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'Museo Benetton': el relato de los expropiadores


A pocos kilómetros de donde desapareció Santiago Maldonado, se encuentra el Museo Leleque. Está situado dentro de la estancia del mismo nombre, del Grupo Benetton. Una historia racista, que justifica la “conquista”.

Cuando uno llega al kilómetro 1440 de la ruta 40, se encuentra con una bifurcación. A la izquierda, el camino a Cholila, donde se encuentra apostada la comisaría de la Compañía Argentina de Tierras del Sur, también conocida como Subcomisaría de Leleque de la Policía de Chubut. A la derecha está el ingreso principal a la Estancia Leleque, del Grupo Benetton. Un cartel avisa que allí dentro, además, uno puede encontrarse con el museo del mismo nombre, bajo un ambicioso título: “Patagonia: su historia”.

A poco de andar, ya internados en la estancia, está el museo. Junto a la casona que lo aloja, se levanta la bandera de guerra del Estado argentino, con el sol sobre la franja blanca.

Quizá un anticipo de la historia que se cuenta detrás de esas puertas.

La historia de los expropiadores

“Herederos de una tradición de una docena de milenios en suelo patagónico, conservaron de sus antepasados paleolíticos el hábito de la caza nómade, el patriarcado, el amor por la libertad y su ingenua visión del universo y de los hombres”.

Así comienza el folleto que promociona el Museo Leleque, que describe el ingreso a la Sala 1 “Pueblos autóctonos”, dominada por un toldo tehuelche “en tamaño natural”. Luego recorre la llamada “Encuentro de dos mundos”, que va desde la conquista española hasta la llamada “Conquista del Desierto”.

La selección de los objetos y sobre todo el relato que recorre el museo van mostrando una concepción de la historia. Según su mentor, el fallecido Rodolfo Casamiquela, allí podemos entender “la guerra que emprendió Roca en 1879 (hablamos de guerra y no de conquista, en tanto hubo dos partes que confrontan)”. Así define al genocidio llevado adelante por los fusiles del Ejército argentino con el auspicio de la Sociedad Rural y los terratenientes ingleses.

En la Sala 3 se cuenta su versión de la historia escrita aún “sobre los fogones calientes del ejército”. La “colonización y el parcelamiento de la tierra” serían la marca de esa época, aunque se olvida de decir que las parcelas se parecían bastante a las grandes extensiones terratenientes como la que ocuparía primero la Southern Lands Company y luego la estancia “Benetton”, o sea millones de héctareas basadas en la matanza y el despojo.

La última sala, hace un homenaje a “Los Pioneros”. Los colonos europeos –y de otros países– van dejando su impronta. “Ese poblamiento –aluvional y por ende carente de toda selección– suponía “bienes” y también “males” de los cuales las poblaciones indígenas recibieron esencialmente los segundos”. El eufemismo para intentar ocultar la opresión que continuó iniciado el siglo XX, sorprende.

Cada sala está “ilustrada” con piezas, donadas por un expedicionario ruso y la Fundación Ameghino, que ayudan a “contar” esa versión de la historia.

El terrateniente, el “historiador” y la heredera

“Todo museo moderno es antes que nada una narración", reconoció Rodolfo Casamiquela días antes de inaugurar el museo, en el año 2000. Fue él quien convenció a Carlo Benetton a gastar 800.000 dólares en montarlo.

Y la narración de Casamiquela es a medida de los Benetton y su clase.

El fundador del museo no solo exculpa a los que se hicieron dueños de la tierra marchando tras los Ejércitos de Roca y Villegas. También eligen una historia centrada en los tehuelches, donde su destino habría estado marcado no solo por los conquistadores (y colonos), sino también por otros pueblos como el mapuche.

Por eso Casamiquela –además de funcionario de la dictadura militar en Río Negro– fue uno de los mayores escribas de una historia que asegura que los mapuches llegaron desde Chile y acabaron con los tehuelches, que eran indígenas “argentinos” y mansos. Lo dijo sin pruritos días antes de inaugurar el museo, en el diario La Nación: “Si se definen como mapuches son chilenos, y si son chilenos no tienen derecho sobre la tierra de la Argentina. Esta es la clave”.

Esa conclusión del fundador del “museo Benetton”, tan ridícula, fue utilizada por estancieros argentinos. Para desplazar a la comunidad Lagunita Salada en sus tierras de la meseta del Chubut, el abogado del terrateniente contrató como perito al fundador del “museo Benetton”, que expuso sobre la “chilenidad” del pueblo mapuche para negarle el derecho al territorio.

Hoy ese argumento reaccionario sigue siendo repetido por el poder y algunos grandes medios. Las comunidades actuales, en su mayoría mapuche-tehuelches, repudian ese concepto basados en su preexistencia a ambos lados de la cordillera.

Quien ha sido la encargada de promocionar el museo y los “emprendimientos” del Grupo Benetton en Argentina, es Josefina Braun, de la estirpe de los Braun-Menéndez (de la que proviene el jefe de gabinete Marcos Peña). Un apellido totalmente consustanciado con la “Conquista del Desierto” y la expropiación del territorio.

Auspicia esta historia…
El Museo Leleque, además de un relato interesado, parece querer convertir al pueblo mapuche y tehuelche en una pieza de museo, una serie de artesanías e historias del pasado, apropiarse no solo de la Patagonia sino de “su historia”.

Pero no puede. Los nietos y bisnietos de aquellos que intentaron resistir el avance de los expropiadores también buscan escribir su propia historia. Para recordársela, allí cerca se encuentran las comunidades de Santa Rosa de Leleque, Vuelta del Río y la Lof en Resistencia de Cushamen, reclamando o defendiendo su territorio contra las eternas fuerzas de choque de “los dueños de la tierra”.

***

Para evitar malentendidos, la folletería del museo asegura que “este proyecto científico-cultural es posible gracias a la convergencia de intereses de las empresas e instituciones: Compañía de Tierras del Sud Argentino S.A., Benetton Group, Fundación Ameghino. Auspiciado y declarado de interés cultural por la Secretaría de Cultura, Presidencia de la Nación”. Vale aclarar: ya desde hace muchos años.

Toda una declaración de principios.

* Publicado originalmente en La Izquierda Diario

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