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Esa mujer, las mismas luchas


A 43 años de la Noche del Apagón de Ledesma

Carlos Pedro Blaquier y su Ingenio Ledesma son sinónimo de dictadura y desaparecidos. El recuerdo de Olga Márquez de Arédez, la mujer que se hizo bandera de lucha. Cuando cambian los que gobiernan pero no los que mandan.

Hace cuarenta años te secuestraban y desaparecías. Hoy te contaminan y te gatillan fácil. Libertador General San Martín es el botón de muestra perfecto, condensado, donde el poder económico es dueño de la vida y la muerte de su población, con la casta política y administrativa de turno y las fuerzas represivas a su servicio.

Salvo por excepcionales momentos, la impunidad siempre estuvo de su lado. Hasta su identidad se robó la familia Blaquier, dueña del ingenio azucarero y un emporio de empresas afines como la del papel, porque Libertador es llamado Pueblo Ledesma, y donde estos patrones son una presencia ominosa que impone miedo de hablar, de hacer y mucho más de protestar.

Ella lo padeció, lo enfrentó y lo denunció hasta su último aliento. Olga Márquez de Arédez era odontóloga y enseñaba historia, su marido Luis ejercía como pediatra hasta que entró como médico en el poderoso ingenio Ledesma. Ahí empezaron sus problemas, cuando el capataz lo cuestionaba por recetar “remedios caros” a la peonada. Había llegado a Libertador en la década del 50 para intentar paliar la altísima mortalidad infantil de los zafreros. Fue electo intendente del pueblo y tuvo otra osadía: pretender cobrarle impuestos a Blaquier, en tiempos de la “primavera camporista”. Luis Arédez fue secuestrado el 24 de marzo de 1976 y estuvo detenido un año hasta que lo liberaron. En mayo de 1977 desapareció por segunda vez, ya para no volver.

Olga, su compañera de vida, vio claramente el logotipo de Ledesma en la puerta de la camioneta donde se lo llevaron. Desde entonces, se organizó con las demás esposas de obreros desaparecidos, varios de ellos delegados del sindicato azucarero, y coordinó denuncias con los familiares de Jujuy, Salta y Tucumán cuando aún no había llegado la democracia.

Conoció a Adela Gard de Antokoletz y comenzó a dar vueltas a la plaza con un pañuelo blanco sobre su cabeza, con las Madres, exigiendo la aparición con vida de sus maridos e hijos. Los últimos años marchó sola en Pueblo Ledesma y así la retrató el documental Sol de Noche, de Eduardo Aliverti, Pablo Milstein y Norberto Ludin.

“Al morir Sixta, mi última compañera, entré en la disyuntiva bravísima de caminar sola o irme a mi casa. Cuando éramos muchas, después de caminar nos sentábamos debajo de un árbol. Ahí, juntas, hacíamos nuestra terapia de grupo, que recién ahora sé que era terapia”, decía Olga.

Sin importarle que la pensaran loca y activista, ella señalaba a los genocidas con su marcha silenciosa. Ante sus ocasionales visitantes solía pasar un dedo sobre la chapa de cualquier automóvil para mostrar “esa pasta negra y pegajosa que se va a nuestros pulmones y nos mata de a poco”. Aunque la empresa lo niega, y los médicos locales no lo diagnostican, el desecho de la caña de azúcar que Ledesma acumula en montañas a cielo abierto, a diez cuadras de la plaza principal del pueblo, flota en el aire.

Los encargados de relaciones públicas del emporio Blaquier repiten que “al segundo día uno se acostumbra” a ese olor penetrante a vómito que impacta al respirar. Es el bagazo, el residuo del tallo de la caña que queda después de que se le ha exprimido el jugo. Fresco tiene usos que van desde combustible hasta abono, pero seco puede producir bagazosis, una enfermedad provocada por la inhalación de ese polvo.

“Acá la gente se muere a los sesenta, de golpe, se caen en medio de la calle, y los corticoides corren como aspirinas”, dijo a esta cronista hace algunos años un exempleado del ingenio. En nombre de todos los que callaban por ese temor reverencial al patrón, del que depende todo el pueblo directa o indirectamente, Olga presentó un recurso de amparo para obligar a la empresa a detener esta contaminación. Cuando salió el fallo a su favor, ya había fallecido, en marzo de 2005. Pero también esa pulseada la ganó Blaquier porque finalmente la Corte Suprema declaró inadmisible el planteo.

Esa mujer murió de un cáncer de pulmón, probablemente inducido por la bagazosis, aunque según las autoridades sanitarias jujeñas “no hay registros” de casos de esa enfermedad en la zona. A esto los abogados que la representaron contestaban que “no es lo mismo la falta de registro que la inexistencia de la enfermedad”, y que el Ministerio de Salud de la Nación informó que la bagazosis sí puede producir cáncer. Ella los últimos jueves marchaba con barbijo.

Cuenta Eduardo Rueda, sobreviviente de la dictadura: “Olga se sumó a la lucha de sus antepasados, era descendiente de wichis por parte de madre, acá en Calilegua la historia no comenzó en los 70, mucho antes los hermanos guaraníes resistieron a las corporaciones de la época, pelearon semanas hasta que los derrotaron. Cuenta la leyenda que nuestro cacique Calilegua trepó hasta la cima del cerro y cuando estaban por atraparlo se tiró como símbolo de que no quería ser esclavo. No estamos solos en la lucha, lo importante es sumar”.

Serena pero firme, Olga decía que la única solución para que no haya villas a medio kilómetro de la empresa más grande de América Latina era la expropiación. En los años 90 fueron 1.200 los trabajadores del ingenio que quedaron desocupados, y así nacieron las villas del pueblo.

Durmiendo con el enemigo

La marcha por las víctimas de los Apagones del Terror, cuando en julio de 1976 cortaron el suministro eléctrico para secuestrar y desaparecer a obreros y activistas en Libertador, Calilegua y El Talar, era organizada cada año por Olga y las organizaciones de derechos humanos.

La de 2005 fue especialmente concurrida, y en plena democracia Blaquier se dio el lujo de conseguir informes de inteligencia de todos los que marchamos esa jornada, mientras se cantaba “Ledesma, cagones, ustedes contaminan y secuestran en furgones”.

Aquella movilización culminó con el emotivo entierro de las cenizas de Olga en la plaza donde había dado vueltas en ronda, debajo de una Santa Rita como la que tenía en su casa, a la que cuidaba de la “pasta pegajosa” del bagazo. Esa tarde dos mujeres indígenas, mineras, la despidieron con coplas.

Adriana Arédez, una de sus hijas, dijo: “Te acuso empresa Ledesma por la desaparición de mi padre y por los desaparecidos de Libertador General San Martín, porque pusiste las camionetas donde se los llevaron, te acuso por los treinta mil desaparecidos de todo el país porque pusiste plata para el golpe, y te acuso por la muerte de mi madre porque envenenaste el aire con prácticas irresponsables de explotación”.

La aristocrática familia Blaquier dice sin pudor que “alguna vez en este país va a ser bien visto tener éxito y dinero”. Será acaso porque lo poco que rompe la impunidad de la que gozan desde siempre son los escraches, como el que le realizaron a Nelly Arrieta de Blaquier, que sigue ocupando el filantrópico cargo de presidenta de la Asociación de Amigos del Museo de Bellas Artes.

Ellos, que construyeron su residencia como si fuera la Casa de Gobierno, y la llaman “la Rosadita”, pagan el peor salario del sector azucarero. A los trabajadores temporarios, los zafreros descendientes de los pocos indígenas sobrevivientes, los mantienen en condiciones de una explotación laboral que ronda la esclavitud, con jornadas de hasta 14 horas y cuando se enferman los despiden. En algunos casos se dan cuenta que no les hicieron los aportes jubilatorios durante 30 años, en otros quedan sin trabajo antes de la edad jubilatoria y por lo tanto se van sin nada.

La tercerización y la precarización predominan en la zafra, y el sindicato presentó sucesivas denuncias por incumplimientos de higiene y seguridad e irregularidades en los vehículos que utilizan. En las viviendas que usan en los lotes durante la cosecha detectaron falta de baños, toldos en lugar de techos, y riesgo de contaminación en un sector ubicado cerca de los piletones donde descargan desechos tóxicos de la fábrica de papel.

La crisis habitacional es otro denominador común, porque a medida que el imperio de los Blaquier fue ampliando sus negocios ocupó casi todas las tierras disponibles en Libertador.

El “Triángulo” son 15 hectáreas pegadas al ingenio, de las poquísimas que quedaron sin plantaciones de caña. En julio de 2011 un grupo de familias, cansado de las promesas del gobierno de que allí se construirían viviendas, las ocupó con el apoyo de la Corriente Clasista Combativa (CCC). A la semana fueron desalojados en forma violenta y hubo cuatro muertos. Las 700 familias lograron la expropiación pero no se construyeron viviendas, y la causa por la matanza sigue impune.

A fuerza de prepotencia, los ingenios azucareros, y Ledesma no es la excepción, impusieron el disciplinamiento de sus obreros apelando a variados recursos. Uno de ellos es la leyenda de El Familiar, un “espíritu” devorador que da poder y dinero a su poseedor a cambio de vidas humanas. “Hay que alimentarlo con sangre de los trabajadores para que la cosecha sea buena”, dicen. Su existencia fue (¿es?) tomada como real por una parte de la población de las plantaciones de azúcar en esa región, y en esta creencia se consuma la coacción de los dueños de los ingenios hacia sus peones, del mismo modo que “justifica” las desapariciones ocurridas durante la dictadura.

Los que mandan y los que gobiernan

Los cómplices civiles de la dictadura son parte del gobierno provincial y nacional, y el gobernador radical Gerardo Morales en particular pretende imponerse con una administración estilo feudal, avasallando las básicas garantías constitucionales luego de armar una justicia adicta en tiempo récord con amigos, parientes y correligionarios: llevó el número de integrantes del Superior Tribunal de cinco a nueve y designó a dos diputados radicales que acababan de votar la ampliación y a un tercero que también fue legislador de la UCR. Además, la hermana del vicegobernador fue designada en la Defensoría General.

Sin embargo, los Blaquier siempre gozaron de los favores de los sucesivos gobiernos, sin importar su color político, tanto si contaban con la legitimidad de los votos o fueron impuestos por un golpe de Estado. Durante su gestión, el exgobernador Eduardo Fellner tuvo en su gabinete a un integrante del estudio jurídico de los Blaquier.

El temor reverencial que lograron imponer en pueblo Ledesma tuvo el aporte esencial de la Iglesia, donde el cura párroco les decía a las madres de los desaparecidos “ustedes les han dado tanta libertad que se han vuelto comunistas, ¿qué esperan de un hijo comunista?”, como relata el film Sol de Noche.

La impunidad tuvo y tiene diversas caras, desde la instalación de una garita de la Gendarmería en medio de la planta (¿les suena el quincho de los represores en la Ford?), y el reconocimiento del excapataz de Ledesma de que “coimeaban a todos”, hasta las actuales recorridas de los patrulleros por el pueblo con policías y vigilantes privados del ingenio hostigando juntos a pibes que salen del colegio. “Las madres de chicos que aparecen muertos nos dicen que en la comisaría no les toman la denuncia”, cuentan en el Centro de Acción Popular Olga Márquez de Arédez (Capoma), que funciona en la casa donde vivían los Arédez en el pueblo.

Desde esa organización creada para continuar la lucha de Olga, también denuncian que Ledesma sólo pone los filtros en las chimeneas en julio, cuando viene gente de afuera para la marcha por los Apagones. “Tengo la esperanza de no irme de este mundo sin que algún gobierno le exija a la empresa que ponga filtros y que saquen las montañas de desechos de bagazo que enferma a la gente, alguien tiene que tomar la decisión, que estos señores feudales paguen sus impuestos”, decía Olga antes de morir sobre la evasión tributaria y la polución que perpetraron los Blaquier durante décadas.

En el colmo del cinismo, el entonces senador radical Morales a pocos días de la muerte de esa mujer pedía que Márquez de Arédez fuera declarada ciudadana ilustre en homenaje a su lucha. Ahora que gobierna la provincia, reprime a los obreros de Ledesma, y se ensaña con la organización que vertebró el reclamo de los pueblos originarios ¿dónde quedaron las buenas y oportunistas intenciones que expresó en aquel pedido, contador Morales?

Hoy como ayer

Carlos Pedro Blaquier, presidente de Ledesma S.A.A.I. y actualmente con falta de mérito en la causa que lo investiga por delitos de lesa humanidad, decía en enero de 2001 en La Nación: “Es comprensible, no justificable, que por las características de la naturaleza humana los menos dotados se consideren injustamente tratados e intenten sustituir a los mejores dotados, esto es lo que con toda razón se ha llamado la envidia igualitaria”.

Previsible argumentación del déspota patrón que apela a cualquier fin para mantener la dependencia. Pero a pesar de la desazón que sobrevino a la provisoria exculpación judicial de Blaquier, allá en Libertador no todos se han doblegado.

La agrupación Tupac Amaru estimó en 10 mil los manifestantes que participaron el jueves de la marcha por los cuarenta años* de los Apagones del Terror, que esta vez no culminó su recorrido, desde Calilegua a Libertador General San Martín, en la plaza del pueblo como sucedía tradicionalmente sino en el piquete donde los obreros azucareros estaban protestando.

El 14 habían sido ferozmente reprimidos con balas de goma luego de haber votado un paro por tiempo indeterminado en reclamo de aumento de salario. En la cabecera de la movilización, suele mezclarse el reclamo histórico de las víctimas del genocidio con las demandas coyunturales. Así, esta vez se vieron carteles como el que rezaba “Justicia para Rosita Aliaga, Ni una menos”. Las actividades incluyen cada año un homenaje a Jorge Weisz, un militante de Vanguardia Comunista que organizó el clasismo en el ingenio Ledesma.

* Publicado originalmente el 24 de julio de 2016, en La Izquierda Diario

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