En la camilla va el cuerpo de Rolando Torres. Lo encontraron ahorcado hermanos de la Comunidad La Esperanza, adonde había llegado tras escapar de una represión de la Gendarmería. Rolando tenía 19 años y pertenecía a la comunidad del Paraje La Avispa, en el noreste salteño. Pero el miedo y la Gendarmería le quitaron las ganas de vivir. A comienzos de julio, tras un desalojo ilegal y salvaje, los efectivos le apuntaron con un arma y le hicieron firmar un papel que -como no sabía leer- no sabía que decía. Sospechaba que lo podían meter preso. Desde entonces no tuvo paz. Solo tristeza. El operativo fue siniestro. Como en el que se vio con vida por última vez a Santiago Maldonado. Como en el que le pegaron un tiro por la espalda a Rafael Nahuel. Primero llegó la Gendarmería, después la policía federal en una camioneta sin identificación, después un helicóptero con más gendarmes. También se sumó la policía provincial. "No dijeron por qué iban ni por qué motivo, hacían lo que querían, empujaban, esposaban, no avisaban para qué. Cuando llegó el helicóptero hicieron lo que quisieron, revolearon los colchones y todas las cosas que tenían debajo de las carpas. Maltrataron a todos los miembros, a un anciano de 70 lo esposaron boca abajo durante varias horas", cuenta Modesto Juárez, coordinador comunitario del pueblo indígena wichi en la zona.
El operativo también fue ilegal. Como el que les quitó la vida al Brujo y a Rafita. La orden del juez era allanar la finca Balbuena a 8 kilómetros de La Avispa. Fue una "confusión". "Siempre pasan estas cosas", se lamenta el cacique Modesto Rojas: "Es muy triste lo que pasa acá en el Norte. Hay mucha amenaza, mucho desalojo, es muy problemático, queremos más respeto. Ningún dirigente se pone a la necesidad de los hermanos aborígenes. El muchacho se quitó la vida. En la comunidad del paraje La Avispa viven ocho familias, pero ahora quedan solo tres personas. Después de la represión, los hermanos corrieron hasta 40 kilómetros a otras comunidades para escapar. Y aún no quieren volver porque creen que Gendarmería también está pensando en volver". Los ancestros de la comunidad del Paraje La Avispa yacen en el cementerio del lugar como prueba irrefutable de que ese es el territorio de a quienes se persigue. Solían vivir de la caza de conejos, quirquinchos y chanchos. Pero desde que cercaron la finca Balbuena, encuentran muchos menos. En la actualidad recolectan madera y hacen carbón que les venden a los puesteros. Pero después de la represión, ya no solo las tierras quieren robarles: también la madera con la que producen el carbón. Sí, sobre los troncos la policía escribió PFA, como si hasta los árboles les pertenecieran.
* Publicado originalmente en Revista Cítrica