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Bariloche y su costumbre de negar


Términos como descubrimiento, desierto, y fundación para referirse a esta región del mundo, requieren de una revisión. La construcción de la historia -y por ende una épica- de Bariloche se realizó sobre las bases de un ocultamiento.

Carlos Wiederhold no fue un llanero solitario. En 1885, el gobierno de la Argentina había sancionado la Ley 1.628 de Premios Militares que básicamente, obsequiaba tierras a quienes habían participado de la Campaña al Desierto y logrado la incorporación violenta del territorio mapuche a la soberanía estatal. En la práctica, se otorgaban parcelas a través de bonos negociables que la gran mayoría de los beneficiarios vendió cuando el “mercado” empujó hacia arriba las cotizaciones. Los campos que tiempo antes habían cobijado a las tolderías de Sayweke, Inakayal, Ñankucheo, Foyel y otros grandes loncos, pasaron “en grandes bloques” a manos de “capitales germano-chilenos o ingleses, e incorporados a la producción ganadera” (Méndez 2010: 73).

Del conjunto de inmigrantes que habían arribado a Chile desde mediados del siglo XIX, fueron alemanes los que más se interesaron por la región del Nahuel Huapi, cuando advirtieron las posibilidades de establecer comunicaciones con la zona de Llanquihue y así, integrar sus prácticas económicas a los dos lados de la cordillera. No por nada, en los albores de Bariloche “la propiedad más extensa y de mayor capital era la del germano-chileno Federico Hube, con una población en la casa principal de doce personas y catorce personas más que trabajaban para él, entre ellos, el capitán del vapor de la Casa Hube y su familia (Méndez 2010: 78)”.

Bastante lejos de la romántica idea del crisol de razas… El proceso había afectado a la población mapuche williche del actual sur de Chile desde mediados del siglo XIX y desembocó en el desplazamiento forzado de innumerables familias. El gobierno chileno se había abocado especialmente a promover la colonización alemana hacia las Regiones de los Ríos y los Lagos pero “olvidó” que el territorio que ofrecía generosamente, no estaba vacío. Con la excusa de modernizar la agricultura y pese a los acuerdos que estaban en vigencia, Santiago omitió proteger la tenencia mapuche willichede tan feraces campos y los despojos se multiplicaron, tanto en Valdivia como en la entonces provincia de Llanquihue, que abarcaba Osorno.

Vista desde el pueblo mapuche, la colonización que promovió el Estado chileno provocó estragos en comunidades y familias. La llegada alemana significó “un intenso y extendido proceso de expoliación de las tierras tradicionales de los mapuche-williches” (Alcaman y otros 2017: 39) que en los hechos, implicó la anulación de los títulos de propiedad que el propio Estado había otorgado entre 1823 y 1832, con los nombres de “títulos de entrega de comisario”. La tenencia de esos papeles sirve como fundamento a las demandas de las comunidades inclusive en la actualidad. Recién en 1893 el Congreso chileno aprobaría la prohibición absoluta de adquirir tierras indígenas al sur del río Toltén, pero la primera fase del despojo ya se había concretado con características especialmente dramáticas.

Cultura y barbarie

Fue un alemán quien escribió sentencia tan inapelable: “no hay nunca un documento de la cultura que no sea, a la vez, uno de la barbarie”. A la luz de la insistencia barilochense de celebrar a los “expedicionarios al Desierto”, a sus pioneros y primeros pobladores, hay que completar la enunciación de Walter Benjamin: “Y así como el documento no está libre de la barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión por el cual ha pasado de uno a otro” (Benjamin 2009: 138). El que firma adhiera al postulado del berlinés y “considera que es su tarea cepillar a contrapelo la historia”. Trae a colación entonces que en el actual sur de Chile, el salvajismo que pusieron en práctica los civilizadores europeos y sus secuaces vernáculos fue denunciado en forma sistemática por los loncos mapuche williche pero también por los funcionarios públicos cuyas conciencias fueron más fuertes que las prebendas o las presiones.

De esa época datan los Memoriales que consiguieron redactar los responsables políticos de las comunidades, con la intención de llamar la atención de las autoridades santiaguinas. Uno de los más significativos fue el “Manifiesto para explicar al público una solicitud presentada al Excelentísimo Presidente de la República, señor don Jorge Montt, por todos los caciques del departamento de Osorno” en 1894. Entre otras atrocidades, puede leerse en el texto con carácter de ejemplo:

“En la reducción de Remehue y varias otras, nuestros perseguidores incendiaban casas, ranchos, sementeras; sacaban de sus viviendas por la fuerza a los moradores de ellas, los arrojaban a los montes y en seguida les prendían fuego, hasta que muchos infelices perecían o quemados vivos, o muertos de frío o de hambre. Jamás en país alguno podrá imaginarse que esto se ha hecho un sinnúmero de veces, vanagloriándose un individuo en la actualidad de haber incendiado siete veces el rancho a una pobre familia. No hace mucho tiempo hicieron lo mismo incendiando a la vista de sus moradores las casas de José Miguel Carillanca y de su hijo.

Estos hechos se han llevado a cabo con una crueldad o cobardía tales que el más degradado de los nuestros no la emplearía con el último de los animales” (Alcaman 2016:140).

La violencia y la expulsión implicaron la desestructuración de muchas comunidades y familias. En 1906, cuatro años después de la “fundación” barilochense, un decreto chileno puso en marcha un proceso de titularización de las tierras que todavía estaban en posesión de los mapuche williche en la provincia de Llanquihue, pero no implicó la devolución de las tierras usurpadas en las décadas previas, a pesar de la insistencia de los loncos. En consecuencia, la gente williche desplazada no tenía adonde volver y los despojos continuaron. Fue el caso de las familias que fueron desalojadas de sus tierras ancestrales al permanecer en ellas de forma irregular, después de revistar como inquilinos de sus propios expoliadores. Modalidad la última que sonará dolorosamente familiar a cualquiera conozca mínimamente la historia del interior rural rionegrino, chubutense o neuquino.

Efecto colateral

Según los cotejos que pudo efectuar el investigador Eugenio Alcamán, en 1909 la población mapuche williche ascendía a 14.088 personas sólo en la provincia de Llanquihue, según la Oficina de Mensuras de Tierras. Fueron 13.084 las que se quedaron sin título de propiedad y sólo conservaron el título de comisario que databa de comienzos del siglo XIX. Los afectados residían sobre todo en la zona lacustre trasandina y en los llanos que las y los barilochenses solíamos admirar periódicamente hasta que se dio vuelta la paridad cambiaria con el peso chileno. Como subproducto de ese gran despojo fue que arribaron los “primeros pobladores” alemanes al Nahuel Huapi.

Hay que decir en defensa de la ciudad que queremos, que su narración hegemónica renunció a toda originalidad. Después de intentar el Estado argentino el exterminio de los pueblos indígenas y la expulsión de los sobrevivientes, las historias locales procuraron borrar su existencia previa, inclusive hoy. El historiador del pueblo anishinaabe Jean O’Brien denomina a estas prácticas de negación “los primeros y los últimos”. En efecto, es “por todo el continente” que “las historias locales, los monumentos y los carteles cuentan la historia del primer asentamiento: los fundadores, la primera escuela, la primera casa, todo lo que sucedió primero, como si no hubiera habido habitantes que prosperaran en esos sitios antes que los anglos” (Dunbar Ortiz 2015: 23). En nuestro caso, antes de los alemanes o de los suizos… “Por otro lado, la narrativa nacional también cuenta sobre los ‘últimos’ indígenas o últimas tribus”. El relato más conocido por todos y todas es “El último de los mohicanos”, para el caso estadounidense. Entre nosotros, no faltó quien consagró a Sayweke como “el último cacique” o a Lola Kiepja como “la última ona”. El 3 de mayo de cada año, ¿es feliz el aniversario de Bariloche? ¿A quiénes pone contentos la permanente negación?

Bibliografía

Alcamán, Eugenio (2016): “Memoriales mapuche-williches. Territorios indígenas y propiedad particular (1793-1936)”. CONADI. Osorno.

Alcamán, Eugenio (director); Catalán, Claudia; Villena, Belén y Alcamán, Lientur (2007): “Apellidos mapuche-williches identificados en la Región de los Lagos”. Corporación Nacional de Desarrollo Indígena. Temuco.

Benjamin, Walter (2009): “Sobre el concepto de la historia”, en “Estética y política”. Editorial Las Cuarenta. Buenos Aires.

Dunbar-Ortiz, Roxanne (2015): “La historia indígena de Estados Unidos”. Capitán Swing. Madrid.

Méndez, Laura (2010): “Estado, frontera y turismo. Historia de San Carlos de Bariloche”. Prometeo Libros. Buenos Aires.

* Publicado originalmente en En estos días

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