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Octubre no es octubre


En 1492 nada alteró la vida cotidiana del Wallmapu. Saludamos a Antü como cada día, continuamos con las tareas en nuestras tierras, los wampo nos condujeron por ríos y lagos, bebimos nuestros pulku y besamos a nuestros pichikeche.

Octubre no es octubre en el Wallmapu porque 40 años demoraron los invasores en asomarse a la Pikunmapu. Y no se atrevieron a entrar. Recién en 1541 el wezache Valdivia levantó Penco, en la margen norte del Bío Bío y ya le salieron al cruce nuestros futrakecheyem. Aquí, nada de dioses ni de profecías esperadas…

Octubre no es octubre porque la guerra fue despiadada y de exterminio para los nuestros, pero aquí los españoles no pudieron. Después de tres décadas de increíble mortandad, de sufrimientos indecibles, de lágrimas y sangre, los mayores equilibraron la cuenta y en 1598, arrojaron a los winka al norte del río sagrado.

Aquí no pudieron el rey, sus gobernadores, caballeros y soldados. Y en 1641 pita winka, España tuvo que admitir la independencia y la soberanía mapuches del Bío Bío hacia el sur. En Ngulumapu y en Puelmapu. De mar a mar.

Y saludamos a Antü como cada día, volvimos a nuestras tierras para que nos alimente, retornaron los wampo y a caballo, se extendió la libertad mapuche. Y bebimos nuestros pulku y besamos a nuestros pichikeche. Y crecimos y vivimos.

Una década, dos décadas, tres… Muchas. Que se hicieron siglos. Más de 300 años de libertad, de cultura, de viento en el rostro, de kütral en nuestros hogares, de wangelen resplandecientes en las noches, de bienestar… De az mongen, küme mongen.

El 12 de octubre de 1492 nada sucedió en el Wallmapu. Octubre no es octubre para los mapuche de Puelmapu. Aquella pesadilla colonial no la soñamos nosotros, hasta el 25 de mayo de 1879, cuando el wezache Roca formó a sus tropas en Choele Choel e hizo sonar sus clarines, sus cañones.

Octubre no es octubre para los mapuche del Puelmapu.

Octubre es Mayo.

***

En el antiguo territorio mapuche, en 1492 no pasó gran cosa. Cuando finalmente arribaron los españoles, la resistencia fue tan persistente que en 1641, a la corona no le quedó más remedio que reconocer la soberanía de los longko.

Octubre no es octubre. Claro que es el décimo mes del año en el calendario occidental y que los sucesos que tuvieron lugar en 1492, marcaron el comienzo de un proceso histórico cuyas consecuencias se hicieron sentir en el Wallmapu. Pero si se ve desde la perspectiva mapuche, octubre no es octubre. No sólo por una cuestión cronológica, sino sobre todo por consideraciones políticas.

Sostener que el 11 de Octubre debe realzarse como el Último Día de Libertad de los Pueblos Originarios puede ser pertinente para aquellos cuyos territorios quedaban en el Caribe o en las áreas continentales que más rápido recibieron la visita de los conquistadores españoles. Pero la mayoría del territorio mapuche ancestral quedó al margen de los afanes de Madrid, albergó primero la resistencia y después el renovado florecimiento de una sociedad que vivió en libertad hasta finales del siglo XIX. De ahí que octubre no sea octubre.

Los primeros encontronazos con los recién llegados de Europa fueron terribles, no tanto por la superioridad tecnológica que se le atribuyó a las tropas del rey, sino más bien por la diferencia de sentidos que una y otra cultura le otorgaban a la guerra. Los soldados españoles que oficiaron de cronistas se dejaron maravillar por la vistosidad de las movilizaciones guerreras de los antiguos mapuche: “(…) vinieron abajando hacia el pueblo por tres partes, en tanta cantidad que cubrían el campo, con infinitos géneros de armas y muchas cornetas y cuernos grandes y otros infinitos instrumentos de guerra usados entre ellos” (Bengoa 2007: 234). La semblanza corresponde a Góngora Marmolejo, contemporáneo del gobernador Valdivia, quien participó del combate que después describió.

Su superior también se dejó impresionar por la escena, sus adversarios se aproximaban a las posiciones españolas “bien armados de pescuezos de corderos y ovejas y cueros de lobos marinos crudíos, de infinitos colores, que era en extremo cosa muy vistosa y grandes penachos, todos con celadas de aquellos cueros, a manera de bonete de grandes de clérigos, que no hay hacha de arma, por acerada que sea, que haga daño al que les trajese, con mucha flechería y lanzas… y mazas y garrotes” (Bengoa 2007: 235). Nada que ver con el estereotipo del guerrero mapuche, semidesnudo y con sólo una lanza. Evidentemente, tamaño despliegue y ese sentido de la elegancia, tenían características rituales. En cambio, para Valdivia y los suyos, la guerra consistía simplemente en provocar el exterminio físico del adversario, de ahí la tremenda mortandad.

Equiparar la cuenta

Demandó un par de décadas que los mapuche modificaran su concepción de la guerra. Las descripciones de Góngora Marmolejo y de Valdivia corresponden a la batalla de Penco, que tuvo lugar el 12 de marzo de 1550. Suele afirmarse que el equilibrio entre los dos bandos comenzó a establecerse a partir de la victoria mapuche de Catiray, un sitio al sur del Biobío en la cordillera de Nahuelbuta. Las tácticas habían cambiado: “(…) estando parte de los indios de esta tierra retirados en un cerro muy agrio y alto, donde para defenderse le habían fortalecido y ellos muy pertrechados de armas y gente fueron acometidos por los españoles muy sin orden ni concierto (…) acometieron el fuerte en donde otras veces habían perdido los españoles y así llevaron en la cabeza, porque murieron casi todos” (Bengoa 2007: 297). Nótese el cambio en las tácticas guerreras: ya no grandes concentraciones de gente que se ataviaba con elegancia…

En 1569, los mapuche de Catiray pelearon desde un fuerte al que habían levantado en la cima de una elevación. Los invasores se confiaron en su habitual superioridad y murieron casi todos. Para colmo, aquellos defensores se apropiaron de 500 caballos, de arcabuces y otras armas. Cundió la alarma y llegó hasta la mismísima Madrid. Y con razón… El desbarajuste real fue tan significativo que la rebelión se desparramó y como consecuencia, las autoridades españolas de Chile ordenaron despoblar Cañete y Arauco. Hasta Concepción llegaron los cimbronazos.

Pero habría que esperar hasta 1641 para que la interminable contienda entre los mapuche y sus agresores amagara encaminarse hacia el fin. Después de varias conversaciones preliminares y acuerdos regionales, 63 longko que conducían políticamente 4.500 guerreros, aceptaron las propuestas de Francisco López de Zúñiga y Meneses, por entonces gobernador del Reino de Chile. Para las formalidades, se fijó como punto de reunión un llano cercano al río que actualmente se conoce como Quillén, en la provincia de Cautín. La crónica de Diego de Rosales narra que a principios de enero, salió el representante de la monarquía desde Concepción con un ejército muy vistoso.

Allí en la estancia del Rey halló el Marqués que le estaban esperando para darle la paz los pegüenches y los puelches, nación que la una habita en la cordillera nevada y la otra en la otra banda, en las pampas que van a Buenos Aires, que con las noticias y buenas nuevas que Lincopichon les había enviado del agrado y buen agasajo del Marqués, vinieron a rendirle sus personas, sus armas y sus flechas, traspasando los montes. Vino el toqui general llamado Ruya acompañado de los caciques Antemones, Quiñemanque, Curilebi y otros, todos vestidos con sus galas de pellones de guanacos pintados y tigres de varios colores, cabellera larga, aljaba al hombro, una corona o cerco de lana de muchos colores en la cabeza y atravesadas muchas flechas alrededor de la cabeza, traje que los hace feroces y semejantes a los salvajes entre quienes habitan (Rosales Tomo III, 1877: 174).

La frontera

La descripción precedente es de muchísima importancia aunque se soslayara sistemáticamente por los historiadores argentinos y chilenos. El establecimiento de la Estancia del Rey databa de principios del XVII, cuando los invasores habían empezado a pensar en posiciones defensivas que delimitaran fronteras. A ese punto, sito entre Concepción y Chillán, se desplazaron jinetes pewenche y puelche que tenían a su frente un toki quien según la reconstrucción de Rosales, lideraba dos “naciones”. En el seno de la sociedad mapuche, el rol del toki se limitaba a la conducción de los asuntos guerreros y su designación, derivaba de acuerdos que se alcanzaban después de largas deliberaciones.

No cualquiera era toki y difícilmente se delegara la conducción de una cuestión tan importante como la guerra a un integrante de otro pueblo. Son dos las posibilidades: que los puelche que marcharon a pactar con los españoles fueran mapuche que residían la mayor parte de su tiempo al este de la cordillera o bien, que fueran efectivamente un pueblo distinto, aunque con una profundísima articulación y entendimiento con los mapuche del Ngulumapu y obviamente con los pewenche. Pero si sus longko respondían a nombres en mapuzungun, cobra más fuerza la primera alternativa. No puedo traducir qué quiso decir Rosales con Ruya, el nombre de aquel toki general.

Además, en páginas siguientes anotó Rubias, pero Kiñe Manke significa Cóndor Único o Un Cóndor y Curilebi puede venir de Kurrülef (Veloz Negro) o de Kurrüleufu (Río Negro), entre otras posibilidades. En tanto, en Antemones puede reconocerse fácilmente el vocablo antü aunque no entendamos qué quiso anotar el sacerdote jesuita con “mones”. Pero más allá de los límites de Rosales, está claro que al menos tres de aquellos longko pewenche o puelche, se valían del mapuzungun para expresarse. Es decir, participaban de la gran cultura mapuche en la jurisdicción actual de la Argentina.

Después del Pacto de Quilín, la frontera entre las posesiones mapuches libres y la jurisdicción española se ubicó a orillas del Biobío y desde su intersección con la cordillera, hacia el norte. La nueva línea de fortificaciones siguió ese trazado y es de notar que los puestos de vigilancia españoles que se establecieron para guarecer Chillán, se situaron en pasos cordilleranos con la clara misión de repeler las intromisiones puelche que años antes, habían llegado desde el este. Recién en cercanías de Mendoza existía presencia conquistadora a mediados del siglo XVII.

Desde el Río de la Plata, nunca se perturbó con seriedad la independencia y libertad de las parcialidades mapuche, gününa küna y aonik enk que residían en el territorio actualmente argentino. En su “Descripción de la Patagonia”, el jesuita Tomás Falkner precisó la delimitación de las soberanías: “El país entre Buenos Aires y el Saladillo (límites del gobierno español, al sur de esta provincia), es del todo llano, sin árbol ni ribazo alguno, hasta llegar a las orillas de este río, el cual dista 23 leguas de las colonias españolas”. Menos de 120 kilómetros a contar desde la actual Plaza de Mayo. El sacerdote inglés trabajó en intentos de misiones que finalmente no prosperaron, entre 1744 y 1756.

Entonces, para los mapuche octubre no es octubre. Es verdad que como consecuencia de la conquista española, el antiguo Pikun Mapu (Territorio del Norte) pasó rápidamente a manos de la monarquía y sus funcionarios. Pero después de la paridad militar que se logró a partir de Catiray y del proceso que culminó con el Pacto de Quilín, la vida en libertad continuó a ambos lados de la cordillera. La “civilización y el progreso” tuvieron que esperar hasta fines del siglo XIX para comenzar a someter al pueblo irreverente. Para los mapuche del este cordillerano pero también para los gününa küna y aonik enk, octubre es mayo. En 1879, el 25 de ese mes, el Ejército argentino tomó posesión de Choele Choel y Julio Roca hizo inmortalizar la escena a través del pincel de un artista plástico. Es el Estado argentino el que tiene que reparar al genocidio que cometió. Con los mapuche, España había pactado. De igual a igual.

Bibliografía
Bengoa, José: “Historia de los antiguos mapuches del sur. Desde antes de la llegada de los españoles hasta las paces de Quilín”. Catalonia. (2007), Santiago.
De Rosales, Diego: “Historia general del Reyno de Chile. Flandes Indiano”. Con introducción de Benjamín Vicuña Mackenna. Imprenta del Mercurio. (1877), Valparaíso.
Falkner, Tomás: “Descripción de la Patagonia”. En Colección “Pedro de Ángelis”. Tomo II. Editorial Plus Ultra. (1969), Buenos Aires.

Obras

El joven Lautaro, de Pedro Subercaseaux

Epopeya de Chile, de Subercaseaux

Ceremonia de sanación, de Viviana de Torres Curth

* Publicado originalmente en En estos días

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