Uno de los “cabecillas” del caudillo Felipe Varela preparó una emboscada a Julio Roca, en una desértica zona entre Córdoba y Catamarca, en 1870. Una decisión de último momento del militar frustró el ataque, que pudo haber cambiado la suerte del pueblo mapuche.
Julio Roca todavía tenía el grado de mayor cuando marchó hacia el norte para emprender una misión presidencial: tenía que desplazar al comandante de las fuerzas nacionales en Salta, en el marco de las interminables intrigas de la política criolla. Con 50 hombres se instaló en el corazón de los valles calchaquíes porque calculaba que Felipe Varela podía reingresar desde Bolivia. Los federales dispersos en Pozo de Vargas se refugiaban del otro lado de la frontera y periódicamente, recordaban a los liberales que allí estaban. En esa coyuntura, Félix Luna le hizo decir al futuro conquistador del territorio mapuche que Santos Guayama era “uno de los cabecillas más temibles de Varela”.
Después de desbaratar el último intento del caudillo y de desplazar al oficial que no quería Sarmiento, quedó como jefe de las fuerzas nacionales. Pero como consecuencia de otras intrigas, el sanjuanino dispuso ponerlo al frente del Regimiento 7 con asiento en Tucumán. Tiempo después comenzó a noviar con una chica cordobesa y hacia Córdoba se dirigía, cuando un jinete alcanzó a su jefe a todo galope. Le traía una noticia que hirió su orgullo: sus subordinados se habían amotinado. Presto, pegó la vuelta.
La importancia que tuvo ese motín en la suerte del pueblo mapuche fue decisiva. Si los milicos del 7 no se hubieran sublevado, se habría topado con Guayama y 30 de sus hombres, como el propio Roca se encargó de testimoniar en una carta que después, mandó a su hermano Ataliva: “Aunque según todos los informes que he recibido si yo no regreso de Catamarca hubiera caído en poder de los caciques del Bracho, pues Guayama con 30 hombres me esperaba en el lugar casi desierto de la Orqueta, principio de la travesía de 30 leguas que divide las provincias de Córdoba y Catamarca” (desde Tucumán, abril de 1870).
Es posible que los acontecimientos que se desataron a partir de 1879 se produjeran de todos modos, porque los procesos históricos no se explican solamente por actuaciones individuales, pero: ¿qué habría sucedido si la emboscada de Guayama hubiera resultado? El concepto de exterminio que más tarde el tucumano se encargó de instalar, ¿se hubiera generalizado? Ahora bien, ¿quién fue el jefe de esa partida? ¿Quién era el lagunero Guayama?
Lugarteniente del Chacho
En la enumeración que hizo en la canción “Bandidos rurales”, León Gieco lo caracterizó como un bandolero rural pero el propio Roca consideraba a su oponente “cabecilla de Varela”. ¿Qué significaba esa denominación hacia 1870? Al catamarqueño le tocó comandar las últimas insurrecciones federales que tuvieron lugar en el norte de la Argentina, después del asesinato de otra leyenda: Ángel Vicente Peñaloza. El “Chacho” perdió la vida en 1863, cuando ya prisionero, oficiales nacionales consideraron que la única manera de terminar con los crónicos levantamientos del gauchaje era asesinar al caudillo y escarmentar a sus paisanos. Esa crueldad demostró su inutilidad, porque apenas tres años después, Varela lanzó desde San José de Jáchal (San Juan) su célebre proclama. En ella, dirigía su exhortación a los “argentinos” y hacía referencia al “pabellón de mayo”.
Reivindicaba la gesta libertadora y la victoria decisiva de Ayacucho. Fustigaba “la desgraciada jornada de Pavón”, agredía a Bartolomé Mitre, a quien calificaba de usurpador del gobierno de la Nación y también criticaba la guerra del Paraguay. “Nuestra Nación, tan feliz en antecedentes, tan grande en poder, tan rica en porvenir, tan engalanada en glorias, ha sido humillada como una esclava, quedando empeñada en más de cien millones y comprometido su alto nombre a la vez que sus grandes destinos por el bárbaro capricho de aquel mismo porteño, que después de la derrota de Cepeda lagrimeando juró respetarla”.
Varela denunciaba que desde la usurpación de Mitre, “el monopolio de los tesoros públicos y la absorción de las rentas provinciales vinieron a ser patrimonio de los porteños, condenando al provinciano a cederles hasta el pan que reservara para sus hijos. Ser porteño es ser ciudadano exclusivista; y ser provinciano es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derecho. Esta es la política del Gobierno Mitre”, decía, entre otras aseveraciones.
Si Guayama era lugarteniente de quien había puesto la firma debajo de esas líneas, fue porque compartía esa manera de ver las cosas. Para el lagunero, los que estaban fuera de la ley eran sus adversarios. De hecho, el programa político de la insurrección era “la práctica estricta de la constitución jurada”, es decir, la de 1853. Además, los federales no sólo estaban interesados en la paz y amistad con Paraguay, sino también en “la unión con las demás repúblicas americanas”. La actuación de Guayama no encaja en el estereotipo del bandido social, al estilo Eric Hobsbawm.
En abril de 1867, la insurrección federal jugó su suerte en Pozo de Vargas. Bajo las órdenes de Varela se congregaron cerca de 5.000 combatientes, concentración inusual para la época. Escribió Luna a propósito que “a su lado cabalgaban todos los antiguos lugartenientes del Chacho: Severo Chumbita, Carlos Ángel, Santos Guayama, Sebastián Elizondo y Pablo Ontiveros, todos gauchos de entero corazón y probado coraje”. El sanjuanino podía evidenciar además cierta coherencia a esa altura de su existencia. No sólo ostentó el rango de “cabecilla temible de Varela”, también fue lugarteniente de Peñaloza.
Desde Guanacache
Guayama tuvo su origen en las lagunas de Guanacache, en el sur de San Juan y a su gente, se la llamaba precisamente, lagunera. Su presencia era valorada entre las filas federales y su apellido aparece en una decena de canciones del “tiempo de las montoneras”, según la recopilación de Fernández de Latour de Botas. En todas las menciones, se hace explícita su condición de líder y de combatiente aguerrido.
Hasta donde sabemos, no existe un estudio que agote su figura, pero suele afirmarse que nació alrededor de 1830, en el seno de una familia huarpe que ya estaba acriollada. Su paisaje fueron las Lagunas de Guanacache, que se extienden por el noreste de Mendoza, el sudeste de San Juan y el noroeste de San Luis. Domingo Sarmiento observó que en la zona, los propietarios pequeños y medianos de origen indígena enfrentaron a los grandes estancieros de ancestros españoles durante los diversos episodios de la interminable guerra civil.
El mundo mapuche no fue ajeno a los sucesos que tenían lugar entre los wingka. Se detuvo en la articulación que en la década del 60 lograron líderes federales y sobre todo, parcialidades rankülche, la investigadora Marcela Tamagnini, que observó la serie de malones que se registraron a partir de 1863 en la zona de Río Cuarto. Aquella fue una de las épocas más sangrientas de la historia argentina, que coincidió con la necesidad del Estado liberal que nacía, de terminar con los que todavía resistían en el interior. Las represiones que siguieron a los alzamientos montoneros fueron particularmente violentas y en algunas ocasiones, los comandantes justificaron los interminables degüellos por la solidaridad que detectaban entre el gauchaje y los mapuche que a su manera, también se oponían al proceso estatal unificador que nada bueno auguraba. También aprovecharon para confiscar caballadas entre los vecinos, ante el peligro que significaban “las tribus enemigas de la pampa”, además de “las fuerzas puntanas de Juan Sáa”.
Uno de los cabecillas federales más destacados fue Juan Gregorio Puebla. Obviamente, para los liberales se trató apenas de un “gaucho alzado” que después de Pavón acompañó al Chacho. Pero Puebla había participado hacia 1853 junto a Kalfükura de un malón que se había dirigido a la provincia de Buenos Aires. El propio longko lo había invitado. Cuando Irrazábal sesgó la vida de Peñaloza, fueron varios los caudillos intermedios que se propusieron marchar hacia el sur, para ganar las tolderías amigas. Entre ellos Puebla, que comunicó esa determinación a los gauchos que lideraba a través de una proclama. Tiempo después, el grupo arribó a las tolderías de Pangitruz Gner, Mariano Rosas para los cristianos. La llegada de fugitivos montoneros a las ruka de los rankülche continuó hasta 1867. Al año siguiente, un grueso contingente de 1.500 rankülche sitió Villa Mercedes y con ellos, combatió Juan Gregorio Puebla, hasta perder de la vida.
Desierto y montonera
Para la historiografía liberal, los malones del período fueron consecuencia del desamparo en que quedó ese tramo de la frontera, al privilegiar las autoridades nacionales el combate contra las montoneras del norte y los movimientos antiliberales. Pero según Tamagnini, “ambas fuerzas sociales, el desierto y la montonera estaban combinadas, razón por la cual las invasiones no fueron sólo producto del desamparo sino también expresión de todas esas fuerzas sociales en las que encarnaba la barbarie, en suma la de todos aquellos que quedaban fuera del orden mitrista”.
Una novela le añade ficción a la vida de aquel huarpe federal. Su autor se vale de la trama para opinar que las interminables revueltas que encabezó Varela podían explicarse por la incomprensión que experimentaba el viejo caudillo ante el nuevo orden de las cosas pero más bien fue al contrario: los federales del 60 y 70 entendían perfectamente qué significaba la construcción de ese Estado para el interior del país. No hacían falta demasiadas especulaciones: la increíble mortandad, el racismo y la profundización de la pobreza ofendían la vista. De ahí aquella emboscada fallida, que pudo cambiar la suerte del pueblo mapuche.
Bibliografía
Fernández Latour de Botas, Olga (2004): “Cantares históricos argentinos”. Biblioteca de Cultura Popular. Ediciones del Sol. Buenos Aires.
Luna, Félix (1983). “Los caudillos”. Peña Lillo Editor. Buenos Aires.
Luna, Félix (1994): “Soy Roca”. Editorial Sudamericana. Buenos Aires.
Moyano, Adrián (2013): “Komütuam descolonizar la historia mapuche en Patagonia”. Alum Mapu Ediciones. Buenos Aires.
Tamagnini, Marcela (2005). “Invasiones ranqueles y montoneras provinciales. La frontera del Río Cuarto hacia 1863”. Terceras Jornadas de
Arqueología Histórica y de Contacto del Centro Oeste de la Argentina y Seminario de Etnohistoria. Cuartas Jornadas de Arqueología y
Etnohistoria del Centro Oeste del País. Universidad Nacional de Río Cuarto. Córdoba.
* Publicado originalmente en En estos días