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Aquí solo hay pibes comiendo


“¡Hijos de puta, no tiren que hay pibes comiendo!” Fueron las últimas palabras que gritó Claudio “Pocho” Lepratti el miércoles 19 de diciembre de 2001, subido a la terraza de la escuela Mariano Serrano en el barrio Las Flores de Rosario, donde era ayudante de cocina. Intentó parar la represión, pero los policías levantaron sus escopetas y le dispararon. “Nosotros siempre ponemos los muertos, pero nunca nos matan del todo”.

En diciembre de 2001, cuando las protestas contra el gobierno de De la Rúa se multiplicaban en el país y la represión dejaba decenas de muertos, fue asesinado el militante social Pocho Lepratti. Su compañero en el trabajo territorial, Gustavo Brufman, comparte el recuerdo de su experiencia con niños y adolescentes.

Claudio era de Concepción del Uruguay, provenía de una familia que en los sesenta estuvo vinculada a las ligas agrarias, una de las expresiones más combativas del movimiento campesino. Tempranamente decidió ingresar al seminario y sus padres lo apoyaron. Pero luego lo abandonó para instalarse en la villa, con la idea no sólo de acompañar a los humildes sino también de construir con ellos una opción de vida distinta.

Así llegó al barrio Ludueña, uno de los más pobres de Rosario, que reunía cinco villas alrededor del núcleo central de la barriada, viejo territorio de obreros ferroviarios. Ahí lo conocí, me lo presentó un compañero ex trabajador de la Unión Ferroviaria, en un comedor de la comunidad, que no era más que una casita lúgubre donde se juntaba con los pibes.

Él trabajaba con los adolescentes. Tenía la capacidad de formar grupos de trabajo, de generar identidad social y colectiva y sentido de pertenencia. Creaba lazos y espacios de educación popular. En nuestras primeras charlas le dimos forma al proyecto de compartir la labor con los pibes. Yo lo ayudaría a teorizar la experiencia con mi formación pedagógica (yo provenía de la izquierda marxista, aunque en ese momento ya no pertenecía a ninguna organización) y él su experiencia de vida con su mirada cristiana y de clase, en el territorio.

El proyecto se dio en un contexto de exclusión social y miseria generada por las políticas neoliberales de los noventa, que hizo necesaria la construcción un nuevo espacio colectivo. Con él organizamos a niños y adolescentes para que pudieran hablar de sí mismos sin prejuicios y conseguimos que los pibes -que sentían que su suerte estaba echada, destinados a abandonar la escuela, trabajar de chicos, robar o drogarse- se pensaran diferente. Incluso en los talleres donde pensábamos hasta el valor de cambio de lo que cirujeaban, llegaron a entender el capitalismo en su versión más descarnada.

Los últimos días del gobierno de De la Rúa, Rosario estaba convulsionada y en medio de los levantamientos yo andaba por las calles respaldando a la gente reprimida en los saqueos. La noche del 19 de diciembre cuando llego a casa, me sonó el celular, era Gustavo Martínez (un compañero de ATE, donde Claudio también militó) desde el hospital para decirme “parece le pegaron un balazo a Pocho”. Cuando llegué, me comunicaron que había muerto.

Esa tarde él estaba trabajando en la escuela 756 del barrio más humilde del sur de Rosario. Cerca había una entrega de alimentos. Frente al amontonamiento la policía empezó a reprimir a quienes intentaban conseguir algo. Pocho subió al techo de la escuela y les gritó que dejen de tirar, que había pibes comiendo. En eso, uno de los móviles se desprendió de donde hacían el reparto de comida, pasó por atrás de la escuela, bajó el oficial Esteban Velázquez y disparó dándole en la garganta.

Después de mucha lucha de organismos de derechos humanos y organizaciones sociales, logramos que en el 2004 Velázquez fuera condenado a 14 años de prisión por asesinato, pero en 2011 recuperó su libertad. Ese año la justicia absolvió de culpa y cargo a cinco policías que habían sido condenados dos años antes por falsificación de instrumento público y de encubrimiento por el hecho. Pese a todo, la lucha contra la impunidad continúa.

También sigue viva la obra de Pocho. Esa experiencia maravillosa llevó a que muchos de los pibes de sus talleres, hoy con treinta años, sean verdaderos cuadros a nivel comunitario y social. Además su casa en la villa se transformó en un bodegón cultural que los pibes fueron construyendo. Este espacio de actividades sociales y comunitarias organiza todos los 27 de febrero (día del cumpleaños de Claudio) una gran fiesta popular donde participan murgas de todo el país. Eso demuestra que el movimiento popular sigue vivo y tiene perspectiva de desarrollo, manteniendo vigente su imagen, su lucha, su obra. Hoy contamos con infinitos pochos que siguen renaciendo y multiplicándose en las barriadas de todo nuestro país.

* Publicado originalmente en Revista Mascaró

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