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Aquellas pibas anarquistas


Mirar para atrás es también fortalecer las luchas presentes. Así lo afirma la autora de “Amor y anarquismo”, quien sostiene que lo que sigue haciendo productiva la tradición libertaria es su premisa de que no habrá revolución social sin revolución sexual. Laura Fernández Cordero considera que es posible que las anarquistas no dijeran algo novedoso respecto de su doctrina, pero que la diferencia era que la doctrina tomaba otro cariz cuando se recitaba en femenino.

A fines del siglo XIX, Giovanni Rossi imagina una comunidad ideal: armoniosa, colectivista, sin opresión, donde las relaciones son libres. La religión, la propiedad privada y la familia tradicional no tienen lugar. El deseo, en cambio, es el motor del consenso social.

Rossi, se basa en los textos de Charles Fourier, el socialista francés que fue promotor del cooperativismo y la vida en pequeñas comunidades autosuficientes (falansterios), alejadas del hacinamiento de los centros urbanos.

Fourier sostenía que la sociedad burguesa y su modo de organización represivo sólo causaban infelicidad. Los habitantes de los falansterios, en cambio, podrían elegir y alternar sus trabajos, en vez de repetir mecánicamente las mismas tareas durante toda la vida. Además, tendrían asegurada la posesión colectiva de la tierra y de los medios de producción.

Tanto a Fourier, a principios del siglo XIX, como Rossi cinco décadas más tarde, los movía la necesidad de generar mejores condiciones de vida para la mujer y el hombre, la utopía del goce y el placer en libertad por fuera del encadenamiento a las leyes del capitalismo y de la moral cristiana.

Para Giovanni Rossi, “amar a más de una persona contemporáneamente es una necesidad de la índole humana”. Entiende que es necesario experimentar. En Italia, hace algunos intentos sin mayor fortuna. Escribe numerosos artículos. Publica Lo Sperimentale, un periódico que le sirve de plataforma para difundir los ideales utopistas.

Pero será en Brasil (todavía gobernado por el emperador Pedro II) donde tendrá la posibilidad de llevar a la práctica sus teorías. Gracias a los oficios de un tío suyo y del compositor de ópera Carlos Gómes, el primer músico brasileño en presentar sus obras en La Scala de Milán, consiguió las tierras en las que iba a desarrollar su proyecto. Poco antes de que se proclamara la República, le entregaron las parcelas en el municipio de Palmeira, estado de Paraná.

Aunque el nuevo gobierno no reconoció la entrega de tierras a extranjeros hecha por el imperio, Giovanni Rossi no desistió, y las compró. Y en 1890 fundó la colonia anarquista Cecilia.

Alrededor de 200 inmigrantes partieron del puerto de Génova y llegaron a los barracones colectivos de la colonia, donde permanecieron hasta la construcción de las viviendas. La falta de conocimientos acerca de la agricultura se transformaría en un obstáculo para lograr la autosuficiencia alimentaria que se habían propuesto. Muchos de ellos debieron trabajar fuera del incipiente falansterio para poder subsistir.

El experimento es narrado en la novela Un episodio de amor, dónde Rossi (que usa el seudónimo de Cardias) es uno de los integrantes de un trío que completan Eleda y Aníbal.

Cardias habla de la escasez de mujeres, de la reticencia de algunas parejas recién llegadas a abrirse a un nuevo tipo de relaciones, y del sufrimiento de los hombres solteros debido a que se condenaba la masturbación. En cambio, cuando se refiere a Eleda todo parece ser esperanzador, al menos para él: “En los primeros días de su llegada tuve ocasión sobrada de conocer mejor a Eleda. Es una mujercita de treinta y tres años; pero cuando está tranquila y se siente en salud, demuestra tener apenas veinticinco. Tiene en sus ojos y en su carita de líneas finas algo que la asemeja a una niña. La expresión de su faz es siempre seria, de una seriedad triste. Principió a interesarme, y a menudo me complacía en preguntarle si se habituaba a la soledad de la pradera y de los bosques, a esta monotonía y escasez de vida. Me respondía que hacía todos los esfuerzos para ello y que lo lograría. Entonces veía en ella a la socialista inteligente, valerosa, buena… Y de ahí creció en mí una simpatía, un afecto delicado y atento que no era otro que el alba del amor”.

En 1892 la colonia empezó a disgregarse, algunas familias volvieron a Italia y otras emigraron a Curitiba. Este último grupo, fundaría la Sociedade Giuseppe Garibaldi en la capital del Estado de Paraná. Dos años después, ya no quedaba nadie en la aldea libertaria.

La vida de los colonos fue abordada por el director galo Jean-Louis Comolli en el film La Cecilia, en 1975, un reflejo del cine político que surgió en Europa tras el mayo francés.

Zélia Gattai, compañera durante 57 años de Jorge Amado (autor de la novela Doña Flor y sus dos maridos), escribió sobre el tema. El libro Anarquistas, gracias a dios, es la historia de su familia y siempre le produjo orgullo: “Yo estoy en la primera generación de brasileños por parte de padre y madre. Los dos llegaron a Brasil de muy niños. Mi padre llegó con cinco años, era hijo de un ferroviario anarquista que vino a participar de Colonia Cecilia. Mi madre era obrera de una fábrica paulista desde los nueve años. Se conocieron con mi padre en unas fiestas proletarias. Eran anarquistas… gracias a dios”.

Los textos de Zelia y las peripecias de Colonia Cecilia llegaron hasta la televisión. Una de las máximas exponentes de la burguesía brasileña, la inefable Red O Globo, transformó la historia de los libertarios en una rentable miniserie en la década del 80.

En 2016, en la localidad de Santa Bárbara (área rural del municipio de Palmeira), fue inaugurado el Memorial Anarquista de Colonia Cecilia. Cuenta con una réplica de la casa de los inmigrantes y un busto del idealista Giovanni Rossi. Paradoja o no, fue financiado con recursos del Estado.

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Decir que a principios de los´80 la educación pública argentina formateaba a los niños de un modo sexista, parece una obviedad. Y no es que ahora no quede ningún resabio de aquel pasado ominoso, pero ya no es tan común tropezarse con un taller de tejido para las niñas y uno de tallado de jabón para los varones, tal como sucedía en la Escuela número cuatro de Mar del Plata a la que asistía Laura Fernández Cordero, investigadora del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CEDINCI) y autora del libro Amor y anarquismo.

Cercana al complejo de viviendas Centenario, un bloque de cemento con ventanas diminutas que construyó la dictadura y nunca tuvo sala de salud ni escuela como prometía el proyecto original, la cuatro debió hacer lugar a los estudiantes que se habían mudado al barrio.

Laura renegaba de la división de tareas por sexos —que mostraba como podía ser el mundo fuera de las aulas— y del uso obligatorio de pollera en los actos patrios. Aunque no imaginaba que iba a dedicarse a estudiar el pensamiento y la acción de las mujeres anarquistas, aquella incomodidad escolar pudo ser un punto de partida.

“Yo veía el mundo y me daba cuenta que no estaba muy bueno ser mujer”, dice. En la Universidad tuvo una materia, Historia del feminismo, que dirigía Silvia Chejter, que le ayudó a descubrir a Simón de Beauvoir y Virginia Wolf: “Ya el encuentro con Sociología, no sólo la cuestión de género, sino de clase, fue explicarme todo, mi vida, mi barrio, cómo me había criado”.

Después, cuando intentaba dejar la docencia y dedicarse a la investigación, conoció la experiencia de La Voz de la Mujer, un periódico anarquista escrito íntegramente por mujeres. Cuenta que fue así que se ligó su activismo feminista y su interés en esos temas: “A partir de leer a algunas historiadoras que en los 80 empezaron a visibilizarlos; Dora Barrancos, María del Carmen Feijóo, Mabel Belucci… pusieron en foco algo que la doctrina anarquista siempre tuvo en su ideario internacional que fue la emancipación de la mujer, el amor libre, la crítica al matrimonio tradicional”.

—En el imaginario colectivo está la noción de la revolución social anarquista pero no tanto lo relacionado a la revolución sexual ¿por qué crees que se dio así?

—Siempre estuvo puesto el acento en el movimiento obrero, la forma en que el anarquismo había logrado organizar a los trabajadores y llevar adelante la Federación Obrera de la República Argentina (FORA). Después empieza a haber estudios sobre el impacto cultural, los picnics, las fiestas, la literatura, el teatro. Y ahí entró la mujer. Eso tiene que ver con una lógica de los estudios de género. A La Voz de la Mujer le decimos que es un periódico de mujeres… a La Protesta o La Antorcha, que estaban hechos enteramente por hombres, no les decimos que son periódicos de hombres. Todas esas lógicas, que atraviesan también la producción y el trabajo académico, hacen que la visibilidad sea menor. Lo rico del anarquismo, y lo que hace que sea tan productivo todavía hoy, es ese llamado a que no hay revolución social sin revolución sexual.

—¿Cómo se da la interpelación a ese tipo de revolución?

Es muy personal y no siempre están todos dispuestos a sostenerla; se trata de revisar tu propio hogar, tu relación de pareja, tu propia sexualidad. La ligazón entre propiedad privada, familia y Estado es un clásico, entonces la alianza matrimonial reforzada por la sanción eclesiástica es muy difícil de romper. Tan es así que nosotros tenemos un matrimonio igualitario. Yo lo milité, y lo celebro, pero continúa con esa alianza del matrimonio como organizador de la sociedad. Los y las anarquistas iban contra eso, en un marco muy heterosexual, claro. El anarquismo no es estanco, dialoga con la moral de su época. En algunos puntos está en desacuerdo con la posición de la iglesia respecto a la sexualidad, separar procreación y goce. Pero por otro lado comparten temas, por ejemplo la sospecha de que la masturbación es un vicio. Eso se ve un poco más en los años 30; en la revista Cultura Sexual y Física escriben Juan Lazarte y Martín Fernández, dos médicos libertarios que aseguran que la masturbación es un problema y que hay que vigilarla. Un discurso del vicio, compartido con los socialistas, que también discutían el problema del alcoholismo, en contra de las enfermedades venéreas, de la prostitución. La izquierda forma parte de la discusión de la Ley de Profilaxis de 1930, que es la ley por la que todavía hoy quienes se casan tienen que hacerse un estudio de sangre.

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“Me surgió otro afecto”, por ejemplo, sería una fórmula bastante aceptable para cualquier anarquista que quisiera ampliar la relación o darla por terminada. Así lo entendió Anita Lagouardette y, allá por el año 1896, se presentó en casa de su compañero de entonces, Francisco Denambride, para anunciarle que daba por terminada “su afinidad” con él. Hasta aquí, una escena digna de un relato utópico: dos personas racionales y serenas deciden el fin de la unión. Sin embargo, el intachable gesto anarquista de la compañera fue respondido por Denambride con cinco rotundos balazos. Las redactoras del periódico La Voz de la Mujer nos alivian con la noticia de que su mala puntería sólo provocó algunas lesiones leves y afirman que el caso es letal en otro sentido: sumamente perjudicial para “la idea” (nº 5, 1896). (Amor y anarquismo)

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Los libertarios y las libertarias creían que el adulterio era la contracara del matrimonio: “el deseo es múltiple, dinámico, sólo se sostiene por un pacto como ése, y ese pacto se sostiene porque hay adulterio y prostitución”.

Acerca del ejercicio de la prostitución, Fernández Cordero señala que el anarquismo “tenía una posición clásica que compartía con el socialismo centrando a la prostituta como una víctima que cae en la explotación por el sistema social, que hay que cuidarla porque los varones se aprovechan de esa opresión. Que es un caldo de cultivo de enfermedades. Ahí hay un discurso de la salud y de la eugenesia, del control de la herencia, que siempre lo relacionamos con el nazismo. Pero también hay una versión eugenésica de izquierda, de querer controlar para, tener una mejor herencia, los nacimientos, las relaciones, los consumos”.

Respecto del aborto, la mayoría de las voces anarquistas de principios del siglo XX hace una ponderación negativa: una decisión que toman las monjas y las mujeres burguesas, o las proletarias en estado de desesperación. Sin embargo, la autora señala que encontró algunas voces que, aunque no son hegemónicas, abordan el problema en otros términos: “Hay un autor —que no firma— en los años veinte que plantea el derecho al propio cuerpo. El autor anarquista se pregunta si no hay un derecho a decidir sobre el propio cuerpo. Es un discurso que parece contemporáneo. Hay muchas voces dentro del anarquismo, eso tiene que ver con la vocación antiautoritaria: que cada quien tome la palabra”.

—¿Qué queda en nuestra sociedad de aquel anarquismo, y cuánto de lo que hoy se discute tiene como raíz aquello?

—Posiciones anarquistas va a haber siempre. En la introducción del libro —donde intento ligar el presente con el pasado— digo que hay que rescatar la sensibilidad libertaria. Contemplar siempre la desconfianza hacia el Estado. Desconfianza hacia los derechos que el Estado sanciona. Y esto no significa desecharlos o no ver que pueden ser un amparo para muchas personas que antes no estaban amparadas por esos nuevos derechos; pero sí pensar que eso no puede ser el horizonte, porque siempre son precarios, mañana cambia el signo del gobierno y los perdés, como ya quedó demostrado. Una sensibilidad libertaria tendría mucha atención a las relaciones interpersonales, a tratar de construir horizontalidades, a lo colectivo, a la disidencia, incluso sexual. Hoy los grupos poliamorosos no recuperan el imaginario libertario de principios de siglo. Me parece que cualquier lucha presente debe conocer su linaje, saber que otras personas se enfrentaron a las mismas dificultades hace cien años, saber cómo las resolvieron.

Por ejemplo, la revolución rusa tuvo uno de los códigos de matrimonio más avanzados del mundo. En 1918 legalizaron el aborto, dejaron de penalizar la homosexualidad, declararon la igualdad de lo que hoy llamamos género. Es interesante ver como las mujeres marxistas discutían con sus compañeros marxistas, socialistas, comunistas acerca de esto. Cuando miras para atrás y ves que esos nudos se dieron, fortalecés la lucha presente, no estás inventando todo de nuevo cada vez.

Conocer la historia del feminismo te fortalece. No estás sola, hay detrás tuyo mujeres que escribieron, que discutieron, que fueron perseguidas, reprimidas, y que así y todo podemos llegar adonde estamos, por esa zaga previa. Conocer la historia carga de sentido a las luchas.

—¿Qué pensás cuando escuchas decir al presidente que es un feminista tardío?

—Está super asesorado, se está subiendo a una ola que no es moda, es lucha. Cuando veo a compañeras feministas sosteniendo a este gobierno, me da tristeza absoluta. Porque no se puede escindir que se pinte de colores una reja, como van a poner ahora en una plaza, cuando estás sacando programas a la diversidad sexual, cuando bajas los recursos para sostener los tratamientos de VIH, si estás con graves problemas en la línea de atención por violencia de género. Este gobierno en lo concreto desmantela, en el discurso fabula. Que Macri diga que es feminista es postverdad. No hay un hecho que lo sostenga.

—¿Estamos en presencia de un feminismo liberal?

—El feminismo liberal existió siempre. Por eso la primera dama (Juliana Awada), Gabriela Michetti y Carolina Stanley, en un trio de terror, con un discurso escrito, dicen que las mujeres secundemos y completemos al hombre; esa idea de que podemos restaurar una armonía entre los sexos ya que no tendría por qué haber una batalla. La revolución feminista es otra cosa, propone una reinvención de los sexos y de los géneros, que incluso vaya más allá de la dicotomía hombre mujer, hay que pensar la cuestión trans, intersex, hay muchos compañeros y compañeras aportando desde ese lado, en una situación de violencia permanente. Si Macri es un feminista tardío, que salga el aborto. Legalizado y despenalizado. Porque si lo van a legalizar y lo van a hacer en tres hospitales a los que no va a llegar nadie, se va a mantener el aborto clandestino.

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“Los anarquistas afirmaban que no se concretaría la emancipación humana sin la emancipación completa de las mujeres (…) El impulso anarquista se distingue por someter esos ideales a los avatares de la práctica cotidiana, ya que la ética libertaria suponía que la declaración de principios se consumara en una nueva subjetividad y fuera una guía para la propia vida. El anarquismo dotó a la dimensión amorosa del mismo nivel de urgencia que las transformaciones económicas, dado que, en su radicalidad, la Revolución Social trastocaría las relaciones económicas, políticas y amorosas”. (Amor y anarquismo)

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Argentina tuvo la singularidad de contar con varios periódicos escritos y dirigidos por mujeres. En Buenos Aires se editó La Voz de la Mujer entre 1896 y 1897. Considerado el primer periódico anarco-feminista del país, reapareció dos años después gracias al impulso de la dirigente Virginia Bolten, con el lema “Ni dios, ni patrón ni marido”. Fue en el barrio Refinería de Rosario, un conjunto de conventillos construidos alrededor de la Refinería Argentina de Azúcar, propiedad del banquero Ernesto Tornquist.

Allí se instalaban los inmigrantes recién llegados de Europa, la mayoría de ellos anarquistas y socialistas, tal el caso del croata Cosme Budislavic, la primera víctima mortal del movimiento obrero argentino.

El 20 de octubre de 1901, Budislavic participaba de la entrega de un petitorio, cuya escritura había sido encargada al dramaturgo Florencio Sánchez, integrante de la comisión de huelga. Reclamaban a la empresa de Tornquist el pago doble de los feriados trabajados y la reducción de la jornada laboral a 10 horas. La policía quiso detener a los líderes anarquistas y dio rienda suelta a la represión y los disparos. El obrero intentó escapar y fue asesinado de un tiro en la nuca.

En esos años, Bolten era una de las principales oradoras en conferencias y mitines callejeros; durante el acto de repudio por el asesinato del trabajador dijo a la multitud: “Queridos compañeros y apreciados adversarios. Si yo expresara los sentimientos de las proletarias, habría que decir que vamos sujetas eternamente al yugo: el yugo de la escuela, que nos impone determinados estudios; el yugo de la religión, que nos impone determinada creencia; el yugo de los patronos, que consumen nuestras energías y absorben por un jornal miserable nuestra vida; el yugo del matrimonio, que nos ata a un hombre a perpetuidad”.

En la actualidad, sobre ese enclave obrero se construyeron edificios de alta gama. Un siglo después de aquellas luchas, Refinería se convirtió en el Puerto Madero rosarino.

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En Necochea se publicaba el periódico Nuestra Tribuna, un espacio en el que las mujeres volcaban sus intereses de clase pero también su propia voz feminista. Dirigido por Juana Rouco, planchadora española que llegó a la Argentina en 1900 con solo once años y que con el tiempo se convertiría en figura del anarcosindicalismo, tuvo vigencia entre 1922 y 1925. Se editaron 39 números.

Activa militante de la Federación Obrera de la República Argentina (FORA), Rouco tuvo una vida de película. A los quince años le fue otorgado un carnet para representar a las mujeres de la Refinería Argentina y participar del congreso que la central obrera realizó en Rosario. En 1907 fundó junto a otras 18 mujeres —entre las que se encontraba Virginia Bolten— el primer centro femenino anarquista. Ese mismo año se produjo en Buenos Aires la huelga de inquilinos; organizada y patrocinada por la FORA tuvo un alcance masivo.

Juana Rouco lo narró en sus memorias: “Mitines, reuniones, asambleas, comisiones que recorrían casa por casa para que se adhirieran al movimiento, que era general en las casas particulares e inquilinatos. Todo Buenos Aires estaba convulsionado, y los anarquistas éramos los que controlábamos ese movimiento grandioso, en el que se produjeron una serie de hechos de sangre provocados por las autoridades que no podían con todo el pueblo que se había levantado en huelga, exigiendo una causa justa: la rebaja de los alquileres”.

La represión (que produjo la muerte de Miguel Pepe, un chico de 17 años) contó con la presencia del jefe de la policía, el coronel Ramón L. Falcón. Pese a la violencia estatal, los desalojos y las deportaciones, la huelga triunfó y los alquileres fueron rebajados.

Juana todavía era muy joven cuando se le aplicó la Ley de Residencia y fue deportada a España. En sus memorias, escribió: “A los 18 años, la policía me consideró un elemento peligroso para la tranquilidad del capitalismo y el Estado”.

El día que abordó un barco rumbo a Barcelona, 500 compañeras y compañeros de lucha fueron a despedirla al puerto de Buenos Aires. Lejos de entristecerse, se llenó de orgullo al saberse expulsada del país por defender una causa justa.

Acosada por la policía local, no permaneció mucho tiempo en Cataluña. Comenzó un periplo que la llevó a Marsella, Génova y finalmente a Montevideo, donde pudo encontrarse con anarquistas que también habían sido expulsados de la Argentina. De vuelta en el Río de la Plata, ayudó a fundar el periódico La Nueva Senda; la redacción funcionaba en su casa.

A la distancia, seguían el proceso —que terminaría en fusilamiento— al maestro español Francisco Ferrer, fundador de la Escuela Moderna. Las protestas en Uruguay fueron multitudinarias y generaron choques y tiroteos con la policía en cercanías de la embajada de España en Montevideo. La policía disparaba, los obreros respondían. Juana Rouco estuvo a punto de caer presa, pero logró fugarse de su casa al burlar a los uniformados vestida con “un regio traje masculino y un sombrero de ala ancha”.

Rouco, Bolten y tantas otras luchadoras de principios del siglo XX eran obreras que se educaban en forma autodidacta; leían y escribían en un momento de altas tasas de analfabetismo. Para la investigadora Laura Fernández Cordero “No decían nada demasiado novedoso respecto de la doctrina anarquista, quizás la diferencia es que la doctrina toma otro cariz al recitarse en femenino, porque no es lo mismo el amor libre siendo mujer que siendo varón, siendo la que tiene que llevar un embarazo y la crianza. Entonces lo que ellas vienen a traer es una enunciación sobre lo que le pasa a ese cuerpo en un mundo donde la violencia contra las mujeres estaba muy naturalizada y donde efectivamente había compañeros que hacían mucho esfuerzo por declamar la doctrina pero que les costaba muchísimo —dicho en palabras de ellas— que después se emancipe la hermana, la madre o mucho más la pareja. O poder entender que para que una mujer se emancipe necesita independencia económica, independencia de las labores del propio hogar y decisión sobre su propio cuerpo”.

* Publicado originalmente en Revista Ajo

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