Yo adoctrinado.
Adoctrina que los niños prefieran ser soldados y no “indios”, en los actos escolares. Y que las niñas sólo representen a vendedoras de empanadas, nunca a otras guerreras. Nos adoctrinan cuando silencian el genocidio de Colón. O cuando niegan a los cómplices civiles de la última dictadura.
Vos, adoctrinada.
Nos adoctrinan ante los silencios que se tragan la educación sexual, y ante la invisibilidad de la diversidad LGTBIQ.
Él, ella, elle, pura doctrina.
Adoctrinan cuando callan la Guerra de la Triple Alianza, el segundo genocidio latinoamericano. Y cuando visitan estatuas o envían trabajos prácticos sobre Roca, sólo mencionando a la “Conquista del Desierto”, sin profundizar. Adoctrina la existencia de sus escuelas para ricos y nuestras escuelas para pobres. La cruz en el aula, también. La fila para nenes y la fila para nenas, adoctrinan.
Nosotros, adoctrinadas.
Adoctrina que intenten borrar las enseñanzas del Che, de Walsh, de Juana, de Julio López, de Luciano Arruga, de Berta Cáceres, de Atahualpa, de las Madres, de las Abuelas, de Maxi, de Darío. Adoctrinan ciertos talleres extraescolares, mientras otros reclamamos una copa de leche. Adoctrina pasar frío en casa. Y luego en el aula.
Vosotras, adoctrinados.
Adoctrina que todavía no enseñen wichí, qom, mapudungun, guaraní, quechua, en todas las escuelas del país. Adoctrinan, los colegios hechos pedazos y los otros, con ascensores, con sus paredes de vidrio. El orden de las aulas adoctrina, como adoctrina levantarse cuando llega la directora. Los uniformes para ser alguien y la falta de vacantes, adoctrinan, para que leamos eternamente con los ojos cerrados.
Todos, todos, todos ellos, adoctrinados.
* Publicado originalmente en La Garganta Poderosa