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La Masacre de Plaza de Mayo


El 16 de Junio de 1955 la Aviación Naval bombardeaba la Plaza de Mayo repleta de trabajadores con el objetivo de quebrar al gobierno de Juan Domingo Perón. Ese día, entre las bombas arrojadas desde los aviones Gloster y la metralla de la Infantería de Marina que intentaba copar Casa Rosada, las Fuerzas Armadas masacraron a 364 personas y dejaron más de 800 heridos. Es el primer y único bombardeo a una ciudad abierta realizado en el mundo (es decir a una ciudad neutral, libre de guerra alguna o conflicto armado) con el agravante de haber sido realizado por sus propias fuerzas armadas.

En 1955 toda una parte del Ejército y la burguesía, con el auspicio del imperialismo norteamericano, se había lanzado a una conspiración golpista para derrocar a Perón, que contaba aún con el apoyo mayoritario de los trabajadores. La Iglesía Católica, que había cultivado excelentes relaciones con el régimen peronista, se pasó a la oposición. El fracaso del Congreso de la Productividad de 1952 y las causas crecientes de la crisis económica, más el espectáculo de la corrupción estatal, habían convencido al frente golpista de avanzar en su objetivo.

El 11 de junio de ese año miles de manifestantes de las elites porteñas desfilaron en apoyo a la Iglesia y en oposición a Perón en la celebración del Corpus Christi, donde supuestamente se quemó una bandera argentina.

El clima estaba caldeado y la conspiración militar se había puesto en marcha. El objetivo era asesinar a Perón. En caso de no lograrlo, se proponían quebrar su poder político. Quienes se pusieron a la cabeza de la operación fueron el contraalmirante Samuel Toranzo Calderón, jefe del Estado Mayor de la Infantería de Marina y los jefes de la Aviación Naval, capitanes de fragata Néstor Noriega y Jorge Bassi y el capitán de navío Juan Carlos Argerich. El plan era bombardear la Casa Rosada en un momento donde Perón estuviera reunido con su Estado Mayor y aprovechar el caos para ocupar la Plaza de Mayo y rodear la Casa de Gobierno por un grupo de 300 infantes de Marina apoyados por comandos civiles formados por jóvenes de las familias bien.

El 16 de junio estaba programada una exhibición aérea en homenaje a José de San Martín, que fue aprovechada por los golpistas para ejecutar el plan. Desde la Base Naval de Morón partieron los primeros aviones que bombardearían la plaza. Luego serían acompañados por aviones Gloster salidos de la Base Aérea de Punta Indio.

Apenas pasado el mediodía las bombas comenzaron a llover sobre Plaza de Mayo y comenzaron a correr las víctimas. Una de las primeras descargas dio de lleno sobre un trolebus repleto de pasajeros. Los comandos de infantes y civiles avanzaron sobre sus objetivos siendo repelidos primero por los Granaderos de guardia en la Rosada y más tarde por las multitudes de trabajadores que, convocadas por la CGT, se lanzaron a defender al gobierno poniendo su cuerpo en Plaza de Mayo.

En total se lanzaron 14 toneladas de explosivos. Pero el mayor número de víctimas de esa gris jornada no se produjo por las bombas, sino por el ametrallamiento deliberado sobre grupos de civiles cerca de la CGT y frente al Ministerio de Marina rebelde.

Los comandos civiles tomaron Radio Mitre y desde allí lanzaron su proclama: “Argentinos, argentinos, escuchad este anuncio del cielo volcado por fin sobre la tierra. El tirano ha muerto. Nuestra patria desde hoy es libre. Dios sea loado. Compatriotas: las fuerzas de la liberación económica, democrática y republicana han terminado con el tirano. La aviación de la patria al servicio de la libertad ha destruido su refugio y el tirano ha muerto”.

La resistencia de los trabajadores que se movilizaron masivamente armados de lo que tuvieran a mano para defender a Perón y las divisiones de los militares provocaron la derrota de la sublevación. El elevado número de víctimas, la saña criminal contra el pueblo y los cadáveres que poblaban la plaza provocaron la furia popular que esa misma noche salió a quemar iglesias como revancha.

Perón intentó calmar los ánimos y bajar el tono de la confrontación, consciente de que si el proletariado se movilizaba y se armaba estaba en peligro la continuidad del capitalismo argentino.

Perón trató de limitar las consecuencias del ataque criminal. “Prefiero que sepamos cumplir como pueblo civilizado y dejar que la ley castigue -sentenció-. No lamentemos más víctimas. Nuestros enemigos cobardes y traidores merecen nuestro respeto, pero también merecen nuestro perdón. Por eso, pido serenidad una vez más”, y decretó el fin de la “revolución peronista”. Sus llamados a la conciliación cayeron en saco roto y pronto se vería obligado a radicalizar sus discursos contra la conspiración golpista.

El 31 de agosto de 1955, desde el balcón de la Casa Rosada, dijo “desde ya, establecemos como una conducta permanente para nuestro movimiento que aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en contra de las autoridades constituidas, o en contra de la ley o la Constitución, puede ser muerto por cualquier argentino [...] La consigna de todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más violenta. ¡Y cuando uno de los nuestros caiga caerán cinco de ellos!”.

Perón se negó sistemáticamente a armar a los trabajadores para tal objetivo. La dirección de la CGT acompañó esta política de desmovilización.

El bombardeo de Plaza de Mayo fue además el bautismo de fuego de la Aviación Naval Argentina, lanzando bombas contra su propio pueblo.

El 16 de septiembre de 1955 Perón capitularía, sin luchar, al golpe de Aramburu y Rojas. La clase obrera desde entonces pasó a la resistencia y a protagonizar una de las grandes experiencias de lucha del proletariado argentino.

* Publicado originalmente en La Izquierda Diario

** La imagen es una creación de Barrilete Cósmico

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