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La salud no calla


Mechi Méndez, enfermera

Especialista en cuidados paliativos, trabaja desde hace 20 años en el Hospital Garrahan. Sus pacientes son niñas y niños con cáncer. Ellos le enseñaron a relacionar la enfermedad con los agroquímicos. Y la convirtieron en un medio de comunicación.

En el Hospital Garrahan, entrando por una puerta lateral, andando 100 metros por un pasillo, doblando a la derecha, en una oficina de 2 por 4 metros, un armario tiene pegados stickers de Mickey, Minnie, Pluto, el Pato Donald y una calavera con la leyenda “Paren de fumigar”. El collage fue hecho por la enfermera Mercedes Mechi Méndez, del servicio de cuidados paliativos, y está hecho con regalos de sus pacientes: chicos con cáncer.

La oveja negra

El Hospital Garrahan es un monstruo de cuatro manzanas. Hay 510 camas, 12 quirófanos, casi 500 mé dicos, 1.400 enfermeros y técnicos, que deambulan por los pasillos junto a imágenes impactantes de chicos rapados, con pañuelos en las cabezas o en silla de ruedas. Por año, se realizan allí 300.000 atenciones en consultorios externos, 55.000 en guardia, 9.577 cirugías y 146 trasplantes.

Allí está Mechi Méndez, protagonista de este paisaje desde hace más de 20 años. Comenzó en terapia intensiva neonatal, donde trabajó 11 años, y luego en el hospital de día del servicio de oncología, 4 años más. Hace 6 años trabaja en el área de Cuidados Paliativos, donde ayuda a los chicos internados a calmar los dolores producto de sus enfermedades – cáncer, mayoritariamente- y de los efectos que provocan los fármacos.

Mechi trabaja con terapias (e ideas) no convenciónales: reiki, cuencos tibetanos, masajes, reflexología, música y charla con los pacientes, apoyada en una idea hospitalaria extraña: no usar sólo terapias farmacológicas.

Mechi está afiliada a ATE y como delega da fue parte de la histórica lucha que llevaron los médicos en 2005 cuando, tras catorce años sin recibir aumento en sus haberes, lograron una suba del 50% sobre lo que venían cobrando desde principios de los 90. En el marco de los paros con uardias mínimas que hicieron por ese reclamo, fueron criminalizados por la entonces viceministra del Ministerio de Trabajo, Noemí Rial, quien llevó a juicio a 5 trabajadores por supuestas amenazas que luego se desestimaron.

En estos años de cuidar chicos con enfermedades terminales y de militar contra panoramas también terminales, Mechi tuvo contacto con todo, menos con médicos que se cuestionaran de dónde provenían y por qué se enfermaban los niños de cáncer.

“Acá los pacientes vienen enfermos. El tema es poder relacionar o asociar”, plantea. ¿Asociar con qué? “Me imaginaba que algo relacionado a los agrotóxicos tenía que estar pasando. Y me lo imaginaba porque sabía lo que estaban haciendo las Madres de Ituzaingo, en Córdoba, y leía las publicaciones del Grupo de Reflexión Rural”.

El “click” fue una nota periodística de Darío Aranda en la que se narraba el caso de Iván, un niño del Chaco que con 2 años sufrió ocho meses de quimioterapia y dos años de tratamiento en el Hospital Garrahan. Su madre, Laura Mazzitelli, contaba que en el Hospital un médico le había preguntado si vivía cerca de campos fumigados. “Entonces llamé a Darío y después a la chica para ver quién era ese médico que había preguntado”, cuenta Mechi.

Al parecer, no estaba sola. Nunca encontró a ese médico. Pero esa búsqueda le sirvió para empezar a plantear y a contestarse las dudas.

Luego de percibir la realidad hospitalaria, lo primero que hizo fue leer las noticias, los informes y las pocas investigaciones referidas al tema. Después comenzó a viajar a los lugares afectados: Lavalle (Corrientes), San Salvador (Entre Ríos), Ituzaingo Anexo (Córdoba). La gente me decía: “ ́Qué bueno, vino el Garrahan ́, pero yo me pagaba el pasaje sola. Ahí me comprometía a traer el tema al hospital, difundirlo e intentar armar una movida”.

En el medio

Mechi empezó a funcionar como un verdadero medio de comunicación. Comparte notas e investigaciones con colegas, armó una especie de cartelera con novedades en su oficina en el Garrahan, creó una cadena de mails para transmitir información a cientos de profesionales de la salud, vecinos, periodistas, y tiene una cuenta en YouTube con más de 140 videos referidos al tema.

Desde 2011 organiza jornadas en las que invita a médicos e investigadores de distintos lugares del país para que cuenten en el Garrahan lo que ocurre en sus lugares. En ellas participaron investigadores como Delia Iassa, de la Facultad de Ciencias Naturales de Rosario; el doctor Damián Verzeñassi, de la Facultad de Ciencias Médicas también de Rosario; el médico rural Darío Gianfelici y el científico Andrés Carrasco, entre tantos.

Este 2015 los invitados han sido otros dos pioneros: el bioquímico Raúl Lucero – investigador del área de Biología Molecular de la Universidad Nacional del Noreste, con sede en Corrientes- y la doctora María del Carmen Seveso, especialista en Terapia Intensiva, médica Legista y miembro del Comité de Ética e Investigación del Hospital Ramón Carrillo, de Presidente Sáenz Peña, Chaco.

Ambos llegaron con diapositivas, fotos y alto vuelo científico para mostrar ante unas 70 personas y en un aula del Hospital Garrahan lo que ocurre en los hospitales provinciales. Hubo médicos del propio hospital, enfermeras y gente interesada que se acercó gracias al medio de comunicación que es Mechi, que grabó, filmó y fotografió todo para luego difundirlo.

¿Qué actitud tiene la dirección del hospital frente a este tipo de actividades? “Al principio no nos daban las aulas para las jornadas, pero cuando dijimos que las haríamos igual en la puerta del hospital, aceptaron. El hospital se ocupa de enfermedades, pero es crucial entender cuál es el origen posible de esas enfermedades, como en estos casos, para poder evitar o prevenir esas causas.”

Amor & humor

Atacar los efectos y no las causas pa­rece un mal de gran parte de la me­dicina, recetando pastillas en dosis adictivas, por ejemplo, para felicidad de la industria farmacéutica. “Es mucho más redituable la enfermedad. Lo que no hay es pensamiento crítico”, plantea Mechi.

Su sensibilidad y su rol crítico dentro del Garrahan se criaron junto a los chicos: “Es­tar en relación estrecha con el sufrimiento del paciente te hace pensar bastante más allá de una solución intermedia. El solo he­cho de pensar que chicos que atendí podrían no haberse enfermado... me carga de odio”. Hay que entender la palabra odio en este contexto, ante familias pobres y niñas y ni­ños sufriendo una especie de calvario y sen­tencia, que a veces sólo puede mitigarse con acompañamiento, un muñeco de peluche, o lápices de colores mientras se esperan mi­lagros biológicos.

Para compartir su trabajo Mechi ha elabo­rado un power point en el que explica la utili­zación de las Terapias No Farmacológicas en cuidados paliativos pediátricos. Sus pacien­tes -todos menores de 12 años- cuentan có­mo el reiki o los cuencos les brindan tranqui­lidad, les mitigan el dolor, les permiten dormir mejor. Los chicos utilizan otra pala­bra que no aparece en el Vademécum Nacio­nal de Medicamentos: amor.

El power point plantea además otra re­ceta: “El humor es un recurso maravilloso aunque bastante olvidado. Y los juegos”. Desde Patch Adams hasta cualquier perso­na con sentido común sabe que la risa es terapéutica y que una nariz de payaso oxi­gena almas de chicos de 5 años. En el power point de Mechi se ven rompecabezas, mu­ñecos, mascotas. Una manito colorea a la Cenicienta, mientras que en la sonda que perfora el bracito se lee “morfina”.

Mechi plantea que este trabajo tiene metas concretas: “aliviar ansiedad, in­somnios, borrar pesadillas, mantener es­peranzas”, lo cual haría recomendable que los cuidados paliativos se extiendan a mu­chos de los que están / estamos fuera de los hospitales.

Otro mensaje: “El elemento que más sigue re-evolucionando a la medicina: la silla (muestra una silla pintada por Van Gogh) de uso imprescindible junto al pa­ciente. Es un recurso económico, de acción inmediata; no es agresivo, no posee efec­tos adversos ni riesgo de sobredosis”.

La silla junto al paciente, para escuchar, acariciar, contener “y sobre todas las co­sas: estar”.

Tirar del hilo

El Garrahan, al ser un hospital de alta complejidad, funciona como receptor de pacientes que son de­rivados desde otros hospitales de todo el país: 14% de los pacientes son de Capital, 56% del conurbano, 28% de las provincias. Muchos viajan transportados por la deses­peración. Un ejemplo: Joan, 2 años, de San Salvador, Entre Ríos. Le detectaron un tu­mor cerebral y tuvo que ser llevado al Garrahan inmediatamente en un remis por sus padres, peones rurales, 400 kilóme­tros. Mechi viajó hasta allí para registrar qué lo había enfermado. Difundió el in­fierno que encontró. Y luego, compartió el dolor por la noticia: el chiquito murió un año más tarde.

Mechi comienza a tirar del hilo: “Esto abarca mucho más allá de la oncología, que es lo que vemos acá. La oncología llama más la atención, pero también hay enfer­medades renales, reumatológicas, mal­formaciones, problemas endócrinos”. Ese tipo de diagnósticos no siempre llegan al Garrahan, y por eso Mechi invita a médicos e investigadores a las charlas. “En el inte­rior tienen contacto con su comunidad, están en el territorio, y capaz que hasta atendieron a abuelos y padres de los que aparecen luego enfermos”.

¿Qué cuentan? “Algunos te dicen que fue cambiando el patrón de enfermedades y no se entendía demasiado por qué. Cuan­do empezaron a hilar más fino, a hacer re­gistros, lo que descubren es que lo que cambió: pasaron a tener soja por todos la­dos. Ahí conectan una cosa con la otra”.

¿Qué puede hacer el Garrahan en ese juego de roles?: “Lo que uno intenta hacer es que acá se escuche y se tenga en cuenta esta agresión tóxica, que se comience a hacer un trabajo epidemiológico. Por ejemplo: ver de qué lugares llegan, si de una zona rural o urbana, por ejemplo”.

¿No existe ese tipo de registro? “Nada. Debería haber una historia clínica am­biental. Nosotros solicitamos que haya análisis de sangre sobre agrotóxicos”, dice Mechi y deja en claro: “Y no es una decisión de prespupuesto: es una desición que de­pende de tener voluntad política”.

¿Tampoco existe un informe casero, un relevamiento personal sobre estos casos? “Sería irresponsable tirar cualquier nú­mero. Tampoco quiero que se piense desde ese lugar. Lo interesante es cuestionar que es imposible que no se vea en la salud lo que está pasando en el medio ambiente”.

Descartes y la palmera

Descartes planteó, en el siglo 17, su teoría de la duda metódica como principio de conocimiento. El ra­zonamiento es más o menos así: dado que muchas de las cosas que había aprendido resultaron ser falsas (la Tierra como centro del universo, por ejemplo) sospechó que todo lo que sabía podía ser también falso; para no tener que dudar de todo, directa­mente dudó de los medios por los cuales aprendió.

Mechi Méndez practica algo parecido a la duda metódica: “No se puede razonar desde la certeza. Es al revés: que demuestren ellos que no están envenenado. Si vos tenes la duda de que eso puede enfermar o dañar, listo: no se puede usar. No hay discusión”.

El diálogo, el debate, la negociación suelen ser pregonados como prácticas vir­tuosas, pero no es menos cierta la teoría que Mechi denomina “hablar boludeces”: “¿Qué me voy a poner a discutir leyes o economía? No voy a entrar en el discurso de ellos. Uno termina discutiendo lo que quieren que discutas. Te dicen ‘que corran la franja a mil metros’, ‘que el sistema productivo esto, o aquello’. Entonces em­pezamos a discutir economía, cuando te­nemos que discutir salud”.

El trabajo que lleva adelante Mechi junto a otros profesionales de la salud a los que cabe calificar como valientes, trata de equilibrar esa triste balanza: “Nosotros tenemos que plantear las cosas que ocu­rren en términos de salud. Lo que está mal, lo que no queremos”, dice.

El filósofo Miguel Benasayag llama a es­ta práctica “sacudir la palmera”: marcar el problema es sacudir las estructuras de po­der (la palmera), para que caiga lo que tenga que caer. La comunidad, dice, al igual que Mechi, no tiene por qué plantear la solución a ese problema, sino seguir sacudiendo hasta que cambie algo: “Yo no tengo por qué dar la solución si nadie me vino a pre­guntar: ‘Che, médicos, enfermeras, ¿les parece bien que tiremos glifosato?”.

Cáncer de lesa humanidad

¿Cómo no perder el eje de esa discusión, en medio de la confusión? “A mí me sirve hacer el paralelo con la dictadura”, dice esta enfermera, y en segui­da agrega: “Sí: estoy un poco loca”.

Recordar a quiénes les decían “locas” durante los destiempos militares puede ser una clave para pensar lo normalizado. “La dictadura militar era un enemigo claro. Ahora está todo mucho mas diluido: Monsanto no está solo”.

Parte de esta complejidad, dice Mechi, tiene que ver con la “buena prensa que goza el modelo” económico y político, que ella lee siempre desde sus límites: “Se están muriendo y enfermando muchísimas per­sonas. Visto a la distancia, ¿se nos ocurriría decir: ‘Mirá, a los compañeros que tiran de los aviones, me los podés tirar desde mil metros en vez de 3 mil?’. O: ‘¿podés tortu­rarlos durante ratos más cortos?’. ¿No po­demos hacer ese paralelo?”

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Mechi no es de esas enfermeras que llaman al silencio: “La consigna ‘paren de fumigar’ es como la de aparición con vida. No nos podemos mover de ahí. Tenemos que seguir haciendo conocer lo que pasa pa­ra que nadie, al menos en el Garrahan, pue­da decir: ‘yo no sabía’”.

* Publicado originalmente en Mu, el periódico de lavaca

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