¿Quién lee diez siglos de historia y no la cierra
al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?
León Felipe
Lo ocurrido durante la Dictadura Cívico Militar Eclesiástica de 1976 de desaparición de personas, secuestro y sustitución de identidad de niños, abusos sexuales, apropiación de bienes y utilización de una red de campos de concentración tuvo un antecedente que guarda una siniestra similitud con lo padecido por los indígenas en el ultimo cuarto del siglo XIX.
Como expuse al comienzo de Pedagogía de la Desmemoria “Todo genocidio es heredero de un genocidio anterior. Matanza hereda matanza. La desmemoria hereda olvido. La impunidad traslada el espanto una y otra vez y la invisibilidad se instala”. Precisamente eso es lo que acontece en nuestro país que profesa un culto del olvido, un catecismo de la desmemoria y una celebración de la impunidad mediante una historia oficial creada para justificar hasta las pretensiones más inadmisibles de la elite de turno.
Dado el espacio, me limitaré a establecer una serie de puntuaciones para que se adviertan las relaciones entre ambas atrocidades cometidas por el Estado y sus mandantes y demostrar como las desapariciones de personas comenzaron hace mas de un siglo. Incluso encontramos una analogía semántica, un correlato simbólico que se expresa con nitidez en el lenguaje castrense de la Conquista del Desierto y de los generales que se propusieron “aniquilar la subversión”. Mientras en el caso de Alsina y Roca se habla de “Barrer toldos” y se cataloga al enemigo como “indios salvajes chilenos” en 1976 los comunicados expresan la necesidad de “desterrar el cáncer de la subversión” calificando a sus integrantes como “terroristas apatridas de ideología extranjera”. Mientras Roca ordena “expulsarlos de sus madrigueras” Videla dispone “limpiarlos de universidades y fabricas”, en ambos casos, se escudan tras la mascara de la Patria.
Resulta interesante observar como guarda un paralelismo hasta en lo que aparenta ser diferente. Veamos un ejemplo. Estanislao Zeballos, publicista de la campaña roquista crea un slogan que se cumplirá a la perfección: “La barbarie está maldita y no quedará en el desierto ni el despojo de sus muertos”. Despueblan Pampa Patagonia. Desocupan el desierto. Un absoluto contrasentido. El desierto que conquistan no estaba tan desierto, en realidad construyen uno a medida de los intereses de los ganaderos. Las vacas necesitan pasto y los indios sobran. Por su parte, el golpe de 1976 se hace en aras de salvaguardar la Constitución y la Democracia instaurado un orden de facto que impide ejercer los derechos ciudadanos en beneficio de los grandes grupos económicos. En ambos casos, conquistar un desierto para despoblarlo o instaurar un Golpe de Estado para proteger la democracia, se trata de un accionar esquizoide y una comunicación patológica que se instauró como una verdad revelada por los escribas de turno.
Veamos lo que sucede con los indígenas y el porque del titulo de esta nota. En aras de despoblar el desierto, los indígenas son arriados por millares a Buenos Aires. Roca es tucumano y más que hacerse conocer, necesita demostrar poder a la díscola ciudad porteña, única forma de obtener luego la presidencia. Ese es uno de los motivos de los traslados a los “depósitos de indios” tal como en ese entonces se conocía a lo que hoy se denomina campo de concentración. Existen “depósitos preliminares” en Viedma, Carmen de Patagones, Junín y Bahía Blanca. En Buenos Aires tenemos datos de los que estuvieron ubicados en la actual calle Hipólito Irigoyen y Sánchez de Loria, en el Retiro, en los arsenales Navales del Tigre y sobre todo en la isla Martín García, que será el mayor campo de concentracion de la historia nacional, incluso superior a la ESMA en cantidad de detenidos. Si bien durante la Dictadura de 1976 los desaparecidos son invisibles, aquellas “entelequias que no están” como los catalogo Videla, durante la Conquista del Desierto trasladan 19.000 prisioneros a Buenos Aires, se los muestra, se los exhibe, pero luego se los difumina entregando una buena cantidad de niños y mujeres para mandaderos, peones de antecocina y sirvientas para todo uso y el resto a Martín García donde la mayoría encontrara la muerte.
Los niños que son arrancados a sus padres ni bien llegan al puerto, son repartidos por las Damas de la Sociedad de Beneficencia a “gente de bien” que obviamente los mandan a bautizarse cambiándoles el nombre salvaje por uno decente occidental y cristiano. En el puerto hasta se producen bataholas entre quines exhiben las papeletas donde se les adjudica legítimamente algún chinito o chinita. Durante Videla los 500 niños secuestrados serán repartidos solapadamente aunque también de manera “legal”. Si bien en la actualidad fueron recuperados más de un centenar de niños dados en adopción durante la Dictadura, en el periodo roquista fueron entregados miles de “pequeños e infelices salvajes” que pierden sus nombres, familias, su grupo de pertenencias, sus vidas. Ninguno fue restituido. Los convierten en ausencias. Ausentifican sus presencias.
Con respecto a los bienes, en muchos casos a los desaparecidos les obligaron a firmar bajo tortura la venta de sus departamentos, a los indígenas no les hacen firmar nada, simplemente les quitan las tierras que necesitan las vacas. Las violaciones masivas de mujeres que se producen durante la Expedición al Desierto mencionadas en innumerables fuentes, nos recuerdan los abusos sexuales que las detenidas padecieron en los centros clandestinos. Desgraciadamente, la Historia Oficial premió con pedestales a quienes merecen prontuarios, y de ese modo resulta una consecuencia natural que los delitos de lesa humanidad se repitan en un país que a fines del siglo XIX se consideraba blanco y europeo y que durante 1976 se pensaba como un baluarte de la civilización occidental frente a la subversión.
Sin embargo, más allá de intoxicarse creyendo que todos los argentinos descienden de los barcos, Argentina actualmente posee mayor cantidad de indios que Brasil. Los datos son incontestables aunque los escribas oficiales continúen predicando la perdida de identidad latinoamericana, la amnesia de nuestros orígenes y haciendo de la tergiversación de los hechos su máximo catecismo. Esa es la madrastra de nuestro imaginario como país. La que lo hizo chiquito, mezquino, enquistado en el puerto de Buenos Aires dándole la espalda al interior y al resto de Latinoamérica.
Para los desaparecidos y sobrevivientes de la dictadura de Videla hubo reparaciones con las que se puede acordar o disentir, se realizaron juicios, existen condenas. Incluso tenemos el famoso caso del cuadro de Videla que se quita de la Escuela Militar de la Nación. No ocurre nada parecido con los indígenas. No hay juicios, reparaciones o condenas. Incluso el cuadro de Roca sigue allí, en el mismo pasillo de donde bajaron al máximo exponente de la Dictadura. Ninguna autoridad democrática solicitó descolgarlo. Del mismo modo que existe un Nunca Más para los detenidos desaparecidos, para los indígenas es Siempre Más como lo demuestra entre otros ejemplos, el caso de los qom en Formosa. Sin embargo, les estamos dando batalla y avizoramos un nuevo tiempo recuperando los ideales de Mayo de una Patria Justa, Inclusiva y Fraterna. Es lento, pero viene...
* Marcelo Valko es psicólogo especialista en etnoliteratura y en investigar genocidio indígena. Docente universitario, titular de la cátedra “Imaginario Étnico”, dictó conferencia en EE.UU, Europa y América Latina. Autor de numerosos textos entre ellos: Ciudades Malditas Ciudades Perdidas; Pedagogía de la Desmemoria; Desmonumentar a Roca y Los indios invisibles del Malón de la Paz.
** Publicado originalmente en ANRed/La tinta, marzo de 2017.