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Los hijos de Guevara


El 8 de octubre de 1967 cayó en combate el comandante Ernesto Guevara. Un día después fue asesinado en La Higuera por soldados bolivianos al servicio de la CIA. Cuando Aleida, hija del Che, supo de su muerte, tenía 7 años y apenas si guardaba un puñado de recuerdos, los mismos que conserva hoy. Imágenes y amores intactos de un padre que entregó su vida por todos los hijos de este mundo.

Cuando murió mi padre fue un momento muy duro. Fidel nos preparó la noche anterior y nos dijo que había recibido una carta en donde mi papá decía que si un hombre muere haciendo lo que quiere no se debe llorar por él. Al otro día, mi mamá me dio la noticia. Me sentó en la cama y me leyó la carta de despedida. Yo pensé, “ya no voy a tener más papá”. Y sentí como que una lágrima empezaba a salir. Pero me acordé de mi tío, lo que le había prometido, y lo cumplí. Me incorporé y dije “mamá, no podemos llorar porque mi papá murió como él quería”.

Con papi tuve muy poca relación en verdad. Tenía cuatro años y medio cuando él se va para el Congo. Hay dos o tres cosas que quedaron sin embargo muy presentes., una por ejemplo, es cuando mi mamá parió a mi hermano más pequeñito, que apenas tenía un mes de nacido cuando papi se va. Pues tengo el recuerdo de una imagen en el cuarto de ellos, en la que está mi madre con una bata azul y mi papá está a su lado vestido de militar acariciándole la cabecita al bebé. Lo está tocando con una ternura tal que una niña de cuatro años y medio, como tenía yo, lo recuerda hoy. De alguna manera eso me marcó.

Ya después siendo mujer y teniendo a mis propias hijas me doy cuenta de la cantidad de cosas que podían estar pasándole a ese hombre por la cabeza. Esa era una despedida. Y esas son cosas muy duras en la vida de un revolucionario, porque a veces tienen que dejar detrás familia, hijos, y no siempre son entendidos.

A mi en Chile me entrevistó una muchacha que es hija de desaparecidos, y en un momento ella me preguntó: ¿tu no te sientes traicionada por tu papá, abandonada? Creo que la miré con tristeza. Porque mi papá no fue a combatir por otro planeta. Mi papá fue a combatir en este planeta por un mundo mejor para todos, y yo estoy incluida dentro de esas personas. Nunca me abandonó, todo lo contrario, estaba luchando para que yo pudiera seguir desarrollándome y ser mejor persona. Si hay algo que lamento es no haber tenido la edad suficiente para acompañarlo.

Otro recuerdo es de la última vez que nos vimos, y esa es una anécdota muy simpática pero muy dura para él.

Él llegó a casa ya transformado para salir del país y a nosotros nos lo presentaron como un amigo de mi papá que era español. No podían decirnos que era mi papá porque imagínense que al otro día lo hubiera repartido en toda la escuela, dicho a todo el mundo que mi padre estaba en Cuba y ya la operación hubiera acabado.

Yo estaba en uno de esos días en que los niños arrasan con todo y enseguida le dije que ese hombre no era español. Ahí les entró la preocupación a todos, porque si esa enana había descubierto que no era español entonces todo el trabajo de caracterización no había servido. Pero él se quedó muy tranquilo y luego nos acomodamos para comer. Tuvo que explicarme lo que era un anfitrión y por qué él debía sentarse en la cabecera y no yo. Porque obviamente yo quería sentarme donde se sentaba antes mi papi y le expliqué eso. Mi madre me contó mucho después que el hombre no entraba en su traje del orgullo.

Después de comer jugamos un rato. Hay que pensar que éramos cuatro muchachitos, y la mayor era yo con cinco años, así que esa tropa era difícil de llevar. Corriendo esa noche yo me caí y me pegué un buen cocotazo en la cabeza. Me salió un chichón de inmediato y entonces el hombre me toma, me protege, me hace preguntas, porque era mi papá y era médico.

Evidentemente algo especial le comunicó ese hombre a esa niña porque al rato, cuando ya me recuperé, comencé a molestar a mis padres que estaban parados uno frente a otro, tratando de hablar de algo importante. Yo no los dejaba hablar, giraba en torno a mi madre y le decía “tengo que decirte un secretito, tengo que decirte un secretito…” Y tanto he molestado que al final mi madre accedió, y entonces le dije: “Mamá yo pienso que este hombre está enamorado de mí”.

Imagínate la emoción contenida de él. Ese fue mi último encuentro con él. Yo no supe que era mi papá hasta después de que lo asesinan en Bolivia y mi mami nos lo cuenta. Fue muy lindo saberlo. Porque todo revolucionario debe sacrificarse, pero no debe sacrificar el amor del otro, eso no. Y mi padre nos dejó claro que verdaderamente nos había amado.

Y por eso lo amo. Uno no ama a las personas porque se las imagina como son, uno ama a las personas por lo que son. Porque pudieron sacrificar lo más hermoso de su vida porque pensaban que lo que estaban haciendo era más útil para todos los seres humanos. Y eso no todo el mundo es capaz de hacerlo, desgraciadamente. Entonces, a los pocos hombres y mujeres que son capaces de hacer eso hay que protegerlos en la historia, cuidarlos aunque sea dentro de uno, en la propia memoria y sentir ese amor de verdad, sin ningún tipo de miramientos, sin nada, solamente amor de verdad.

* Publicado originalmente en Revista Mascaró

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