de precoces luchas. Del imaginado futuro que no podría tener, porque sus verdugos decidieron ese día su suerte.
Así fue de increíble, de desolador y de absurdo. Así se perpetró ese crimen. Pero algo sucedió en ese instante habitado por el dolor: Teresa fue asesinada pero no murió. Su esencia vive en las conciencias de los que luchan, y cada acción en contra de las injusticias clamando su nombre, es un sublime acto de insurrecta resurrección.
* A veinte días del asesinato, había 800 fojas en la investigación judicial. “Fueron francotiradores”, dijo el jefe de policía Marcelo Jaureguiberry. Había “infiltrados en las asambleas docentes”, dijo el gobernador Felipe Sapag. “Fue un accidente”, dijo el intendente de Huincul Tucho Pérez. “Actuaron subversivos”, dijo el presidente Carlos Menem. Los primeros días de mayo los peritos dictaminaron que la bala que mató a Teresa Rodríguez era una 9 mm de la policía provincial. Hubo cuatro policías condenados no por homicidio sino por abuso de armas. Ninguno está preso. Siguen trabajando en Cutral Co.