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La asunción de Trump y la tapa de la cloaca

Qué les altera la vida a los millones anónimos

Por qué llega Trump al Capitolio. Las inundaciones, el alud en Jujuy y los mapuches apaleados. La globalización que agoniza. "Contratar americano y usar norteamericano", dijo Trump. Puertas cerradas. ¿Contratar argentino? Qué pasará si se expulsa a los inmigrantes, responsables de todos los males, pero los males continúan. La parábola del plomero y la tapa de la cloaca.

El plomero tiene el pelo largo y recogido y una remera de Hermética. Llegó con sus dos hijos mayores, de 14 y 15, a cambiar la segunda tapa de la cloaca. Contratapa, la definía. Trabajo feo para una temprana tarde de enero. Agobiante. En ese mismo momento asumía Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. Ni a él ni a sus hijos le cambiaría un ápice la vida que ese troglodita misógino se transformara en "presidente del mundo libre", como les gusta decir a ellos, que son en sí mismos el mundo libre y sus alrededores. El problema con Trump no son las consecuencias que traerá su permanencia en el Capitolio, sino por qué llegó al Capitolio. Cuando el mundo era una sola casa inmensa, globalizada, en la que un barquito argentino en el Golfo equivalía a un bombazo en la AMIA, era otra cosa. Pero como siempre, los ricos vivían en el living, con la heladera a mano y los pobres -la mayoría, digamos la verdad-, en el gallinero. O en el patio trasero donde se tira aquello que no se usa, que no se come, que no es digno de la gran sala. Cuando los pobres intentaron entrar, se murieron de a centenares en el mar y eran negros africanos que pretendían pisar la vieja Europa; los mató la Bonaerense, la Gendarmería o la Prefectura, y eran villeros que pretendían llegar al centro; los cazaron la policía local o los operadores y eran pibes que aparecían desde el Dorrego o el Facundo y pretendían asomar por la Rivadavia. La globalización globalizaba a algunos. Los desahuciados de la vida siempre estuvieron afuera. Globales o nacionalistas. Con Trump o con Obama. Con Macri o con Scioli. El plomero trabaja sobre la cloaca con sus dos hijos, de 14 y 15. Ellos tal vez no sepan que en ese preciso momento está asumiendo Trump. Ni les importe. Y hacen bien. Agua y fuego En la radio, un periodista entrevista a una mujer. Es kinesióloga y vivió toda su vida en La Emilia, un pueblito de San Nicolás estragado por la inundación. Ella llora y dice que vio al agua llevarse toda su vida: su consultorio, sus papeles, su historia, sus recuerdos. Nunca sucedió algo así en La Emilia. Tampoco hubo dos inundaciones en Pergamino una detrás de la otra. Jamás. No es el cambio climático ni la "profecía apocalíptica" de la que habló el rabino Bergman cuando vio venir el fuego en La Pampa. No son los jinetes bíblicos, sino los empresarios, los superexportadores, los que concentraron exponencialmente riqueza en escasas manos en los últimos veinte años, a costa del suelo, del aire y del agua. Las llanuras se han vuelto mares. En La Emilia "hicieron una pileta", dicen. Alzaron alrededor las paredes que necesitan para refugiarse los dueños de todo. Y sus murallas no permiten que el agua escurra. La deforestación y el monocultivo son determinantes en los océanos de las llanuras. En septiembre de 2016, el Banco Mundial advirtió que "entre 2001 y 2014 la Argentina perdió más del 12 % de sus zonas forestales, lo que equivale a perder un bosque del tamaño de un campo de fútbol cada minuto". Pero además hay que agregar "los efectos de la agricultura industrial". El investigador del Conicet, José Paruelo, explicó a Página 12 "un proceso de acaparamiento de tierras que genera la irrupción del capital financiero, que compra grandes superficies y busca extraer rentas de la agricultura industrial". Es decir, en las llanuras, el agua es naturalmente evacuada a través de la transpiración de las plantas que la absorben y la evaporan a la atmósfera. Si se desmonta y se corre a la ganadería para sembrar -con el agravante de que el cultivo sea casi siempre el mismo- "el agua que entra en el suelo no puede salir". El rabino Sergio Bergman llamaba a rezar el año pasado. El gobierno justo había bajado el presupuesto para combatir los incendios forestales. Y se vino no más la profecía apocalíptica autocumplida. En el mejor estilo House of Cards. Como invitar a que se disfrute hasta el último granito de arena de las playas bonaerenses y picar para Playa del Carmen. Como, desde el otro lado, criticar lo mismo que ya se hizo. Porque, la verdad, todos se escurren a la hora del desastre. Todos se esconden en Villa la Angostura, Calafate, México u Holanda cuando las cosas no están muy bien. Y no vuelven con casco y manguera ni con botas de lluvia ni manejando ambulancias. A todos se les inundó la provincia. No tienen autoridad moral ni política para abrir la boca. Lo saben el plomero que escucha Hermética y sus dos hijos adolescentes que cambian la tapa de la cloaca. Contratapa, define él. A ellos se les inunda la calle porque ya el cemento no permite un escurrimiento mínimo y las cloacas son vetustas y el río que está cerca ya es una pasta de residuos industriales y ni él ni sus hijos son responsables pero la pagan. No saben que justo en ese momento asume Trump. Y que de casualidad no es dueño de media Patagonia, como el compadre de Mauricio, Joe Lewis, que se adueñó del Lago Escondido. O el desafortunado Douglas Tompkins, que se quedó con los esteros del Iberá. O Ward Lay, creador de las papas fritas Lay’s y la Pepsi que, además de envenenar alimentariamente a los chicos, se compró miles de hectáreas en Neuquén por pura melancolía: le recuerda al Texas de los años 50. Pero la ley ancestral, la del origen, la de la preexistencia, no existe en el sur que Sarmiento les quiso regalar a los chilenos para molestar a Rosas. A los mapuches se los arrincona aun en territorios eternos donde nadie habita. Pero a ellos les quitan el río, los pastos, el suelo y el aire. Como a los wichis y a los qom en el norte profundo. Donde los espíritus de los bosques muertos se levantan una mañana y tapan un pueblo jujeño con agua y barro. Nacionales En el mismo momento en que el plomero sella con cemento los alrededores de la contratapa de la cloaca, Trump habla 16 minutos prometiendo "usar norteamericano y contratar norteamericano". Si la China decide usar chino y contratar chino, no sabrá la Argentina a qué cerdos venderles la soja que plantó hasta en las macetas y por la que desmontó y taló y ahora inunda y sólo ofrece rezar. Y no sabrán dónde ir a ganar fortunas futbolistas como Carlos Tevez, surgido del Fuerte Apache, que no soporta la inseguridad y se va a Shanghai a ganar más y a estar tranquilo. Pero también la Argentina está pensando en contratar argentino y sacarse de encima a chilenos, peruanos, bolivianos, paraguayos, senegaleses, dominicanos, colombianos y etcéteras. Causantes de todos los males que soportan los argentinos menos los gobiernos, que ellos no eligen pero parecería. El usar argentino no es tan fácil porque durante los últimos veinte años de reinado del sistema extractivista, se han rifado hacia afuera los recursos naturales no renovables, valiosísimos, en forma de commodities, de materia prima de gran valor, sin pensar en un mañana donde sólo quedarán agujeros en la tierra y nada para vender. Ni para fabricar. Y cierto peronismo que fue progre se horroriza hoy de los agronegocios porque Macri respeta el statu quo imperante y cimentario de la docena de años anteriores. Pero el plomero del pelo recogido y la remera de Hermética sabe que con Trump o sin Trump, si no sale en la temprana tarde de enero a cambiar la contratapa de la cloaca en casa no se cena. Por ahí prenderá la tele cuando llegue y no le mostrarán las inundaciones ni el fuego ni los mapuches apaleados. Sí a Facundo Moyano que aparece un rato con Susana Giménez y otro con la azafata de Guido Kaczka, en una apuesta al ridículo comparable con la del diputado Ottavis. Y por ahí le dirá, la tele, que asumió Trump en el Capitolio. Hasta pensará, tal vez, qué lástima que el mayor dejó el fútbol y quiere ser youtuber. Al fin y al cabo, en ese patiecito de atrás del mundo, les seguirá tocando, a él y tantos millones, recoger lo que olviden los que ocupan la sala. Globalizada o con las puertas cerradas. Es lo mismo.

* Publicado originalmente en Diario El Popular

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