“La ciencia todavía no nos ha demostrado si la locura es o no
la sublimación de la inteligencia”. Edgar Allan Poe
Distintas voces desde la Red Argentina de Arte y Salud Mental explican la manera en la que el arte, en sus múltiples manifestaciones, puede operar en las subjetividades lastimadas de las personas con padecimientos mentales. Un cruce que incluye lo institucional, los derechos humanos y el cuestionamiento al poder médico.
El arte en sus distintas manifestaciones funciona como elemento de subjetivación en las personas con padecimientos mentales. Para conocer cómo puede entenderse su potencial efecto terapéutico y cómo se lo piensa en relación a las instituciones, PáginaI12 consultó a distintos integrantes de la Red Argentina de Arte y Salud Mental. Esta nació por impulso e iniciativa del Frente de Artistas del Borda (FAB), cuando su fundador, el psicólogo Alberto Sava, propuso en 1988, en una Asamblea en el Hospital Borda, realizar una “Convención de Artistas locos en Buenos Aires”, teniendo en cuenta la convocatoria y repercusión pública que había alcanzado la experiencia artística del FAB. De esa histórica asamblea surgió el primer Festival Latinoamericano de Artistas Internados en Hospitales Psiquiátricos, que se realizó en 1989 en la entonces Capital Federal. Luego de debatir intensa y extensamente, las delegaciones provinciales concurrentes firmaron una declaración de principios: “El arte es un verdadero vehículo de integración y reinserción social”, “Es nocivo el encierro de las personas en los hospitales psiquiátricos” por lo que “cuestionamos la existencia de los hospicios tal cual son”, “Nos oponemos a cualquier método de maltrato, sean estos físicos, químicos y mentales, y consideramos a estos violatorios de los derechos humanos”.
“Este primer festival tuvo la virtud de inaugurar un espacio de encuentro, intercambio y discusión que continúa hasta nuestros días. La Red se conformó orgánicamente durante los días 19 y 20 de mayo de 1995 y adquirió su personería jurídica en el año 1999, bajo el nombre de Red Argentina de Arte y Salud Mental”, cuenta su actual presidenta, Liliana Cobe. Está conformada por una comisión directiva y por cinco regionales nacionales (Patagonia, Litoral, Norte, Centro, Córdoba y Cuyo).
Entre sus principales objetivos se destacan el de convocar y reunir a todas las instituciones, grupos e individuos que tengan como dirección fundamental de su pensamiento y su práctica el proceso de desmanicomialización, y la defensa del hospital y la salud pública y gratuita, en el marco de una sociedad más justa; que tengan al arte y la creatividad como sostén ineludible de su práctica, “entendiéndolos como instrumentos válidos en el abordaje de las problemáticas en salud mental, y también la inserción en la comunidad de esta problemática para una resolución en conjunto con la misma”, detalla Cobe.
A la hora de conocer cómo puede entenderse el efecto terapéutico del arte (no sólo desde lo que en la clínica se conoce como arteterapia porque la postura de la Red es mucho más abarcativa), Cobe señala: “La Red reconoce en el arte un enorme potencial, como transmisor de mensajes hacia el afuera y hacia adentro del sujeto. El arte nos interpela y promueve la participación y la provocación. El arte es síntesis, es metáfora, es símbolo, es imagen y emoción y desde esa alquimia transmite lo que la palabra no puede expresar y los hechos tratan de ocultar. Su poder simbólico genera una implicación política en lo institucional, lo social y cultural”. Desde su óptica personal, Cobe aporta al tema: “El arte abre los canales de expresión, desarrolla la imaginación y la observación. Armoniza los hemisferios cerebrales. El arte integra y desaliena. Es estar en el aquí y ahora. El arte es juego. Es abrir puertas. Es estimular respuestas no rutinarias y re-descubrirse. Es dar permiso en una sociedad dominante que uniforma y normatiza una sola forma de percibir y de actuar en el mundo. Es compartir y aprender a formar parte de un colectivo”. Y luego compara: “Si la enfermedad es la expresión de algún desequilibrio físico, mental, psíquico, emocional, social o espiritual, el síntoma es el mensaje del inconsciente en nuestro cuerpo. El arte se desenvuelve con el mismo lenguaje del inconsciente con que se expresa la enfermedad. En algún lugar, estos discursos se encuentran, se interpelan y entremezclan en un devenir provocador de actitudes saludables”.
Ana Laisa es psicomotricista, integra la red, trabaja con el elenco Buon Giorno, con que actualmente están presentando El enfermo imaginario, de Molière, que ensayan en el Hospital Posadas. “Nuestra decisión de funcionar independientemente de una institución médica –como lo es el Hospital Posadas, lugar donde nacimos como elenco– es un acto de militancia en pos de la desmanicomialización y en contra de las prácticas cronificadoras y alienantes que no tengan en cuenta un sujeto activo en su curación. A su vez, tratamos un tema crucial en la medicina de hoy: el arrasamiento capitalista neoliberal que sufre la práctica médica, llamada a ordenarse dentro de los parámetros del consumo desmedido”, cuenta Laisa. Las obras que eligen son comedias y también clásicos porque hablan de temas que atañen a todos los seres humanos de todos los tiempos. “Eso le quita un viso persecutorio y, a la vez, produce lazo social. También los clásicos permiten ser revisados, deconstruidos y analizados en cualquier época”, reconoce Laisa.
“La obra analiza la relación médico paciente, los métodos de la práctica médica, el lugar del paciente como ser arrasado por una práctica versus el lugar activo de un paciente quien también tiene algo para decir acerca de su proceso de cura. Coincide con el momento en el que hemos decidido conformarnos como un elenco que produce sus obras en el marco de un proyecto autogestivo sociocomunitario”. Mediante el humor, el elenco Buon Giorno cuenta su posición frente a la salud mental y el arte. Las funciones se llevan a cabo en diferentes festivales de arte y salud. También fueron invitados a universidades donde se dictan las carreras de Psicología, Medicina, Trabajo Social y también en escuelas secundarias.
Laisa entiende que el arte produce un efecto de subjetivación porque propicia el encuentro de algún rasgo propio. “A veces, trabajamos con pacientes graves que no han podido constituir su corporeidad, mucho menos encontrarse con un saber hacer; pacientes que han sido arrasados en los tiempos instituyentes (primeros años de vida). Los tiempos de creación de un producto artístico invitan al encuentro de un gesto propio. Aquello que, a veces, es leído como del orden de la patología desde el discurso médico, es tomado por mí como tallerista y reentramado en una disciplina (por ejemplo, un paciente que pegaba literalmente palabras diferentes y armaba palabras nuevas)”. Laisa entiende que desde la psiquiatría puede ser leído “como un síntoma patológico del lenguaje y el pensamiento”. Desde la literatura puede ser visto como “chistes literales”. “Muchos de sus chistes están en nuestras obras de teatro enlazados de modo que produzcan un efecto cómico para el público”, sostiene.
El psicomotricista trabaja con una gran herramienta: el juego. “El juego permite que despleguemos nuestro modo de ser y estar en el mundo. En el trabajo con patologías graves de la salud mental podemos crear una realidad intermedia que permita introyectar el concepto de ficción mediante un distanciamiento que propicia un como sí. En este espacio ficcional en el que aparecen descargas tónicas, se investiga el gesto y la postura mientras se internalizan reglas de las disciplinas artísticas que permiten ir armando un cuerpo propio. Las patologías mentales graves no reconocen su cuerpo como propio y viven una imagen corporal fragmentada; es decir no disponen de su cuerpo para distintas acciones, aquello del orden de lo biológico no ha devenido en funcionamiento, por ejemplo el órgano ojo ve, pero no mira, ni significa, esa persona no posee un ‘punto de vista propio’, tal es la alienación producida por el arrasamiento subjetivo en los tiempos instituyentes”.
En el caso de adultos, algunos funcionamientos, reconoce, se han puesto en marcha de manera fallida y, entonces, el trabajo del psicomotricista consiste en producir una reapropiación de su cuerpo vía resignificación de esas variables espaciales, temporales y corporales que les permita una circulación por la sociedad. “El teatro provee esas herramientas y es antes que nada juego. Para trabajar con patologías graves tenemos que estar dispuestos a rescatar un gesto, una mirada, un rasgo por más pequeño e insignificante que parezca. Ninguna producción corporal se descarta, todas las producciones corporales nacidas en este espacio ficcional en el que se juega son rescatadas y valoradas para ser reentramadas en una obra artística que las potencia y las resignifica”, detalla Laisa.
En cuanto al método de trabajo tiene que ver con los aspectos más extrovertidos y distanciados del actor. “Al tratarse de patologías mentales graves no podemos apelar a una propiocepción, un sensorio y un sistema simbólico y emocional ya que está adquirido de manera fallida. El método de las acciones físicas de Raúl Serrano ha resultado eficaz porque apunta a que la acción se construya aquí y ahora, con un otro con el cual me involucro de manera dialéctica (entre las acciones entramadas de a dos se construye la escena). Los paradigmas dialécticos nos han permitido también explicar esos encuentros primarios entre el otro donador de cultura que cumple una función materna y el niño que está deviniendo sujeto. Esos intercambios donan lenguaje y cuerpo. El teatro pensado desde la dialéctica del trabajo creador del actor nos permite construir un producto en la medida que nos construimos a nosotros mismos, sin apelar a una memoria y totalmente conectados con el afuera”, explica la psicomotricista.
La psicóloga, con formación en psicodrama, Claudia Chiessi es también integrante de la Red Argentina de Arte y Salud Mental y actualmente participa con el Colectivo Entrelazarte todos los sábados de 14 a 18 en el teatro Terrafirme, de Paso del Rey (partido de Moreno), donde presentan la obra Historias para ser contadas. Terrafirme es una ONG, y les prestan el espacio para juntarse. El elenco está formado por pacientes, familiares, vecinos de la comunidad, estudiantes de trabajo social, psicólogos sociales y acompañantes comunitarios en salud mental. Pero Chiessi también tiene amplia experiencia en la materia porque trabajó como psicóloga en la Dirección de Salud Mental del municipio de Moreno desde 2004 hasta junio de este año. “La esencia de hacer lazo social sólo puede entenderse desde un modelo de intervención comunitaria teniendo en cuenta que la desmanicomialización implica, entre otras cosas, crear dispositivos en la comunidad y debe realizarse en la comunidad, en el medio natural del sujeto; el uso de los recursos comunitarios es la mejor estrategia para favorecer su integración social”, afirma Chiessi.
La especialista recuerda que el teatro como instrumento terapéutico ya estaba presente en Aristóteles cuando decía que en los teatros griegos se producía una catarsis que purificaba a los pacientes. “Moreno, el padre del psicodrama, establece esta forma de actuación como una forma de psicoterapia. Plantea algo muy importante en las relaciones humanas y que consiste en la capacidad de los seres humanos para poder reconciliarnos con las personas de nuestro entorno. Según Moreno, el teatro busca que el hombre se concilie con sus semejantes. Los actores a los que me refiero, en algunos casos, por sí mismos y por sus historias de vida, tienen grandes dificultades para expresar y transmitir sus experiencias, emociones y sentimientos. La interpretación les permite expresarse más libremente sin temor a ser juzgados, criticados o rechazados. Dejan de ser lo que son para ser otra persona. Aunque la actuación dramática es ficticia, la experiencia vivida en la representación es real y les permite expresar emociones temidas, cambiar patrones de conducta o exhibir nuevos rasgos. Una vez que las han vivenciado, aunque en modo ficticio, estas nuevas experiencias pueden formar parte del repertorio de la vida real”, explica la psicóloga.
Para Moreno, la espontaneidad era el eje de sus obras y pretendía que el paciente adquiriese un mayor abanico de conductas y rompiera con sus limitaciones utilizando la técnica de inversión de roles (experimentar distintas emociones y puntos de vista de cada rol). “Trabajar la espontaneidad favorece la conexión con el cuerpo, mejorando la expresión corporal, la capacidad de comunicación y, en general, la relación consigo mismo. La expresión corporal pobre y la capacidad de comunicación limitada son facetas de las personas con trastorno mental severo”, analiza Chiessi, para quien el teatro ayuda al crecimiento personal y es una vía para superarse. Las funciones terapéuticas del teatro deben su protagonismo fundamentalmente a los espectadores, más que al propio trabajo de los actores. “Aunque unos sin los otros no existirían, es la presencia del público la que con sus aplausos, admiración y reconocimiento va a dar sentido a lo que hacen los actores. Muchos de ellos, por primera vez, se sienten interlocutores válidos al ser valorada y reforzada su actividad y reconocida su competencia personal. A lo largo de su existencia, con una historia de vida de fracasos, han oído muchas veces: ‘no servís para nada’ o ‘nos has destrozado la vida’. En esa comunicación circular e interactiva, el paciente se nutre y reconstruye una nueva percepción de sí mismo”, relata Chiessi. Es que el paciente fomenta la autoafirmación y la autoestima y sobre todo, cubre su necesidad básica de comunicarse, dejando de ser invisible para ser humanamente significativo. “La imagen corporal está íntimamente relacionada con las emociones y sentimientos. El uso del teatro como instrumento terapéutico supuso un enfoque mucho más profundo. Los actores y actrices comenzaron a relacionarse con el entorno, de otra manera, siendo participantes activos. Y además, comenzaron a desplegar distintos roles o formas de ser, tanto exterior como interiormente. No sólo representaban un papel en apariencia, sino que tenían que hacer uso de habilidades, estrategias y motivaciones que caracterizan a su personaje, aprendiendo de ellos, mejorado su calidad de vida al cubrir, con esta actividad”, comenta la psicóloga.
La red defiende los derechos humanos de los pacientes desde el arte porque los que forman parte de los talleres artísticos que se nuclean en la misma, por lo general padecen de una doble vulnerabilidad: la de la pobreza y la del padecimiento mental. Ambas se realimentan y tienen graves efectos en su subjetividad. “Si a esto le sumamos la estructuración hegemónica de algunas prácticas médicas, dentro de un sistema social que invisibiliza y excluye a los ‘perdedores’, ya tenemos un combo interesante para hablar de derechos humanos. Hacemos arte para denunciar el avasallamiento de esos derechos, de sus propios derechos”, entiende la presidenta de la Red, Liliana Cobe. “Los usuarios del rol pasivo, ‘paciente’ y sumiso, pasan a ser ‘actores’ y protagonistas de esta su lucha. El arte les da voz como sujetos de derecho. Este participar, este decir, tiene efectos importantes en su subjetividad lastimada, que no sólo sufre por su patología psíquica o mental, también por los abandonos, discriminaciones, por ese estigma social que no les permite soñarse en salud y prosperidad”, agrega Cobe.
El psicólogo social Valerio Cocco es miembro de la Red y director de la compañía teatral Barquitos de Papel, que está conformada por usuarios de servicios de salud mental, en su mayoría pacientes psiquiátricos, con quienes presentó el espectáculo Psssikiatry en Espacio Sísmico (Lavalleja 960). Cocco profundiza el cruce entre arte y derechos humanos: “Históricamente, la psiquiatría se adueñó de todo el área, tanto desde el diagnóstico como de la supuesta cura que ofrece. El único paradigma que tenemos es el médico. La psiquiatría es una ciencia médica, pero seguramente podemos afirmar que no alcanza porque es una única visión. Hay muchas otras”, sostiene Cocco. Por ejemplo, denuncia que la psiquiatría “no hace nada o hace muy poco para resolver los problemas efectivos de las personas que tienen padecimientos mentales y que son institucionalizadas”. Se refiere a problemas concretos como la vivienda, el trabajo, las relaciones afectivas. “Son áreas que vienen muy comprometidas porque la persona que está bajo un tratamiento psiquiátrico y tiene un diagnóstico de psicosis grave, como esquizofrenia, es algo que la marca de por vida. Es muy difícil conseguir un trabajo. ¿Quién quiere a un esquizofrénico en un trabajo? Es muy difícil. Si no tiene un trabajo, no tiene un sueldo. El Estado se hace cargo de darle una pensión social mínima, que no llega a los 4 mil pesos, con lo cual, no puede hacer mucho o hacer muy poco”, ejemplifica Cocco.
Otro problema importante es el de la vivienda. “Si tiene 40 o 50 años vive con su familia porque no tiene la plata para hacerlo por fuera de ese entorno”, agrega Cocco. Es que muchas veces las familias son los primeros núcleos conflictivos y, entonces, el entorno más cercano termina siendo un lugar del cual debería irse la persona, pero no puede. “Si no tenés la familia, la alternativa es la calle”, explica Cocco, de manera cruda. Por eso, para este psicólogo social la pobreza y la salud mental también están muy cercanas. “El mundo relacional también está muy comprometido: es muy difícil tener amigos, las relaciones sexuales son muy comprometidas por el uso de los fármacos. Entonces, es una vida denigrada”.
Frente a ese panorama, Cocco explica su postura: “Nosotros proponemos aplicar otro tipo de herramientas hacia la cura de la persona. El arte es una herramienta poderosísima en este sentido, que te permite reconstruirte como persona para poder volver a empoderarte, identificarte como una persona capaz, y no como discapacitada, como una persona activa, que se puede subir a un escenario si tiene la voluntad y es capaz de generar emociones y sentimientos en el otro. Es posible ganar dinero de esa manera, cosa que hacemos nosotros como compañía teatral porque las entradas las cobramos y las repartimos. Con ese dinero que se genera, también se puede generar una vivienda y se generan nuevas relaciones sanas”, concluye Cocco.
* Publicado originalmente en Página|12