“... Hasta que los leones tengan sus propios historiadores,
las historias de cacería seguirán glorificando al cazador” Galeano
Hace ya 100 años del Verano Rojo en Estados Unidos. Un rojo sangre. La I Guerra Mundial ha terminado y en Rusia los bolcheviques han tomado el poder. Miles de soldados desmovilizados vuelven a casa. Los soldados negros esperan reintegrarse con los mismos derechos que los soldados blancos. Pero va ser que no. No hay trabajo para todos y si le dices a un obrero blanco que un obrero negro puede quitarle el trabajo, el obrero blanco se pasa la conciencia de clase por el forro y les hace el trabajo sucio a industriales y burguesía.
A finales de julio, los barrios negros de Chicago han ardido por los cuatro costados y en septiembre ciudadanos blancos han torturado y quemado vivos a ciudadanos negros en plena calle en Omaha. El 30 de septiembre, en Elaine, un pueblo de Arkansas, el líder sindical Robert L. Hill convoca a los aparceros del algodón en una iglesia para discutir en asamblea como se organizan para exigir mejoras salariales a los patronos blancos.
Una vez iniciada la asamblea en el interior de la iglesia aparecen por allí a vacilar el sheriff del condado, Charles Pratt, y un oficial de seguridad de los ferrocarriles, W.A. Adkins. El servicio de seguridad de los obreros no les deja pasar, que se vayan por donde han venido y santas pascuas. Todos elevan el tono, suenan disparos y Pratt cae muerto mientras Adkins huye herido.
La noticia se dispara alentada por una prensa que habla de insurrección negra y revolución bolchevique. Un millar de civiles blancos armados avanza hacia Elaine y las autoridades locales reclaman tropas al gobernador, que envía 500 soldados.
Turba y soldadesca camparán a sus anchas a la caza del negro, deteniendo, asesinando a tiros y linchando arbitrariamente. Más de 200 ciudadanos afroestadounidenses son asesinados, en lo que un comité ciudadano de investigación, integrado por el poder blanco local, estima como actividad ejemplar y digna de elogio en la prevención de la violencia mafiosa.
El 31 de octubre de 1919, el gran jurado del condado de Phillips condena a 122 negros por provocar disturbios. Ningún blanco es importunado. Doce acusados, Frank Moore, Frank Hicks, Ed Hicks, Joe Knox, Paul Hall, Ed Coleman, Alfred Banks, Ed Ware, William Wordlaw, Albert Giles, Joe Fox y John Martin, son condenados a la silla eléctrica y para el resto empiezan a caer condenas de un mínimo de 20 años.
La comunidad negra se moviliza para salvar la vida de los condenados a muerte y encarga su defensa al abogado Scipio Africanus Jones, asesorado y ayudado en el caso por el prestigioso letrado y ex oficial confederado, George C. Murphy. Durante las interminables revisiones del caso, Murphy, 71 años, enferma, mientras Jones duerme cada noche en una casa diferente para evitar algún accidente sospechoso que acabe con su vida. En 1925, Jones consigue finalmente la libertad de los acusados, a los que se otorga un ‘permiso indefinido’.
La matanza racial de Elaine, la más grave en la historia de Estados Unidos, nunca se ha explicado en las escuelas de este pueblo a orillas del Mississippi que hoy habitan unos 500 vecinos, la mitad blancos, residentes al sur de la calle principal, y la otra mitad negros, residentes al norte de la misma calle. El pasado mes de abril se plantó un sauce en memoria de los asesinados hace cien años. Hace apenas unas semanas un grupo de encapuchados lo derribó. Y ahí seguimos.
* Fotografías: Chicago Tribune