A 25 años de la muerte de Don Atahualpa Yupanqui
Atahualpa Yupanqui es los infinitos caminos que ha transitado. Es tierra pampeana, Tucumán, Córdoba, Jujuy, Bolivia, Japón y Francia. Es río, cardón, arenales, piedra, montaña y árbol. Es campesino, minero, arriero y cantor. Su destino, siempre lo supo, fue el camino.
Encontró en el viajar la forma más elevada de libertad. Su “sueño lejano y bello”. Por eso, cierto día, Héctor Roberto Chavero, el chango nacido en Pergamino un 31 de enero de 1908, se subió al lomo de su caballo y se echó a andar en busca de los senderos del indio. Con las estrellas arriba y algo de polvo abajo, despertó en los cerros y, a partir de ahí, nada sería igual. Nacía Atahualpa Yupanqui, el cantor, el guitarrero y el poeta errante. Aquel “que cuando llega ya se ha ido”, como lo entendería Manu Chao. El amado y perseguido. El mito. El hombre contradictorio e intrincado. El solista y solitario. Don Ata, tan anónimo como influyente y reconocido. El que “vino de lejanas tierras para decir algo”. Y vaya si dijo. Dijo y tradujo. Y reconcilió en un mismo canto lo gauchesco y lo indígena. La vidala y la milonga criolla. “Su figura es tan poderosa, su poesía y su música tan perfectas y su nombre de tan profundas resonancias ―porque Atahualpa Yupanqui es casi una categoría moral del arte, un ideal que enaltece al que lo busca―, que tenemos la impresión de que existió siempre, de que es el clásico de los clásicos de la Argentina”, lo define el historiador y periodista Sergio Pujol, autor de su profunda biografía En nombre del folclore (Emecé, 2008). Hoy se cumplen 25 años de su muerte, ocurrida en Nîmes, Francia. Y surgen varios interrogantes: ¿se ha comprendido la obra de Atahualpa Yupanqui? ¿Hay un verdadero conocimiento de su obra? Si es tan reconocido, ¿por qué no suena en la radio?
ESE MITO ANÓNIMO
Si algo hizo Yupanqui fue colaborar en el crecimiento de su figura mítica. Era solista en todo sentido: no sólo componía, escribía e interpretaba, sino que en público prefería tocar en solitario, sin músicos. Él y su guitarra. Durante toda su vida, se mantuvo lo más alejado posible de la escena pública. Y no fue fácil seguirle los pasos. Peregrino por naturaleza, tuvo tantas residencias como canciones, ya sea por decisión propia, por mudanzas o por esa injusticia llamada exilio. Sus últimos años fueron en Francia, en donde fue condecorado en 1986 como Caballero de la Orden de las Artes y las Letras.
Aunque se afilió al Partido Comunista (PC), en 1945, renegaba de las instituciones modernas. Pero, sobre todo, no le importaba la trascendencia de su figura sino la de su obra. Soñaba con ser un autor anónimo. En “Destino del canto”, uno de sus poemas fundamentales, delinea el camino: “La luz que alumbra el corazón del artista es una lámpara milagrosa que el pueblo usa”. Para Yupanqui, la responsabilidad del cantor es traducir las penas y los gozos del pueblo. “Él entiende el anonimato como uno de los valores sublimes dentro del arte. Porque cuando esa obra pasa a ser un bien del pueblo tiene un sentimiento de pertenencia que se multiplica. Y es mucho más importante desde el punto de vista social y popular. Entonces, entendía la anonimia como la posibilidad de liberarse del ego, de desprenderse de lo que uno cree que es de uno. En su obra poética enseña que la verdadera misión del artista es alumbrar, no deslumbrar.” Quien habla es el folklorista José Ceña, un estudioso de los pasos de Don Ata.
Sin duda, el campo temático de Atahualpa tuvo varios tópicos recurrentes: la soledad, el silencio, el paisaje y las penas del hombre. Las dos últimas, sin embargo, eran indisociables. Para Pujol es un error considerarlo un “paisajista”. Porque en su obra, el paisaje y el hombre forman parte de una misma cosa. Un “todo” indivisible, según la cosmovisión andina. “En una de sus primeras canciones, ‘Vidala del cañaveral’, hay una presencia del trabajador rural que estaba ausente en las letras del folklore. En general, en el folklore hay mucha referencia a la naturaleza sin la presencia humana, como un paisaje que se contempla, que se observa y al que se le canta. En cambio, en Yupanqui hay conflicto social. Es una obra con una fuerte conciencia social pero a la vez despegada de la canción de protesta, una categoría que él realmente aborrecía”. Entonces, el trovador errante hace suyo el sufrimiento del peón rural, el minero, el arriero del norte y otros trabajadores. El poeta y compositor tucumano Néstor Soria, quien lo conoció en vida, recuerda: “Alguna vez trabajó en las canteras o pelando caña. Y eso le permitió conocer muy de cerca la tristeza, la frustración y la pena del hombre de campo. Entonces, se convirtió en un defensor de los pueblos originarios y del paisanaje pobre. Al ser un obrero más, tuvo una gran sensibilidad por la gente que sufre. Y es por eso que los patrones lo hacían perseguir continuamente”.
En su andar por las tierras profundas del país recogió las historias de esos hombres, se comprometió con ellas y las hizo canciones y poemas. Dice Pujol: “Hizo un trabajo similar al de los recopiladores de folklore, al de los etnógrafos, un trabajo casi científico. Además, tenía una gran memoria para la música y los versos.” Su libreta de mano fue tan fiel como su caballo. Por ejemplo, fue en el camino donde encontró y recuperó la bella “Duerme negrito”. En una entrevista, Yupanqui dijo una vez: “El camino se compone de infinitas llegadas. Pero cuando uno toma un autobús o un avión es otro asunto, sube y llega. Sólo ve un mar de nubes. Ese andar es muy cómodo pero no ayuda al fruto. No hay nada que madure en esas dos horas. En cambio, a caballo usted llega a una flor, a un amigo, a una piedra, a un rincón y a un árbol. El camino fue mi universidad”. Así, forjó una obra amplia e inabarcable. Oficialmente, desde 1936, registró más de 80 discos y más de 300 canciones. Y, claro, dejó una decena de libros de poemas y relatos. Cada tanto, aparecen obras inéditas escondidas en los sitios por donde pasó y en manos de amigos del camino.
LAS RAÍCES, SU OBRA
Cuando Héctor Chavero viajó con sus padres a Tucumán se maravilló por las historia viva de los pueblos originarios. Más tarde, en 1930, hizo un viaje iniciático por Jujuy y Bolivia, dos caras de la misma cultura andina. La región del antiguo Collasuyo incaico, cuyo territorio también abarcaba parte de Perú y Chile. No fue casual, entonces, que su primera composición fuera “Camino del indio”, cuando apenas tenía 18 años. Ese hecho marcaría a fuego su largo sendero. Toda su obra está atravesada por una fuerte fascinación por las culturas indígenas. De hecho, debe su nombre artístico a dos líderes incas. De todas formas, su vinculación con lo indígena no despertó sólo a partir de los viajes: su padre, quien lo envalentona para estudiar guitarra clásica, era santiagueño y por sus venas corría sangre originaria. Su madre, en tanto, tenía origen vasco. Si bien Yupanqui nació en Pergamino, en un pueblo rural, su papá era jefe de estación ferroviario y cada tanto tenía que viajar por fines laborales. Entonces, la familia Chavero tuvo que trasladarse en varias oportunidades. ¿Cómo esperar, entonces, que Yupanqui fuera un sedentario?
El folklore, como la cultura, no es algo estático. Está en constante movimiento. Lo que hoy es novedoso o contemporáneo, mañana, si perdura y le es útil a la sociedad, será folklore. Además de incorporar al campesino rural como campo temático, Yupanqui enlazó en su canción dos actores hasta ese entonces opuestos en la historia oficial. “Es uno de los pocos artistas notables que establece en su obra un espacio de convivencia entre lo gauchesco y los pueblos originarios ―destaca Ceña―. Más que hablar del guacho, hablaba del paisano. Nunca habla del gaucho aristocrático, de ése que en algún punto pertenece a la clase dominante. Habla del hombre que ni siquiera se dice gaucho, del hombre que labura y la sufre.” Pujol coincide con esa idea: “El gran aporte de Yupanqui al discurso criollo fue incorporar a los pueblos originarios. En el Martín Fierro, el indio es el enemigo, además del negro. El indio siempre es el otro, el ajeno, el amenazante, el invasor. Si bien en las venas del gaucho corría sangre indígena, el indio aparece como hipótesis del conflicto. Yupanqui logra superar esa dicotomía entre el hispanocriollo y el aborigen”. De hecho, era un adelantado. Cuando sucede el “boom del folklore” a comienzos de la década del ’60, Yupanqui ya era Yupanqui.
HISTORIA VIVA
Su obra ha atravesado las fronteras no sólo geográficas, sino estilísticas. No sorprende que las nuevas generaciones de músicos de amplias tradiciones (como el rock o el tango) exploren en sus canciones y mensajes. Su voz tiene carácter universal, categoría de sabio. Para el joven folklorista Bruno Arias, la obra de Yupanqui es importante porque “asumió el compromiso de cantarle a los sin voz. El folklore es eso: un campesino sembrando la tierra, un vidalero del cerro o alguien que canta bagualas en medio de los valles”. Pero la vida no fue fácil para el cantor. Su afiliación al PC le significó la persecución política y la censura. Lo mismo le sucedió en el gobierno de Onganía y durante el último golpe de Estado. “El antiperonismo de Yupanqui es el mismo que el del PC argentino ―señala Pujol―. Yo sospecho que de no haber pasado por la experiencia del PC Yupanqui hubiera podido ser peronista o tal vez un radical simpatizante del peronismo. Los mismos que votaban a Perón escuchaban su música. Muchos artistas populares radicales, como los que venían de Forja, desembocaron en el peronismo. De todas formas, había una persecución a los comunistas. De hecho, Yupanqui padeció la cárcel y la tortura. En esa época, de manera fallida, se vinculaba mucho al peronismo con el fascismo europeo. Las conquistas sociales del peronismo no eran invisibles a los ojos de Yupanqui, pero era más fuerte su encuadre en el PC”.
Ya desafiliado del PC, desde el exilio, en Francia, miró con buenos ojos el golpe cívico militar de 1976 (se supo a partir de la salida a la luz de cartas privadas), pero pronto se dio cuenta de que no se trataba de una reparación sino de la profundización del horror. Sus reuniones con Osvaldo Bayer fueron determinantes para reconocer el error. Dice el historiador: “No hay ninguna manifestación pública en apoyo al golpe, son cartas privadas que deben ser puestas en contexto. En marzo de 1976 mucha gente sintió alivio porque pensó que se acababan ‘las Triple A’. Si uno ve las relaciones que tiene Yupanqui en el exterior, de ninguna manera se puede pensar siquiera que fuera un simpatizante de la dictadura, como algunos dicen. Es muy injusta esa calificación”.
―¿La sociedad argentina ha comprendido la obra de Yupanqui? ¿Se lo reconoce como debería?
Sergio Pujol: ―Creo que el que se acerca a Yupanqui, lo comprende, lo ama y no se cansa nunca. No fue un folklorista que se dedicó a cantar las melodías y las poesías de la región adonde había nacido. Si hubiera hecho eso, igual formaría parte de la historia cultural argentina, pero seguramente ocuparía un lugar menor. Pero también es cierto que su música tiene muy poca difusión, sobre todo sus versiones. Yupanqui por Yupanqui está prácticamente ausente en los medios. Lo escuchamos por Liliana Herrero, Mercedes Sosa, Jorge Cafrune y tantos otros. Yupanqui pide mucha atención. Su arte va muy a contrapelo del ruido, del vértigo, del volumen. Exige mucho silencio, porque él trabaja mucho con él y tiene un peso muy grande en su obra. Tal vez haya habido una falencia en la gente que se encarga de difundir la cultura y el folklore. Y falta una buena reedición, con una buena curaduría. De todas formas, no es un autor olvidado. El escenario principal de Cosquín se llama como él. Están dadas las condiciones para una mayor recepción de su obra. Tampoco va a ser una recepción masiva, porque él no lo era. Bruno Arias: ―Se lo recuerda y se lo valora. Los jóvenes muchas veces conocen sus canciones, pero no saben que son de él. En la sociedad argentina falta un acercamiento más profundo a sus obras. Quizás, se deberían enseñar en las escuelas. Es importante para la cultura, para las nuevas generaciones. Fue un hombre muy sabio.
* Publicado originalmente en Revista NaN