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El santo ácrata


A 70 años de la muerte de Rodolfo González Pacheco

"¡No hay paz, no hay paz! Esperarla de los amos es como esperar un beso de la boca de un cañón,

una fruta de la vaina de una espada: ahí no hay más que hierro y plomo. Fuerza que debe contrarrestarse con fuerza."

En los años treinta, el periodista Luis Sofovich lo calificó de "el santo ácrata". Acracia era el país utópico con que soñaban los anarquistas, un mundo sin gobierno donde todo se resolviera por acuerdo mutuo, la ayuda mutua, la solidaridad. Los ácratas eran -y son- quienes piensan que lo más sagrado es la libertad, y el poder significa la negación de la libertad, por ende, de la dignidad. El "santoácrata" fue el orador más formidable que conocieron las tribunas publicas de la Argentina en las grandes agitaciones sociales de las primeras décadas de este siglo*. Se llamó Rodolfo González Pacheco, la encarnación del "hombre nuevo".

Luis Sofovich, aquel eterno tecleador de las redacciones de Crítica y de Noticias Gráficas, hizo el siguiente relato acerca de él: "Era el más noble, altruista y bondadoso de los ácratas. Poeta, su inspiración nacía en su alma limpia y en su devoción por la belleza. La Pampa y sus hombres conmovían sus fibras más íntimas, pero también los hombres que sudaban junto a las fraguas y los que estaban sumergidos por la tragedia. La libertad era su religión y en esa creencia era un santo, canonizado por una vida sin sacrificios, sin claudicaciones".

Aclamado hombre de teatro, Rodolfo González Pacheco conmovió a amplios sectores populares con sus obras Hermano lobo, Las víboras, La inundación, Hijos del pueblo, y otras. Su estilo continuaba la línea comenzada por Florencio Sánchez con su M' hijo el dotor. Pero si bien sus obras ocuparon durante muchos años los escenarios de las salas céntricas, él escribía sus obras principalmente para los "cuadros filodramáticos", los teatros con que contaban todas las "sociedades de resistencia", como se llamaban los sindicatos, y las bibliotecas populares, creadas por socialistas y anarquistas hasta en el más lejano rincón de las pampas.

Una vez, en la Sociedad de Actores, le preguntaron: ¿Cómo se hizo anarquista". Y él contestó sonriente y nostálgico: "La culpa fue de unos agitadores que disfrazados de marineros y vendedores de casimires de contrabando llegaron una tarde a la estancia de mis padres, en los primeros años de este siglo. Yo era un hijo de papá, un aprendiz de gaucho, mujeriego en los bailes de rancho y pendenciero en las reuniones de pulpería. Respetado por los gauchos que veían en mí más que al mozo guapo a un protegido de los milicos, porque era hijo de estanciero. Aquellos falsos contrabandistas pidieron permiso para pernoctar, y de acuerdo con la costumbre hospitalaria de nuestra pampa se les dio carne asada y catres para pasar la noche en el galpón de los mensuales. Al siguiente día, cuando ellos se fueron, uno de los peones me trajo una colección de pequeños folletos que los forasteros se habían olvidado en el galpón, repartidos estratégicamente para que se pudieran hallar después de irse... Eran pensamientos de Bakunin, de Kropotkin, de Pietro Gori, de Malatesta. Al leerlos, fue la primera vez que advertí que en el mundo había algo más que guitarras, ginebra y carreras cuadreras. Que había gente que se preocupaba por sus congéneres. Y que mi vida era canallesca comparada con la nobleza y los sentimientos de esa gente con preocupaciones sociales".

Esas consignas iban a ser su brújula hasta su muerte, en 1949, a los 66 años. Fue un nato sembrador de ideas. Un orador político por excelencia. Estuvo en todo el país para hablar. Recorrió también Chile, México, Cuba y España hablando, siempre hablando y discutiendo. Habló en todas las campañas: la de Sacco y Vanzetti; la de Radowitzky, la de los mensúes, la de los mineros; fue el principal agitador en la huelga teatral más grande de la historia argentina. Pero ante todo fue el creador de los "Carteles". Los "Carteles" de González Pacheco consistían en recuadros que se publicaban en los periódicos anarquistas y donde se tomaba tajante posición ante los acontecimientos públicos que se producían.

Esos "Carteles" quedaron en las páginas de los periódicos que él mismo fue fundando. Por ejemplo, aquel semanario llamado La Mentira que, con ironía suspicaz, se autotitulaba Organo de la patria, la religión y el Estado, y que fundó junto a un oficial de policía: Federico A. Gutiérrez, a quien un anarquista italiano, el anciano Ragazzini, había convencido durante sus continuas estadas forzosas en el Depósito de Contraventores. Pacheco fue primera pluma también en Germinal, en Campana Nueva, en el vespertino La Batalla (sí, los anarquistas editaban todos los días La Protesta, matutino, y La Batalla, vespertino). Pero el régimen de los conservadores liberales no le permitió levantar demasiado vuelo durante la campaña que la izquierda argentina inició contra la Ley Social y la Ley de Residencia: con otros luchadores, González Pacheco fue enviado al presidio militar de Ushuaia, la "Siberia Argentina", como se lo conocía en aquel tiempo.

De ese tiempo quedaron sus impresionantes "Carteles" sobre el trato a los presos: la cachiporra de plomo, el triángulo, el cavar pozos en invierno con las manos, las palizas diarias. Un baldón que también tienen los gobiernos radicales de Yrigoyen y Alvear, el dictador Uriburu, y los Justo, Ortiz y Castillo de la Década Infame, y los militares del '43. Pero si bien casi todos volvían quebrados y dispuestos a portarse bien, luego de vivir entre la brutalidad y la humillación, González Pacheco fundó, apenas regresado a Buenos Aires, Libre Palabra y más tarde El Manifiesto, hasta que entró a trabajar en La Protesta. Poco después creará La Obra, pero durante la Semana Trágica Yrigoyen ordenará la clausura de esa publicación y también de La Protesta. González Pacheco hizo caso omiso de la amenaza y la cárcel sacó a luz Tribuna Proletaria. Durante el gobierno de Alvear lo condenan a seis meses de prisión por haber elogiado la actitud del obrero alemán Kurt Wilckens, quien mata al teniente coronel Varela, fusilador de centenares de peones rurales patagónicos.

Cuando a fines de la década del veinte se desata la violencia del anarquismo expropiador y Severino Di Giovanni comete el atentado contra la representación italiana fascista González Pacheco no sale -como muchos- a purificarse en las aguas del Jordán ni a lavarse las manos como Pilatos. Lamenta sí, las víctimas, pero hace el análisis del porqué de la violencia y las causas que originan esa violencia. Dirá en sus cartel La Cosecha: "Frente al dinamitazo del consulado italiano no nos desdecimos ni en una coma.Pensamos lo que pensábamos: el sistema de barbarie por el que arrean al mundo los gobernantes va a continuar produciendo estas explosiones. Son ellos, con sus violencias bestiales y sus podridos cinismos ante las más inefables aspiraciones del pueblo y sus más primarios instintos de libertad y justicia, los únicos responsables. No nos ponemos al margen ni le sacamos el cuerpo a ninguna sospecha, por más infame que sea. Nunca podrá herirnos nada tan hondamente, como nos hiere y desgarra la angustia ahora". Y más adelante señala: "El culpable, sea quien sea, es un producto de este sistema burgués delirante de violencia y cinismos. Ese sistema es el criminal que arrea a la carnicería de diez millones de humanos, como en la pasada guerra, que aventa hogares y templos, mutila y relaja espíritus, él. El es el que corrompe todo, con sólo mirar, la vida... Lloren los cocodrilos sicarios. Nosotros no lloramos. No le sacamos el cuerpo a ninguna responsabilidad, tampoco".

Por supuesto, González Pacheco irá -en 1936- a defender al pueblo español contra los militares de Franco. Y a partir de 1943 verá impotente como los sindicatos dejan de dar sus obras y escuchar sus conferencias. En las asambleas ya no se canta "Hijo del pueblo te oprimen cadenas..." o "Arriba los pobres del mundo..." sino el "Perón, Perón..." En el marco de ésta realidad moría hace 45 años* Rodolfo González Pacheco, el "santo ácrata". Pero, pese a todo, moría con fe en el futuro. Lo atestigua ésta, su frase: "Hay un modo de perder y hay un modo de ganar a los hombres para la libertad: metiéndolos en un puño, como reses en un brete, o despertando en ellos el dormido ser sagrado que todos llevan dentro. Uno es expeditivo y autoritario: el otro es fraterno y entusiasta... De ése seguirá cosechando fe en su destino el pueblo. Porque aquel manda y éste siembra".

* Publicado originalmente el 9 de abril de 1999, en Página/12

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