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Aquí yace un pájaro. Una flor. Un violín.


Hoy se cumplen tres años de la muerte de Juan Gelman, el más grande poeta argentino, aquél que durante más de 50 años se mantuvo en el límite en su doble profesión de poeta y periodista, siempre al filo de la belleza, brillando para que nadie sufra mientras acechaba el arribo de la palabra exacta con paciencia animal.

Gelman se acercó definitivamente a su esqueleto en México, país en el que se encontraba radicado desde 1989, luego de ser finalmente vencido por un cáncer contra el que no quiso someterse por las complicadas torturas oncológicas. Pidió que sus cenizas fueran esparcidas en Napantla, un pequeño pueblo de dos mil habitantes del municipio de Tepletixpa en el que naciera Sor Juana Inés de la Cruz.

Aún luego veinte años en tierra azteca, Gelman nunca dejó de escribir versos previamente llorados por la ciudad donde nació. Alumbrado un 3 de mayo de 1930 en el barrio de Villa Crespo, tercer hijo de un matrimonio de inmigrantes judíos ucranianos, siempre fue un alumno adelantado en la carrera de ser todo corazón. A los 8 años comenzó a escribir sus primeros poemas de amor y publicó uno de ellos a los 11.

Mientras estudiaba en el Colegio Nacional de Buenos Aires, a los 15 años, comenzó a militar en la Federación Juvenil Comunista, organización con de la que se fue distanciando claramente a partir de la influencia de la revolución cubana y de su apoyo a la lucha armada en Argentina. Ya en los sesenta fundó, junto a otros alejados del Partido Comunista como José Luis Mangieri y Juan Carlos Portantiero, el grupo Nueva Expresión y la editorial La Rosa Blindada.

En 1956 publicó el poemario fundamental Violín y otras cuestiones, prologado por su maestro y amigo Raúl González Tuñón, y también comenzó su carrera periodística.

Su doble faz de poeta y periodista es fundamental para captar más plenamente la dimensión de la figura de Gelman. Como periodista, rezongando como un bandoneón mojado hasta los huesos por la llovizna nacional, pasó por las redacciones de Confirmado, Panorama, La Opinión, Noticias y Crisis, entre otras.

Durante muchos años despuntó el vicio como columnista de Página/12, medio al que contribuía con contratapas de lectura obligatoria durante los noventas y dosmil. Sus análisis internacionales desenmascaraban, con rigurosidad periodística apabullante de datos y fuentes, los embrollos de los halcones-gallina del imperialismo en Medio Oriente y su amistad incondicional con el Estado de Israel. Muchos de estos textos fueron recopilados en los libros Prosa de prensa y Nueva prosa de prensa.

Luego de su adhesión a las guevaristas Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Gelman acompañó la fusión con Montoneros en 1973. Ya en el exilio siguió actuado como jefe de Prensa de Montoneros para Europa. En 1977 adhirió al Movimiento Peronista Montonero para abandonarlo dos años más tarde con severas críticas a su verticalismo y militarismo. Muchos de estos cuestionamientos los desarrolló en su libro de 1987: Contraderrota. Montoneros y la revolución perdida.

El 24 de agosto de 1976 un grupo de tareas de la dictadura irrumpió en su casa y, ante su ausencia, se llevaron a sus hijos Nora Eva y Marcelo Ariel, de 19 y 20 años, y a su nuera María Claudia Irureta Goyena, embarazada de siete meses. Así comenzó la larga lucha de Gelman por conocer el paradero del cuerpo de sus hijos y el destino de su descendencia.

En una carta pública a su nieto o nieta escribió: “Ahora tenes casi la edad de tus padres cuando los mataron y pronto serás mayor que ellos. Ellos se quedaron en los 20 años para siempre. Soñaban mucho como vos y con un mundo más habitable para vos. Me gustaría hablarte de ellos y que me hables de vos. Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él. Para reparar de algún modo ese corte brutal o silencio que en la carne de la familia perpetró la dictadura militar”.

En 1990 el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó los restos de Marcelo en un río de San Fernando y en 1998 Gelman descubrió que su nuera había sido trasladada a Uruguay como parte del Plan Cóndor. El poeta exigió sin pausa el esclarecimiento a los gobiernos argentino y uruguayo (llegando a debatir públicamente con el reacio presidente orienal Julio María Sanguinetti). En 2000, a apenas un mes de la asunción de Jorge Batlle, su nieta, María Macarena, de 23 años, fue localizada.

Su impresionante obra poética continuó durante el primer período con piezas fundamentales como El juego en que andamos (1959), Velorio del solo (1961), Gotán (1962), Cólera buey (1964) y Traducciones III. Los poemas de Sydney West (1969). A partir de Relaciones (1973) se abre una nueva etapa, en la que el poeta prescinde de signos de puntuación, utiliza barras y fuerza el idioma hasta sus límites.

Al respecto supo contestar en una entrevista: “Aquello fue producto de varias desesperaciones: el exilio, las muertes, toda una serie de cuestiones; el lenguaje me resultaba absolutamente insuficiente, y también ahora me resulta insuficiente. El lenguaje tiene límites terribles para decir determinadas cosas pero creo que la poesía interrogando al lenguaje trata de decirlas. En ese entonces, por mi desesperación personal, traté de buscarlas cambiando el género a ciertas palabras, convirtiendo verbos en sustantivos y sustantivos en verbos, era una búsqueda contra las imposibilidades del lenguaje”.

Cuando en 2007 fue galardonado con el premio Cervantes, el más importante de la lengua española, la poeta Diana Bellesi opinó: “Atravesando varias décadas de la poesía argentina, Gelman ha sido para muchos de nosotros una voz indomable y compañera, nunca la de un master, la de un prócer, sino una voz cercana y viva donde hay lugar para cualquier tema que tensa el corazón humano, que sorprende a la mirada y trastrueca a las formas en su afán de decirlo. Sólo eso parece importarle a Gelman, mientras se mueve en la cuna de una tradición de la lengua y también en su ruptura. Camina allí, en la extraña cornisa de la poesía, donde la herencia letrada y el habla liberta se encuentran de peculiar manera volviendo íntimo todo lo que toca, porque ésa es quizá la verdadera acción revolucionaria de la poesía”. De todos modos Gelman, aunque agradeciéndolos, siempre sostuvo que su confianza en la poesía era independiente de los premios.

En enero 2014 la noticia de su muerte recorrió el mundo y en nuestro país se decretaron tres días de duelo nacional. El mundo de la poesía estaba de luto por ese hombre que, aunque sabía que con un poema no tomaría el poder y que con unos versos no haría la Revolución, nunca dejó de sentarse empecinadamente a escribir.

Extrañamos al Gelman periodista, especialmente en estos tiempos aciagos en los que se miente en cantidad, hermanos míos. Y del mismo modo extrañamos al poeta, al maestro que supo trepar siempre por sobre los muros secos de lo debido para volar locamente por el techo del mundo mientras abajo los pueblos arden, las banderas. Por eso, sobre todo ahora que el que el coeficiente de ternura parece declinar vertiginosamente, debemos aprender a resistir. Ni a irse ni a quedarse, a resistir, aunque parezca seguro que habrá más penas y olvido.

Arte poética

Entre tantos oficios ejerzo éste que no es mío,

como un amo implacable

me obliga a trabajar de día, de noche,

con dolor, con amor,

bajo la lluvia, en la catástrofe,

cuando se abren los brazos de la ternura o del alma,

cuando la enfermedad hunde las manos.

A este oficio me obligan los dolores ajenos,

las lágrimas, los pañuelos saludadores,

las promesas en medio del otoño o del fuego,

los besos del encuentro, los besos del adiós,

todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre.

Nunca fui el dueño de mis cenizas, mis versos,

rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte.

Juan Gelman

* Publicado originalmente en Notas

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