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IRREVERSIBLE


Hay un proceso que no puede volver a su estado anterior. Un grito ensordecedor que te deja retumbando los oídos. Hay una verdad enorme, que está ahí, latente, nos duele, nos interpela, pero está ahí, y es irreversible.

“Mirá como me ponés”, no es una frase aleatoria, que surge de un sujeto y que hoy se hace mediática. “Mirá como me ponés”, es una frase recurrente que las mujeres hemos escuchado ciento de veces. Es una frase perfecta: Mirá-como-ME-ponés. Automáticamente la culpa, la responsabilidad pasa a ser de la víctima. Hay algo de vos que buscó esa situación, tenés que mirarlo, tenés que ver y darte cuenta que sos vos “la mala víctima”, esa construcción que tantas veces realizan los medios para justificar por qué una piba que es fanática de los boliches, termina en un descampado. Ahora esa piba, sos vos. No importa la edad que tengas, te tocó a vos.

Estás ahí, a solas, no sólo en esa habitación. Estás ahí a solas frente a la justicia, frente a los medios, frente a tu familia, frente a tus amigos. Estas sola en esa habitación, y estás sola alrededor, estás sola por dentro y por fuera, estás despojada de Poder, estás vacía, y, además sos responsable de esto que te pasa. Desde temprano te transforman en la responsable y en la mala víctima, cuando te enseñan desde niña a sexualizar tu cuerpo, a ser atractiva y te enseñan que lo femenino es esa construcción erótica de tu cuerpo y comportamiento para seducir al mismísimo patriarcado, a todos los hombres que quieren, deben y tienen derecho a decirte cosas por la calle. Sos vos la protagonista de esa historia, sos responsable, estás ahí, y ¡mirá! ¡mirá como los ponés! Contáme, ¿quién va a creerte?

Sin embargo hasta ayer, el feminismo dejó de ser mala palabra. Las malas víctimas nos encontramos, nos dimos cuenta que nosotras no los ponemos, que ellos siempre tuvieron el poder y nosotras el miedo y el silencio. Ahora, el miedo cambió de lado, somos nosotras “las que nos pusimos”, fuertes, valientes, sencillamente porque no nos sentimos solas. Porque la verdad está ahí, grita y de nuevo: es irreversible.

Encontraron red, encontraron sostén, en esa habitación oscura, que alguna vez estuvo llena de culpa, miedo y soledad. Algo del relato de Thelma Fardín, se hizo carne en todas, pues nos fue familiar. La identificación, el tono, el miedo, los tiempos, también estuvimos en esa habitación con ella.

A nosotras no nos hacen falta pruebas, pues nosotras somos las pruebas vivientes de que eso también transcurrió en nuestras vidas y socavo una y otra vez nuestro cuerpo. Ese cuerpo que muchos, muchísimos años después, sigue cargando con las heridas físicas y psíquicas, un cuerpo que guarda memoria, pero que ahora esa memoria colectiva, transforma una nueva era feminista en nuestro propio “Nunca Más”.

Mirá como nos ponemos, ni una menos, yo aborté, se va a caer, nos tenemos, no es no: son relatos, son consignas, son historias que llaman hasta a la más descreída. Aquella mujer que no puede romper con el estigma machista, porque mirarlo a la cara es reconocer sus propias heridas. Esas mujeres que se resisten, también siguen en esa habitación, solas. Esas mujeres que no pueden hablar, que no creen, que sienten bronca y la desquitan hacia el movimiento de mujeres, porque saben que no vamos a soltarle la mano.

Me gusta para terminar, la frase: “se destapó la olla”, esa olla en el interior de un hogar, o en una calle, para paliar el hambre de los hijos. Para alimentar el estómago vacío de tanto abandono, de tanto silencio. Esa olla que aparece en una esquina de Florencio Varela, para que las pibas se congreguen ahí y la noche no las haga desaparecer junto al transa del barrio que las vende por dos mangos. Esa olla, nuestro caldero de pócimas para el dolor del corazón, para el cuerpo enardecido de violencias sobre nuestras vidas. Esa olla, en mi casilla de mensajes en las redes sociales, con las mujeres que no paran de escribir sus historias personales de abusos, con la necesidad de contar, de desahogar lo que no las deja dormir, pero que se hace urgente sanar. Esa olla, en la que Tita, la protagonista de “Como agua para chocolate” y nuestras abuelas, derramaban sus lágrimas dentro, mientras rehogaban la amargura y el despojo en sus vidas. Mientras debían morderse la boca temblorosa, para que sus historias no salieran a la luz como el agua caliente, que necesita llegar a la cima y gritar, gritar su verdad.

Me gusta la olla… congrega, funde, da calor y recircula la palabra. Me gusta esa olla donde estamos cocinando nuevas identidades juntas. Nuevos artilugios, nuevas redes, nuevas recetas de libertad que nos llevan a caminos no transitados.

Se destapó la olla, estamos juntas y miren como nos ponemos. La verdad rompe en un hervor, y ya no bajamos el fuego, porque el fuego somos nosotras.

* Publicado en Revista Sudestada

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