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La sangre del ángel ácrata


A 86 años del cobarde asesinato de Kurt Gustav Wilckens

"La semana trágica de enero en Buenos Aires, La Forestal, Gualeguaychú, Villa Ana,

J. Aráuz y Santa Cruz, cuyo epílogo ha repercutido en los corazones de proletarios

con el asesinato alevoso de nuestro inolvidable camarada Kurt Wilckens.

Todos esos hechos, todos esos episodios sangrientos son una clara prueba

de los grandes sacrificios que se han hecho por la causa de la libertad."

Madrugada del 15 de junio de 1923, hace 86 años, el preso Kurt Gustav Wilckens duerme en su celda, la conciencia tranquila. Por los silenciosos pasillos de la cárcel de Caseros ronda Jorge Ernesto Pérez Millán Témperley, miembro de la Liga Patriótica. No debería estar ahí, pero está. Tampoco debería llevar un fusil, pero lo lleva. Abre la puerta de la celda de Wilckens, lo despierta y le dispara en el pecho causándole la muerte.

Jorge Ernesto Pérez Millán Temperley es pariente del teniente coronel Héctor Benigno Varela, una mala bestia con altas responsabilidades en la represión de la Semana Trágica de 1919 que dejó más de 500 muertos y oficial al mando del 10 de Caballería que ha ordenado el asesinato de 1.500 peones y obreros en huelga en la patagónica Santa Cruz en 1922.

Los obreros de la Patagonia soportaban jornadas de 12 a 16 horas por sueldos de miseria pagados en bonos o moneda extranjera sólo aceptados en comercios propiedad de los propios hacendados británicos que acumulaban tierras y ganado. Los obreros de la Patagonia se declararon en huelga para pedir un sueldo mínimo de 100 pesos, velas para alumbrar en la noche y que las instrucciones de los botiquines sanitarios estuvieran en español en lugar de inglés.

El teniente coronel Héctor Benigno Varela había negociado la entrega sin resistencia de una asamblea de 400 obreros reunidos en la estancia La Anita. Si se entregaban podrían volver a sus puestos de trabajo sin represalias. Decidieron entregarse. El teniente coronel Héctor Benigno Varela les hace formar en fila para ser corridos a estacazos, rapados con las máquinas de esquilar ovejas y encerrados en los establos. A la mañana siguiente, acompañado de patronos y miembros de la fascista Liga Patriótica separa a los delegados sindicales, a los que no caen en gracia y a los que se debe más de tres meses de sueldo. Más o menos la mitad del grupo. Les ordena cavar sus propias tumbas y supervisa el fusilamiento de todos ellos. Le premiarán con la dirección de la Escuela de Caballería de Campo de Mayo y un banquete.

Cuando unos dos años después de estos hechos, el infame Héctor Benigno Varela sale de su casa en la calle Fitz Roy, en el bonaerense Palermo, a dar su paseo matutino luciendo uniforme y sable, se encuentra con un hombre de 37 años, alto, ojos color azul claro. Nunca sabrá que se llama Kurt Gustav Wilckens, nacido en Bramstedt, Schlegwig-Holstein, Alemania. Nunca sabrá que Wilckens, pacifista y vegetariano, que ha estudiado para jardinero, abrazó las ideas libertarias en Estados Unidos, leyendo a Tolstoi, que es una buena manera de abrazar la vida. Sí sabrá que Wilckens, que apenas habla español pero entiende la injusticia en cualquier idioma, ha jurado muerte a la tiranía.

Kurt Gustav Wilckens arroja una bomba frente a Varela. Pero no sale corriendo. Una niña de 10 años, María Antonia Palazzo, cruza inesperadamente por el lugar y Wilckens se interpone entre María Antonia y la bomba para evitar que resulte herida. La bomba estalla dejando a Varela muy maltrecho y a Wilckens seriamente herido en las piernas. No lo suficiente para acercarse a Varela y pegarle cuatro tiros. No es ensañamiento ni un acto gratuito. Varela remataba a los fusilados con cuatro disparos para asegurase de que no hubiera supervivientes en sus cacerías.

Varela muere y Wilckens se entrega sin resistencia a los primeros agentes que llegan alertados por la explosión y los disparos. Y empieza a saberse que este alemán incapaz de matar una mosca había vivido en Estados Unidos, de dónde lo habían expulsado por su participación en varias huelgas. Una vez, en una fábrica de conservas de pescado que enlataba pescado bueno para las clases acomodadas y pescado malo para las barriadas obreras, invirtió el proceso hasta que lo descubrieron y lo echaron.

Se sabe que ha trabajado en las minas de carbón antes de su deportación a Alemania y que había llegado a Buenos Aires un 29 de septiembre de 1920 como corresponsal de dos periódicos libertarios alemanes, trabajando como recolector de fruta y estibador portuario. Y que queda conmocionado ante el proceder Varela en la Patagonia.

Wilckens prepara la muerte del tirano Héctor Benigno Varela en solitario, para no implicar a nadie más. Andrés Vázquez Paredes, vinculado a grupos expropiadores, le prepara el explosivo porque él no tiene ni idea y le repugnan las armas y la violencia.

El fiscal pide 17 años de prisión para Wilckens, lisiado y con muletas, que espera la sentencia tranquilo. 'No fue venganza; yo no vi en Varela al insignificante oficial. No, él era todo en la Patagonia: gobierno, juez, verdugo y sepulturero. Intenté herir en él al ídolo desnudo de un sistema criminal. ¡Pero la venganza es indigna de un anarquista! El mañana, nuestro mañana, no afirma rencillas, ni crímenes, ni mentiras; afirma vida, amor, ciencias; trabajemos para apresurar ese día'.

Ya en prisión, algunos guardias que aprecian a ese alemán afable que nunca tiene una mala palabra con nadie, se preocupan por su seguridad. La madrugada del 15 de junio de 1923 confirman sus sospechas.

A Pérez Millán Temperley le cayeron 8 años internado en el Hospital psiquiátrico Vieyets para evitarle la cárcel. Es una reclusión cómoda, con asistente personal y todo que le trae el desayuno cada mañana. El asistente asignado a su servicio es Esteban Lucich, un croata simpático y con serios desequilibrios mentales. La mañana del 9 de noviembre de 1925, Lucich le trae el desayuno y no sólo el café está cargado. También el revólver que trae bajo la bandeja y con el que le pega dos tiros que le causaran la muerte tras un día de agonía. Otro interno le había explicado la historia de Pérez Millán Temperley, Varela y Wilckens y algún cristal debió romperse en su cabeza. No, a Wilckens no le hubiera gustado ese proceder...

'Wilckens no es una venganza,/ es el fruto, es la cosecha/

de quien sembró tiranías/ para recoger violencias'. (Martín Castro, payador)

* Fotografías: La tinta

** Documental: El Vindicador (Osvaldo Bayer, Frieder Wagner, 1989)

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