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Una leyenda anarquista


Un día como hoy, pero de 1910, moría Rafael Barret

En tiempos de individualismo, periodismo corrompido y bests sellers superficiales, recuperar la obra de Rafael Barrett se presenta como una necesidad. Rescatar su compromiso, su crítica al dogmatismo y su empatía con los olvidados sirve como ventana a nuevos horizontes de bienestar, sensibilidad y respeto. Él fue parte de una generación mundial de mujeres y hombres que se dieron la tarea de revolucionar el mundo. Fue parte de ellos, no como genio individual sino como una expresión más, tal vez de las mejores, de esa irrupción proletaria que pretendía tomar el cielo por asalto. Leer a Barrett es como un relámpago en la selva. Conmociona, nos hace temblar y a la vez ilumina dejándonos ver lo maravilloso y cruel que nos rodea. Belleza y revolución van de la mano. La obra de Barrett fue, es y será la muestra viva de eso.

Rafael Barrett: Entre el terror argentino y el dolor paraguayo

Entre la densa selva que combina exuberante belleza pero también peligros y muerte, uno de los relatos más crudos sobre la explotación del hombre por el hombre vio la luz en las entrañas del Alto Paraná, en el sudeste Paraguayo, por la primera década del siglo XX; su autor, Rafael Barrett y el texto “Lo que son los yerbales”. Este escritor español de origen aristocrático tomó contacto con las injusticias que abundan en latinoamérica y se convirtió rápidamente en una de las voces más contestatarias y tajantes de la literatura en castellano. ¿Qué encontró este joven europeo en América? ¿Qué lo cautivó del Paraguay profundo? ¿Cómo se da su transición al anarquismo? En pocos años de producción literaria, Barrett supo abordar los más variados temas desde una perspectiva novedosa, cautivante y emancipadora.

“Es preciso que el mundo sepa de una vez lo que pasa en los yerbales. Es preciso que cuando se quiera citar un ejemplo moderno de todo lo que puede concebir y ejecutar la codicia humana, no se hable solamente del Congo, sino del Paraguay. El Paraguay se despuebla; se le castra y se le extermina en las 7 u 8.000 leguas entregadas a la Compañía Industrial Paraguaya, a la Matte Larangeira y a los arrendatarios y propietarios de los latifundios del Alto Paraná. La explotación de la yerba-mate descansa en la esclavitud, el tormento y el asesinato”[1].

Así describe este europeo que adoptó Paraguay como su lugar en el mundo, las dolorosas situaciones que presenció en las entrañas del país sudamericano. Su vida fue corta, intensa y apasionada. Con relatos, ensayos y conferencias que circularon principalmente por periódicos de Argentina, Uruguay y Paraguay, supo plasmar con gran lucidez la realidad de un país diezmado por la nefasta Guerra de la Triple Alianza. Sus herramientas fueron una escritura cautivadora y descriptiva sumada a investigaciones periodísticas que hoy no abundan en los grandes medios de comunicación. Las cosas que vio en Sudamérica y en el país guaraní calaron hondo en su pensamiento político y su accionar. En una carta que escribe desde Montevideo sentencia, “Paraguay, el único país mío, que amo entrañablemente, donde me volví bueno”[2]. Dejó atrás un pasado de privilegios y lujos, sintió como propio el dolor ajeno y se resistió a serle indiferente.

De la aristocracia madrileña al desembarco en América

Reconstruir la vida de Barrett no es un trabajo fácil. Si bien su obra hoy cuenta con reconocimiento entre los estudiosos de la literatura y los círculos libertarios latinoamericanos y de otras partes del mundo, no podemos describirlo como un escritor que haya sido leído masivamente ni estudiado en profundidad. De hecho, sus textos tomaron notoriedad de la mano de uno de los escritores más importantes que dio Paraguay, Augusto Roa Bastos, largas décadas después. Este ganador del premio Cervantes reconoció a Barrett como fundador de la literatura paraguaya y como su máximo referente e influencia. A partir de este impulso, los textos de Barrett salieron de la penumbra en la segunda mitad del siglo XX y comenzó a tener, aunque sea un poco, el reconocimiento que merece.

Nacido un 7 de enero de 1876 en Torrelavega, norte de España, Barrett tuvo una infancia muy diferente a lo que terminaría siendo su vida. Su nombre completo, Rafael Ángel Jorge Julián Barrett Clarke y Álvarez de Toledo muestra su vínculo con familias tradicionales de las aristocracias europeas. Descripto por testigos de la época como un verdadero “dandy”, fanfarrón y arrogante, en su paso por la alta sociedad madrileña un episodio cambió su destino para siempre.

En 1902 El Duque de Arión, un importante miembro de la corte madrileña, determinó que Barrett no estaba a la altura de retar a duelo a un abogado de renombre que había puesto en duda su heterosexualidad. Enfadado con esta situación, el escritor, en represalia por este fallo descargó toda su ira contra el Duque, lo golpeó con saña y generó un escándalo en la ciudad. Este hecho muestra lo lejos que estaba este joven acomodado del idealista comprometido que terminó siendo; pero a su vez, fue el fin del Barrett aristocrático que se vio obligado a migrar al verse excluido de todos los círculos de los que formaba parte. Luego de un breve paso por París, emprendió un largo viaje en barco hacia América a donde llegó a principios de 1903.

El shock Americano

Si bien Barrett escribió sus obras más recordadas en y sobre Paraguay, en su paso por Buenos Aires, su primer destino en América, supo dejar testimonio del lado oscuro del “granero del mundo”. En un folleto llamado “El terror Argentino” publicado en 1910, dejó ver una ciudad marcada por la desigualdad y los mendigos. Describió como pocos el hacinamiento y las penumbras que vivían miles de inmigrantes en los conventillos de los barrios cercanos al puerto. Denunció las injusticias de un sistema conservador y fraudulento que perseguía a los trabajadores y trabajadoras organizados mediante la Ley de Residencia. Esta nueva realidad a la que se enfrentó Barrett es la semilla de su cambio radical, de su deconstrucción.

Al poco tiempo de llegar a la capital argentina, su experiencia en periódicos tanto españoles como franceses le permitieron rápidamente continuar con su labor periodística, aunque también se dedicó a su otro gran pasatiempo: las matemáticas. Fue gracias a su trabajo en el diario “El Tiempo” que tiene la posibilidad de viajar en 1904 para cubrir la revolución liberal que se desarrollaba en el vecino país que le robaría el corazón.

Este aventurero que supo ser reconocido por Jorge Luis Borges y Mario Benedetti se encontró con una tierra desolada y ultrajada. Lejos estaba Paraguay de ser ese país con la tasa más baja de analfabetismo de la región, y con un modelo de desarrollo autónomo y autosuficiente. Los resabios de La Guerra Guazú que culminó en 1870 fueron un descenso demográfico sin precedentes y una población en la miseria y entregada a terratenientes extranjeros. Además, una considerable pérdida de territorio, soberanía y autonomía económica fue el castigo perpetuado por sus rivales vecinos con aval del imperialismo británico desde las sombras.

Paraguay, tan violentamente dulce

Estaqueos al sol, torturas, jueces comprados y peones esqueléticos que no pasan los 40 años por las condiciones del trabajo, es el panorama que describió Barrett en “Lo que son los yerbales”, un viaje a los más oscuro de la esclavitud en los latifundios de la empresa “La industrial Paraguaya”. Un relato crudo pero a la vez detallado no sólo por la descripción de la inhumana vida de los campesinos sino por todo el entramado de negocios y corrupción que el periodista expone y denuncia con gran sustento y compromiso. “Se puede afirmar al pie de la letra que el obrero no volverá de la selva hasta que haya sudado toda su sangre, y lo despidan por usado, convertido no en un viejo, sino en la sombra de un viejo, si es que no lo fusilaron por desertor; o no le encontraron muerto una mañana, y arrojaron al rio su cadáver.”[3] . Estas denuncias fueron publicadas a partir de 1908 en “El Diario” de Asunción como varios artículos que luego serían editados como “Lo que son los yerbales”. Frente a la censura de estas publicaciones, decidió junto con el libertario argentino José Guillermo Bertotto fundar su propio periódico semanal “Germinal” de tendencia anarquista donde continuó con las denuncias. Para esta época la transformación política de Barrett ya estaba consumada, luego de la desilusión por la Revolución liberal a la cual apoyó, se esfumó su fe en las instituciones y el poder político.

Recorrer los rincones del estado Guaraní parlante gracias a su trabajo en la compañía de ferrocarriles lo acercaron a nuevas y duras realidades que lo impactaron profundamente. Para 1908 ya se reconocía abiertamente como anarquista, renunció a su trabajo de agrimensor, participó de la Federación obrera regional paraguaya (F.O.R.P), de orientación ácrata y tuvo que exiliarse un tiempo en Uruguay donde su pasión por la escritura y la militancia no encontró descanso.

Entre los vientos y la belleza del Lago Ypacaraí, inspiración de guaranias y polcas, Barrett se instaló con Panchita, su compañera con la que contrajo matrimonio en 1907. Asentados en la antigua y colonial ciudad de Areguá, próxima al lago, la pareja dio a luz a su primer hijo y adoptaron otro. Paraguay no sólo significó para el escritor un acercamiento a las injusticas y penurias del tercer mundo sino que en simultáneo encontró paz, amor y una razón para vivir. Lamentablemente los síntomas de la tuberculosis ya eran evidentes y su salud inició un rápido deterioro.

“Poner pie en playa virgen, agitar lo maravilloso que duerme, sentir el soplo de lo desconocido, el estremecimiento de una forma nueva: he aquí lo necesario. (…) Más vale deformar que repetir. Antes destruir que copiar. (…) La belleza es el misterio que nace (…) Dioses de un minuto, que nos importan los martirios de la jornada, que importa el desenlace negro si podemos contestar a la naturaleza: ¡No me creaste en vano!”[4] . Fragmentos como este abundan en “Moralidades Actuales”, el único libro que vio editado en vida. Todo lo trágico que este escritor vio en su viaje por Sudamérica lejos estuvo de hacerle perder la fe en el porvenir, en un mundo mejor. Ni siquiera la enfermedad que lo consumió rápidamente evitó que los ojos de Barrett sigan mirando, que su pluma siga escribiendo, denunciando. Sus ganas de vivir lo llevaron de vuelta al viejo continente en 1910 en busca de una cura que no llegó a tiempo. Esto significaría el fin de sus días a los 34 años de edad.

“Desde que soy desgraciado, amo a los desgraciados, a los caídos, a los pisados”[5]. En tiempos de individualismo, periodismo corrompido y bests sellers superficiales, recuperar la obra de Rafael Barrett se presenta como una necesidad. Rescatar su compromiso, su crítica al dogmatismo y su empatía con los olvidados sirve como ventana a nuevos horizontes de bienestar, sensibilidad y respeto. Este europeo que abandonó sus privilegios enseña a buscar la felicidad en las cosas simples de la vida, la lucha cotidiana, lo verdadero.

[1] BARRETT RAFAEL, “Lo que son los yerbales” en el Dolor Paraguayo, , Asunción ,editorial Servilibro, 2011,Pág 187.

[2] ETCHEVERRI CATRIEL , “Rafael Barrett, una leyenda Anarquista” en Colección fundadores de la izquierda latinoamericana, Buenos Aires, Capital intelectual, 2006. Pág.83

[3] BARRETT RAFAEL, “Lo que son los yerbales” en el Dolor Paraguayo, Asunción, editorial Servilibro, 2011, Pág. 194.

[4] BARRETT RAFAEL, “El esfuerzo” en “Moralidades actuales”, Buenos Aires, editorial Tierra del sur, 2008.Pág, Pág. 5

[5] ETCHEVERRI CATRIE, “Rafael Barrett, una leyenda Anarquista” en Colección fundadores de la izquierda latinoamericana, Buenos Aires, Capital intelectual, 2006. Pág.42

* Publicado originalmente en Derrocando a Roca

** La cuestión social y otros textos, en la Biblioteca y archivo Alberto Ghiraldo

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