Un reciente estudio científico ha puesto en evidencia la falacia que se esconde tras el principio de “equivalencia sustancial” mediante el cual se justifica la seguridad humana y ambiental de los OGM.
Iguales pero diferentes
El principio de “equivalencia sustancial” es el artilugio del que se valen las empresas y los estados para justificar el lanzamiento al mercado de OGM sin tener que someterlos a minuciosos estudios. Se arguye que el OGM y sus “parientes” tradicionales o no-transgénicos son “equivalentes” en su comparación química y por tanto se justifica así la seguridad humana y ambiental de los nuevos productos sin tener que demostrarla de un modo más directo y específico.
Desde 1986 la FDA (la entidad regulatoria en el ámbito nutricional de EE.UU., y responsable de establecer si los OGM son aptos para el consumo humano) tiene en cuenta características nutricionales básicas y superficiales como el sabor, el aspecto, el olor y la textura, ignorando los mecanismos químicos más profundos que ocurren en las plantas genéticamente modificadas. "Es increíble que todavía no existan normas [de la FDA] para las pruebas. La seguridad de los suministros de alimentos requiere que la ciencia desarrolle dichos estándares científicos modernos para la aprobación de los OGM", señaló el Dr. VA Shiva Ayyadurai.
La señal de alarma para los defensores de los OGM llegó con la publicación de un nuevo estudio del equipo del Dr. VA Shiva Ayyadurai, Ph.D., biólogo del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) publicado en julio de 2015 en la revista Scientific Research. En su investigación -en la que se analizaron 6.497 experimentos de 184 instituciones científicas llevados a cabo en 23 países- se pone en relieve que la soja genéticamente modificada acumula formaldehído carcinógeno y altera su capacidad natural de controlar el estrés.
Para Ray Seidler, (ex investigador principal de la Agencia de Protección del Medio Ambiente de EE.UU.): "El formaldehído es un conocido carcinógeno de clase 1. Su elevada presencia en la soja causada por la ingeniería genética común es alarmante y merece atención inmediata y la acción de la FDA y la Administración de Obama. La soja se cultiva y se consume ampliamente en EE.UU., incluso forma parte de alimentos infantiles. Un 94% de la soja cultivada aquí es genéticamente modificada".
Casa blanca, oscuras intenciones
El pasado 2 de julio la propia Casa Blanca publicó en su boletín la intención de la gestión Obama de mejorar la transparencia y garantizar la seguridad de la biotecnología, para lo que se pretende revisar y actualizar el sistema de evaluación de los transgénicos de Estados Unidos, que data de 1986 (con una última modificación en 1992).
Según el boletín: “Estas circunstancias exigen revisar el marco coordinado una vez más. En consecuencia, hoy la Casa Blanca está emitiendo un memorando dirigido a las tres agencias federales que tienen responsabilidades de supervisión para estos productos: la Agencia de Protección Ambiental (EPA), la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) y el Departamento de Agricultura (USDA), para actualizar el marco coordinado, desarrollar una estrategia a largo plazo para asegurar que el sistema esté preparado para los futuros productos de la biotecnología, y encargar un análisis a expertos, del futuro paisaje de productos de la biotecnología para apoyar este esfuerzo...”
En el paquete de medidas que se impulsarán podría encontrarse también el etiquetado obligatorio de los alimentos transgénicos. Sin embargo, crece la fuerza con la que avanza la llamada Ley Dark, presentada en marzo pasado, que busca evitar que se lleven a cabo iniciativas que intenten una ley para el etiquetado en cualquier estado y además anular las pocas que se encuentran vigentes.
De vacas locas
En el año 1986 se detectaron en Reino Unido los primeros casos de animales enfermos con el “mal de la vaca loca”, enfermedad que provocó decenas de miles de sacrificios de animales y cientos de muertes humanas en todo el mundo.
El síndrome se origina a partir del principio de equivalencia sustancial como base para la evaluación de la seguridad de los alimentos transgénicos en el caso de los priones. Estos son las proteínas responsables de la EEB, cuya composición de aminoácidos es exactamente igual al de aquéllas procedentes de las células sanas y sólo cambia su forma espacial. De acuerdo con el mencionado principio, la carne de una vaca loca es sustancialmente equivalente a la de una sana. El problema radica en que no pueden predecirse los efectos toxicológicos, bioquímicos e inmunológicos de los alimentos transgénicos a partir de su composición química. (Larrión Cartujo, Jósean Estilos de gestión de incertidumbre: Los productos transgénicos y la polémica sobre la viabilidad del principio de equivalencia sustancia)
El costo Humano
La UE abandonó el método de “equivalencia sustancial” en el 2003 (Reglamento 1829/03) y se aleja progresivamente de los OGM año tras año gracias a la presión de las organizaciones sociales.
Por su parte, EE.UU. parece obligado a tomar decisiones forzado por el mercado –especialmente Europeo y Japonés- que limita cada vez más la aceptación de este tipo de líneas de semillas y productos alimenticios.
En América Latina el costo del modelo extractivo se cuenta en miles de vidas humanas. Las evidencias de la toxicidad del modelo ya no son tema de discusión, ni siquiera para los organismos que siempre se han ocupado de defenderlo. Los agronegocios han destruido la agricultura familiar; el sector agrícola es el que mayor mano de obra ha expulsado en los últimos 20 años provocando el éxodo de las familias a las periferias de las grandes ciudades, en las que el trabajo tampoco abunda. Los conflictos de tierras han ido aumentando al igual que la concentración en unas pocas manos que explotan en su mayoría soja GM.
La OMS, que recientemente reconoce que el glifosato no es inocuo para los seres humanos, llega tarde a una realidad que tiene a muchos pueblos con índices de enfermos de cáncer que triplican la tasa media de los argentinos.
La salida es por acá
El modelo se agota y muestras de ello son estas puestas en escena que vemos dar a la Casa Blanca para sostenerlo, la irrefutable realidad resulta difícil de ocultar, incluso con millonarias campañas de marketing. Las lamentables consecuencias del modelo extractivo en particular y del sistema capitalisma en general, ya no caben bajo la alfombra.
Por esta razón, la solución no puede estar donde se originó el problema y es nuestra obligación generar nuevos caminos y no aceptar los placebos que ofrecen los envenenadores de siempre. A nadie podrán ya engañar con los "nuevos métodos de evaluación de OGM", ni acallarán a los pueblos fumigados con un herbicida que reemplace al glifosato, que seguramente tendrá una etiqueta que diga “Bio” en verde (tan verde y sana como la coca-cola life).
La única salida es un cambio profundo y radical de método y sistema. La salida es la agricultura orgánica, porque ella implica respeto ambiental, ahorro energético, ausencia de contaminación y protección de la salud de quienes producen y de quienes consumen, trabajo digno y la reconstrucción de una armónica y equilibrada relación con nuestra madre tierra.