"El sistema que subsidia empresas y ciertas producciones ha hecho que la comida industrial, que se piensa como solución al hambre, sea más barata que la tradicional. El pobre se ve obligado a tener que comprar lo que produce este sistema que produce, básicamente, comida basura que genera consumidores adictos a empresas".
David Rieff es el autor de una investigación imprescindible para comprender el negocio del hambre.
Siempre mejorando. Si un lunes cualquiera un marciano aterrizara en la sede central de la ONU, las oficinas del Banco Mundial o la Fundación de Bill y Melinda Gates y preguntara qué tal va la cosa por este planeta, recibiría una respuesta así. Optimista. Puede que le deslicen que hay cuestiones que todavía no están del todo solucionadas, como los cuerpos flacos y medio rotos que aún se ven en algunas partes de África, algo de Asia, rincones de Latinoamérica. Pero no es motivo para perder la sonrisa. Las cifras globales muestran datos de una realidad mejor que ayer, que se vislumbra aún más promisoria mañana.
Hoy en la Tierra hay lo que nunca antes: objetivos de hambre, pobreza e infelicidad cero con una fecha prevista: 2030. Porque en la Tierra, desde lugares como esos, contra el hambre y la pobreza y la infelicidad se está batallando como contra la polio: con una fuerte inversión en la innovación que dará inevitablemente con las soluciones técnicas adecuadas.
¿Vacunas contra el plato vacío?
Algo así.
Lo que se aplica son inyecciones del dinero de los billonarios conscientes del momento, que permiten inventar semillas mejoradas en laboratorio, combos productivos de avanzada, distribución de nutrientes de diseño. Y multiplicar la esperanza.
Participar de la lucha contra lo que acordamos que está mal ya no es lo que era. Ahora se puede hacer con comodidad desde el living de la casa, gracias a Change.org, con el involucramiento que permite Facebook y -¡anímese, marciano!- con la alegría que necesita el mundo, como hace Bono, de U2.
Marciano: en la Tierra de hoy hemos resuelto que querer es poder.
Pokemones de preguntas:
Si el marciano fuera capaz de creer en eso emprendería con liviandad su regreso a Marte: llevando puras buenas noticias del planeta azul. Si en cambio fuera más despierto -como uno espera que sean los marcianos-, seguramente volvería lleno de preguntas:
¿Cuán cierta es la estabilidad posible para los diez mil millones que van a ser los humanos de acá a poco tiempo?
¿Pueden las personas tener más y mejor comida con más tecnología? ¿No son ya los transgénicos un fracaso?
¿Están los humanos a las puertas de una creación que los salve del colapso inminente que acecha bajo el título cambio climático? ¿O quitaron esos datos incómodos de la ecuación y ya?
¿Pueden los ricos decidir el fin de la pobreza? ¿Cuándo quedó la democracia socavada por la filantropía, erigida como una propuesta tanto más confiable? ¿Qué pasaría si Bill Gates dejara de existir mañana?
¿Están las sociedades humanas ante un amanecer nominalista hecho de puro futuro que podría enterrar la política y hacerlos olvidar del pasado? ¿Tienen las personas la capacidad de cambiar el mundo con los mismos dispositivos con los que ampliaron su realidad para poder salir a cazar pokemones? ¿Ser entusiasta funciona? ¿Puede la alegría ser revolución?
Y si el futuro se rehusa a cooperar, ¿qué?
Si el marciano abrumado tuviera suerte se toparía con el único que se ha tomado el trabajo de responder esas preguntas una por una: David Rieff.
Ensayo sobre el hambre
Ensayista, corresponsal de guerra, historiador, intelectual, y lo suficientemente extraterrestre como para dedicarse a viajar de China a Brasil, analizar caso por caso, y terminar haciendo con las previsiones oficiales un gran racimo de globos a pinchar hasta dejarlas en evidencia como lo que son: inconsistentes bolas de aire.
El oprobio del hambre, alimentos: justicia y dinero en el siglo 21 se llaman las 400 páginas de un relato monumental, filoso, angustiante con las que Rieff pensó el problema más urgente del mundo hoy: quién está al mando y qué va a ser de nosotros.
El mundo avanza gracias a una promesa de futuro mejor que parece inapelable y resulta casi oscurantista contradecir. ¿Qué le podrías explicar al marciano?
Diría que la realidad trae buenas y malas noticias. Las buenas: la sociedad, al menos temporalmente, ha logrado mejorar ciertas dinámicas de acceso y distribución de alimentos que hicieron que el hambre aguda retrocediera del centro de las hambrunas más trágicas, que históricamente se ha concentrado en Asia, donde hoy no hay ninguna. Habría que preguntarse hasta cuándo, claro. Y preguntarse también si el crecimiento sostenido de la Humanidad, el cambio climático y el aumento de precios permitirán que esta tregua continúe. También habría que apuntar a zonas de África, donde eso no ocurrió: el hambre no ha retrocedido. Pero dejemos eso para más adelante. La otra buena noticia que da el mundo -aunque resulta compleja-, es que el ascenso de China ha disminuido la pobreza global. Entender esto es complejo porque se trata de un crecimiento que no tiene que ver con el desarrollo al que le quieren dar mérito. Se trata de un país que creció sin recibir jamás ayuda de nadie. En última instancia, y por más que me cueste decirlo, el de China es un caso de éxito del neoliberalismo más cruel e injusto. Sin embargo, los desarrollistas lo toman como prueba de éxito del resto del sistema. Eso nos deja frente a la mala noticia: entramos a una época que, lejos de estar gobernada por la realidad, está gobernada por las fantasías narcisistas de quienes deliberadamente dicen que en 2030 van a estar abolidas la pobreza y el hambre y vamos a estar mejor que nunca.
Sería un mundo maravilloso.
En ese mundo tienden a ser muy hubrísticos cuando planean el futuro y el desarrollo. Están convencidos de que el progreso es permanente. Es una forma de ver la Historia. Yo estoy más con los griegos que con los cristianos: creo que la historia es más cíclica que lineal. Y que pensar el progreso como un continuum es un error intelectual y moral, pero a ellos les permite imaginar muchas cosas. En Silicon Valley hay personas que piensan que pueden vivir para siempre, que serán prácticamente inmortales por su fusión con las máquinas. La tecnología para ellos puede resolverlo todo y hacernos avanzar.
Es lo que creen los filántropos del momento: Bill y Melinda Gates.
Mi libro es lo más feroz que se haya escrito contra ellos, sin embargo creo que son sinceros con sus intenciones.
Explicalo un poco mejor, por favor…
Si me dieran para elegir entre conspiración y confusión mundial voy por la segunda, y eso incluye a los filántropos, los oficiales del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Ninguno se despierta cada mañana en su mansión a decir: “Jo jo jo, como voy a joder hoy a Burkina Faso”. Ellos creen que están haciendo lo correcto, algo bueno. Y esa es la verdadera tragedia. El pathos de los Gates es ese: quieren donar todo su dinero para hacer el bien. Tienen un poder descomunal que nadie erigió con votos y que no requiere la autorización de nadie para ser ejercido. Que incluso pueden decidir no ejercer más. Supongamos que Bill se encuentra con Jesús mañana y decide cerrar la fundación: no tiene que dar explicaciones aunque deje a muchos miles de millones a la deriva. Tampoco tiene que hacerlo cuando apoya dictaduras como la de Uganda, ni cuando quiere hacer la Segunda Revolución Verde en África…
Hoy es parte del club que quiere cambiar la técnica sin cambiar el sistema que provoca los problemas.
Bill Gates invierte su dinero, pero no va a suicidar a su clase. Él cree que el mundo puede mejorar sin modificar las estructuras de injusticia globales que tiene la sociedad. Y eso es incomprensible desde mi punto de vista, pero desde el suyo es perfectamente útil a sus intereses. Él –y todos los demás- cree que la pobreza y el hambre son problemas técnicos que se resuelven con soluciones técnicas. Entonces se para en universidades como Stanford y mira a los alumnos y les dice: ‘ustedes pueden resolver estos problemas’. Y luego se va de ahí. Y como Gates es una persona con esa convicción, pero sin ninguna calificación para alcanzar esos supuestos descubrimientos, termina apoyando descubrimientos e imponiendo cosas como la Revolución Verde en lugares donde lo último que falta es ese tipo de agricultura que va a expulsar a muchas personas de su territorio, y va a dar mucha más entidad a las multinacionales del agro.
Optimismo y política
¿Lo que estamos viendo es el fin de la política, la democracia y la ideología?
El filantrocapitalismo se basa en el ángel de ciertas personas y oculta que es profundamente antidemocrático. Ellos pueden hacer cosas que los gobiernos no pueden porque tienen más dinero y porque no tienen que mantener contentos a sus votantes. No tienen votantes. Tampoco tienen críticos, más allá de algunos expertos en derechos humanos. Porque cuando uno habla de alguien como Bill Gates habla de una persona con una influencia descomunal, que inyecta dinero en muchísimas oenegés para que no lo critiquen, pone funcionarios en distintos organismos y en bancos.
Parece una monarquía sin Estado en la cual los reyes la pasan bastante bien…
Es algo así. No hay lugar para pesimismo. Jeffrey Sachs -que ve el mundo como si fuera Estados Unidos y unas pocas socialdemocracias- comparte esa visión. Es la que impuso en el Banco Mundial: el optimismo es la única opción moral y al mundo le irá mejor si tiene un optimista como jefe. El discurso optimista es el que se impone en el mundo y, de algún modo, acá ganó una elección: la revolución de la alegría.
El futuro es un slogan.
Sí: “Queremos un mundo mejor, vamos a tenerlo”. Hagamos que nuestros sueños se hagan realidad. Es Hollywood. Yo creo que toda esa retórica es un profiláctico contra el pensamiento. Si sos pesimista estás desestimando la lucha que se está llevando a cabo. Yim Yong Kim lo dice siempre: para trabajar contra la pobreza hay que ser optimista. Entonces llega alguien como yo y dice: el emperador está desnudo, o los objetivos del milenio que fijan el 2030 como el de pobreza y hambre cero, no tienen ningún sentido de principio a fin y soy un aguafiestas. Como sea sostengo que el discurso es de lo más infantil y eso refleja una sociedad que no quiere crecer, ni hacerse cargo de su historia.
¿Creés que a toda esta situación tan vacía de contenido le falta también buen periodismo? ¿Reporteros que lean los reportes, cotejen datos, vayan a los lugares, hablen con las personas?
Hace 40 años había tres periodistas por cada relacionista público en Estados Unidos. Ahora esa ecuación se invirtió. En las redacciones no hay chequeadores de datos y quedan unos pocos medios libres que intentan ser responsables con la información. Y acá pasa igual. Una de las cosas más interesantes de pasear por Argentina para mí es pasear por los kioscos y ver las tapas de los diarios: se plantean realidades incompatibles.
Ciencia vs. cultura
La solución diferente al filantroca- pitalismo y la responsabilidad social empresaria que exponés en tu libro es la de Brasil y el programa de Hambre Cero de Lula. ¿Qué podrías decir al respecto?
Te cuento por qué hablé de Brasil. Aunque soy pesimista con respecto al futuro mientras no se quieran tocar las bases de injusticia y se sostenga este pensamiento lineal que sostiene al sistema, quería encontrar un ejemplo de algo bueno. Yo no creo en lo que repite el movimiento antiglobalización: otro mundo es posible. Claro que es posible, pero también es poco probable y ese deseo no ayuda a nada en el corto plazo. Esa es mi crítica contra los que se oponen a este sistema, incluso con Vía Campesina con quienes comparto el punto de vista. Soy escéptico con respecto a los transgénicos, sobre todo por temas políticos e ideológicos, y por fiascos como el del arroz dorado y Vía Campesina dice que la agroecología puede alimentar a 10 mil millones de personas. No tengo argumentos científicos en contra ni abordé el tema por ahí. Lo que me preocupa es qué hacemos mientras tanto. ¿Qué hacemos mientras nadie les hace lugar a los campesinos con las personas que tienen que comer mañana o en los próximos cinco años? Creo que lo único que queda son los Estados fuertes que retomen el mando del desarrollo quitando del centro a las multinacionales. Y eso es lo que hizo Brasil con Hambre Cero y lo que hicieron muchos programas sociales en Latinoamérica. Cambiar el debate y quitar al universo corporativo y de las oenegés –beneficiarias como pocos de la privatización del mundo- del rol protagónico del desarrollo social, para resubordinarlo al Estado.
¿Por qué creés que cuando se analiza el hambre nunca hablan de comida, ni siquiera hablan de personas, de culturas, aunque los análisis se hacen generalmente sobre lugares con tradiciones milenarias, o grupos indígenas, que no se han insertado en el modelo capitalista? ¿Hay alguien en este gran escenario pensando alternativas distintas que incluyan otras formas de ver el asunto y que tampoco tengan que ver con el asistencialismo?
Dentro de estas oficinas de las que hablábamos claramente no. Lo mejor que se ha podido hasta ahora es la transferencia de dinero que habilite a las personas a mantener su cultura, si pueden. Porque si son las personas las que reciben la plata tal vez no la gasten en lo que los filantropistas, las oenegés o incluso los gobiernos querrían. O tal vez sí. Esa es una cuestión interesante. Pero antes que eso quiero decir: a quienes piensan este asunto no les gusta hablar de cultura. Porque la cultura es anticientífica y eso hace que mucha gente se sienta incómoda. Ban Ki Moon va a escuchar mucho más seriamente a Bill Gates que a Evo Morales. También hay una pelea que ganan los precios: el sistema que subsidia empresas y ciertas producciones ha hecho que la comida industrial, que se piensa como solución al hambre, sea más barata que la tradicional. El pobre se ve obligado a tener que comprar lo que produce este sistema que produce, básicamente, comida basura que genera consumidores adictos a empresas que, a la vez, están profundamente vinculadas al filantropismo y a la responsabilidad social. La Fundación Gates trabajaba con Coca Cola y Melinda Gates hizo una Ted Talk hablando maravillas de esa empresa. Eso es lo que termina tomando la gente y dándolesela de tomar a sus hijos, porque ya no saben qué hacer con ellos.
"Si esto es el mundo hoy no hay por qué ser optimista”, dice David Rieff mientras se pone su clásico sombrero y sonríe. Es una sonrisa rara, pero satisfecha: la de alguien que sabe que quizá esté hablando para el futuro, cuando la Tierra haya estallado y los marcianos quieran saber qué pasó.
* Publicado originalmente en lavaca
** Fuente: Biodiversidad en América Latina y El Caribe