¿Qué hay detrás de los cuerpos que aparecen como si la magia sacara conejos de la galera en un país donde la magia se reduce a la supervivencia diaria? Hace apenas dos años, Santiago. El pibe tatuador, anarquista, barbado, de piel clara. El que se hermanó con el pueblo mapuche. Cinco años atrás, Luciano. El chico que dijo que no a los bárbaros. El que soñaba en rojo y blanco. El que peleaba por vivir. El Negrito matancero.
Como conejos de una galera sus cuerpos fueron metidos con forceps en el universo de la falsa accidentología. Se ahogó porque no sabía nadar, dijeron de Santiago Maldonado. Se murió atropellado porque quería correr en plena noche por la General Paz, detallaron los escribas del poder sobre Luciano Arruga.
Sus cuerpos fueron la categórica denuncia a las prácticas sacrificiales del capital. El holocausto por goteo. Que abrasa ciertos cuerpos para hacerlos ceniza en las hogueras de la inquisición de tiempos modernos. Al que dice no. Al que se revela y se rebela. Al que salta los límites de lo establecido. Al que señala con su dedo índice a los injustos. A los crueles. Al que no obedece.
Sus muertes consabidas fueron certeza en una fecha que la historia argentina puso en los altares 74 años atrás. En aquel día en el que –pinceló Scalabrini Ortiz- “desfilaban rostros, brazos membrudos, torsos fornidos, con las vestiduras escasas cubiertas de restos de breas, grasas y aceites (…) Era el de nadie y el sin nada en una casi infinita gamas y matices humanos”.
Un día al que muchos enarbolan como el de los orígenes del mundo de los justos. Aunque ya los rostros del nadie y el sin nada hace demasiado tiempo que no marchen envueltos en los restos de breas, grasas y aceites porque no existe la dimensión humana del trabajo. Y el 17 de octubre sea, hace rato, como escriben los Familiares y Amigos de Luciano Arruga, el día de lealtad a la impunidad.
* Publicado originalmente en Agencia de Noticias Pelota de Trapo