Nelly Arrieta de Blaquier, la dueña de Ledesma, es una de las mujeres más poderosas de la Argentina. A la sombra del imperio azucarero, supo edificar un enorme prestigio en base a la filantropía, lo que le permitió ubicar su nombre al margen de las denuncias que recaen sobre su marido.
—¡Arreglá esto, Carlos Pedro! ¿O también querés cargar con mi muerte? ¡Este escándalo me va a llevar a la tumba!— le gritó María Elena Arrieta de Blaquier a su marido.
—Sos una ingrata. Ledesma es un imperio gracias a mí— le retrucó él.
Esa noche, tras la discusión, Nelly se acostó tarde. Estaba desencajada, no podía dormir. El avance de las causas judiciales contra su esposo, Carlos Pedro Blaquier, por el secuestro de 29 personas entre marzo y julio de 1976 la tenía a mal traer. Los allanamientos a las oficinas de Ledesma dispuestos por el juez federal Fernando Poviña volvían a poner la lupa sobre la empresa que había heredado de su padre y, al mismo tiempo, sobre su familia. No podía aceptar semejante escándalo; ella, una personalidad de la alta sociedad argentina.
Entre tanto revuelo, sin embargo, algo la tranquilizaba. Su nombre siempre se mantuvo al margen de las denuncias. El prestigio que había logrado construir en base a la filantropía la ubicaba en una posición de privilegio, a la sombra de los fantasmas de Ledesma. Años atrás, quince más exactamente, su reputación estuvo en jaque y sorteó la prueba. La agrupación Hijos le hizo un escrache en la puerta del Museo Nacional de Bellas Artes, donde ejercía la presidencia de la Asociación Amigos del museo, y gran parte del ambiente artístico y de los medios de comunicación salió a su respaldo. De hecho, el por entonces director de la institución, Jorge Glusberg, terminó pagando con su renuncia luego de una larga pelea con ella.
Sin dudas, Nelly Arrieta de Blaquier es una de las mujeres más poderosas de la Argentina. Alcanzó esa investidura un poco por decisión propia y otro tanto por legado familiar. De chica siempre se sintió por encima de los demás. Su padre, Herminio, la trataba como a una reina. En su mansión de Jujuy, en Ledesma —el pueblo que fundó su abuelo—, “tenía el mejor parque de diversiones que una niña podía soñar (sic)”: juegos, muñecas, castillos, los vestidos más finos importados de Europa y hasta un cine al aire libre sólo para ella. Prácticamente no pisaba la calle. Los Arrieta salían de la casa para lo mínimo indispensable.
Nelly se crió al calor de las imposiciones y los mandatos familiares. A los 10 años, se levantaba de madrugada para acompañar a Herminio a recorrer la zafra. Conocía cada rincón del ingenio. Sabía recitar de memoria las cifras de producción y exportación de la empresa, y estaba dispuesta todo el tiempo a demostrar lo que había leído sobre la industria azucarera en el mundo y en la Argentina. Pasaba horas leyendo los libros que su padre le daba, como si se trataran de manuales de la escuela. Lo que en un principio adoptó como una obligación, con el tiempo le abrió un lugar de pertenencia: se propuso convertirse en una experta en la actividad que tan buenos réditos le había dado a su familia.
“Voy a ser la reina del azúcar”, le repetía a su padre cada vez que se imaginaba al mando de Ledesma. Por eso, desde que tuvo la edad necesaria —hasta septiembre de 2013—, Nelly se mantuvo inamovible en el directorio de la compañía que hoy no sólo es un ingenio azucarero sino un enorme complejo agroindustrial. En la actualidad, Ledesma posee 40 mil hectáreas sembradas con caña de azúcar; fábricas de alcohol, celulosa y papel; 2000 hectáreas de plantaciones de cítricos, paltas y mangos; una terminal de empaque de frutas; una planta de jugos concentrados; una fábrica de bioetanol y una central termoeléctrica . Sus utilidades, según el último balance , alcanzaron los 171 millones pesos, unos 14 millones más que el período 2012-2013. Un emporio monstruoso forjado en base a un pasado amargo.
El poder de Ledesma y de la familia Blaquier se respira en el aire de Jujuy. Así lo reflejan los documentales Diablo, familia y propiedad (Fernando Krichmar, 1999) y Sol de noche (Pablo Milstein y Norberto Ludin, 2002). Ambas investigaciones dan cuenta de cómo la sangre y el sudor de obreros e indígenas riegan, desde hace 200 años, las raíces del devenir de la empresa. La firma se expandió desparramando muerte y violencia por toda la provincia. Los métodos de mano dura y explotación se heredaron de sus primeros dueños: los Ovejero. Con la llegada de Carlos Pedro Blaquier, el sistema se recrudeció y alcanzó límites impensados: hacia los ’70 moría un hijo de zafrero por semana. Durante la última dictadura, Libertador General San Martín se transformó en un infierno.
El desembarco de Carlos Pedro en la vida de Ledesma llegó de la mano de Nelly. Se conocieron a principio de los ’50, en uno de los eventos más exclusivos de Buenos Aires. En poco tiempo entablaron una relación y además una alianza estratégica a nivel familiar. Con Blaquier, los Arrieta encontraron la llave para entrar a la aristocracia porteña. Él es descendiente de Álzaga y eso les permitió acceder al círculo selecto de la nobleza argentina.
A partir de ahí, Nelly empezó a dedicarse a una nueva etapa de su vida, más ostentosa. Le cedió la injerencia total de su empresa a su marido, aunque nunca fue ajena al día a día. Mientras crió a sus hijos se abocó de lleno al mundo del arte y a elevar el status de su riqueza. El patrimonio de los Blaquier llegó a superar los 2.200 millones de dólares. Gran parte de ese dinero lo consiguieron a partir de la expansión voraz de Ledesma desde los ’70 y también a través de nexos con los sectores más recalcitrantes del poder concentrado.
Cuenta la periodista Soledad Ferrari en su libro Las Blaquier: “Carlos Pedro participó de los encuentros clandestinos del denominado Club Azcuénaga. Éste era un grupo de militares y civiles de la derecha antiperonista, encabezados por el general Federico de Álzaga, que se reunía en una casona de la calle Azcuénaga cedida por Blaquier. Desde allí se conspiró contra Estela Martínez de Perón y se elaboró el plan económico del futuro gobierno de facto”.
Las medidas impulsadas por el ministro José Alfredo Martínez de Hoz beneficiaron, desde ya, al ingenio. En plena dictadura, Ledesma pudo comprar 10 mil hectáreas de tierra al módico precio de un peso cada una. Así, la empresa consolidó aún más su señorío en la provincia.
A medida que la familia escalaba posiciones, para nada exenta de lo que sucedía, Nelly se convirtió en una de las coleccionistas de arte más importantes del país. En sus viajes a Roma, París o Nueva York, compró todo tipo de pinturas, esculturas y reliquias. Adquirió cuadros invaluables de Gauguin, Degas, Renoir y Monet. Platería francesa del siglo XVIII. Una colección de bronce del Renacimiento y gran cantidad de armas antiguas. Por estos lares, consiguió una colección de platería criolla, otra de arte precolombino y un impresionante stock de pinturas rioplatenses del siglo XIX, con obras de artistas “viajeros”, como el alemán Rugendas, los franceses Pallière y Monvoisin, y acuarelas del inglés Emeric Essex Vidal.
Las obras permanecen guardadas bajo varias llaves y están distribuidas entre las distintas propiedades que poseen los Blaquier: el palacio de La Torcaza, el campo de La Biznaga y el lujoso departamento ubicado frente a la Plaza San Martín. En realidad, son pocas las personas que conocen la colección completa, ya que Nelly y Carlos Pedro son reacios a exhibirla. Sólo en contadas ocasiones, obras de su colección participaron de muestras abiertas. Por ejemplo, en 2004, cuando en el Museo de Bellas Artes Nelly organizó la mayor retrospectiva sobre la obra de Emilio Pettoruti y expuso al público una pila de cuadros de su colección privada.
A kilómetros del ingenio y de la zafra, el arte se transformó en una especie de pantalla. Durante muchos años Nelly fue parte central de la Comisión Directiva del Museo de Bellas Artes, y por tres décadas fue presidenta de la Asociación de Amigos de ese museo. Casualmente, asumió su cargo en julio de 1977, en plena dictadura. A esta institución, le dedicó una incontable cantidad de horas de trabajo y a su vez le donó muchísimo dinero.
El lujo y la filantropía le permitieron a Nelly Blaquier despegarse silenciosamente de la huella criminal de Ledesma y hacerse de un nombre y una reputación en el mundo. Así se desprende de una profunda investigación realizada por el colectivo Arde! Arte. José Luis Meiras, uno de sus miembros, remarca que al investigar la figura de Nelly llegaron en múltiples ocasiones a varios callejones sin salida. “La figura de Nelly es casi intocable”, asegura. Y eso seguramente sea por el prestigio que se ha sabido construir.
Nelly Blaquier posee decenas de condecoraciones y reconocimientos internacionales, como la Dama de Grazia, de Malta; El Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, de Francia; el premio Lys de Oro, otorgado por la Orden de San Martín de Tours; y la medalla de Honor de la Universidad Albert Ludwig de Friburgo, Alemania, entre otros.
En la Argentina, cientos de instituciones destacan su costado benefactor con placas de bronce. La mayoría de los museos de la Ciudad de Buenos Aires se complacen de los buenos aportes de los Blaquier. No preguntan de dónde viene el dinero ni cómo se hizo, simplemente lo reciben y aplauden.
Este año, la Asociación Amigos del Museo de Bellas Artes inauguró el Auditorio Nelly Arrieta de Blaquier: un espacio de 2 mil metros cuadrados, con estilo arquitectónico minimalista y 270 butacas que fueron “donadas” entre varios aportantes, que pagaron unos seis mil pesos cada una como forma de contribuir económicamente al armado de la sala. La recaudación total, con aportes privados y personales, llegó a los dos millones de pesos. Entre los nombres de los “generosos” donantes están Alejandro Bulgheroni, Cristiano Rattazzi y otros tantos sospechados de complicidad activa en la última dictadura militar.
La beneficencia y el coleccionismo, en el último tiempo, se han transformado en una vía para hacer negocios y ahorrar dinero. Becaria del Conicet, Mariana Cerviño explica en No, yo tampoco. El amor al arte, probablemente que en la década del ‘90 apareció un nuevo coleccionismo de banqueros y empresarios como una forma de inversión. La poca transparencia del mercado del arte alimenta esta práctica para nada inocente.
Hoy, la contabilidad de las galerías y los números que se manejan en el ambiente son generalmente inaccesibles. La única fuente disponible en la Argentina es la revista Trastienda, que releva sólo las operaciones que tienen lugar en subastas públicas, en las que lógicamente están representadas las obras más consagradas y los artistas de mayor trayectoria. El circuito del arte contemporáneo queda así poco representado por las estadísticas y más por el parecer.
Ahí se resguarda la imagen y el prestigio de los Blaquier, entre las sombras y el misterio. A ciencia cierta, pocos son los que conocen por completo los alcances de su colección. El poder de Nelly y Carlos Pedro ha comprado silencios dentro del ambiente, de forma literal. Y al mismo tiempo los ha rodeado de una influencia y autoridad que pocos se animan a criticar. Un ejemplo surge en una charla con un investigador del Museo de Bellas Artes; el hombre, guionista de la institución, a quien preferimos no nombrar para no generar heridas ni suspicacias, al hablar de Nelly la defiende sin pretextos: “La mujer de Videla no tiene la culpa de lo que hizo Videla” (sic). Da para pensar.
Quienes la conocen y trabajaron con ella la describen como “un cerebro”, “una mujer que no deja nada librado al azar”. Los que forman parte de su círculo más íntimo, la pintan como una verdadera dogmática: “No concibe que las cosas sucedan de otra manera que como manda su voluntad”. Por esa actitud, lo suyo es un verdadero matriarcado. Es complicado no dejar abierta una incógnita respecto a su figura en el mundo del arte.
* Publicado originalmente en Revista NaN