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Mientras a Chile le arrancan los ojos, el mundo mira para otro lado


“Nos están dejando ciegos por que saben que ya abrimos los ojos”. “Yo perdí un ojo pero seguiré luchando por la revolución total”. Lo que sienten los corazones continúa intacto, aunque cientos de ojos ya no vean. En los últimos 4 meses, el régimen piñerista mutiló los ojos de 445 personas: la mayor cifra de heridas oculares del mundo, superando el triste récord de 154 lesiones en 6 años, del apartheid contra el pueblo palestino. Resulta violento y ferozmente simbólico que sean los ojos el punto agredido. Como un punctum barthesiano de la expresión de la violencia del Estado para cegar la protesta social. Pero la rebelión continúa, y el miedo de antaño se ha ido sin vuelta atrás. El poema de Chile se vuelve a cantar en el horizonte de la calle.

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“Faltaban pocos minutos para el año nuevo e íbamos caminando por Alameda, alegres, con amigos y colegas hacia Plaza Dignidad, después de una hermosa cena. Cuando pasamos por el monumento a Carabineros divisamos a varios policías con ondas y tirando piedras. Aceleramos el paso cuando de pronto siento un golpe muy fuerte en mi ojo. El golpe fue tan fuerte que me derribó, me descompensó por completo y al instante me sangraba un montón”.

Nicole Kramm es realizadora audiovisual y fotógrafa. Acaba de asumir como vocera en Derechos Humanos de la Coordinadora Feminista 8M. Desde el comienzo del estallido social en Chile, entrevistó a víctimas y familiares de la represión, entre ellas varias que perdieron un ojo. La noche del 31 de diciembre, le tocó a ella.

—Tuve días brutales, migraña constante, vómitos y mareos, la presión tan alta que sentía que el cerebro me iba a explotar. Lloraba de dolor, no me podía ni parar. A veces siento que desde la sien me calan con un cuchillo hacia el ojo.

Nicole perdió el 95 por ciento de la visión del ojo izquierdo. En la Unidad de Traumas Oculares (UTO) del Hospital del Salvador le dijeron que el daño era irreversible, el impacto afectó la mácula, la coroide y la retina.

La misma noche de año nuevo, a pocos metros, Diego Lastra y Matías Orellana perdieron la vista. También por un ataque de Carabineros. El intendente de Santiago, Felipe Guevara, consideró “positivo” el balance de la jornada y felicitó a la fuerza por su accionar “pacífico”.

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¿Cómo aceptar −y dimensionar− que un país, un presidente, una fuerza estatal le quiten sistemáticamente la vista a su pueblo?

Cuatrocientos cuarenta y cinco.

Desde el 18 de octubre al 18 de febrero, según informó el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), 445 personas sufrieron heridas oculares. Un 66 por ciento (269 casos) fueron causadas por armas de fuego.

Los números, que quedan cortos porque pasaron más de diez días desde que se anunciaron, dan un promedio de tres personas y media por día con traumas oculares a causa de la represión de Carabineros a la protesta social.

La democracia chilena de Piñera pasará a la historia por una cifra que pronto será redonda: 500 que volverán a llamar la atención de la prensa internacional. Un número que, lamentablemente, puede seguir creciendo.

Mientras a Chile le arrancan los ojos, el mundo mira para otro lado.

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“Ese día salí de mi trabajo a las 16.50. Subí por Plaza Italia. Estaba la gente manifestándose. En eso llegan los pacos y hacen una encerrona. Empiezan a mojar a la gente con el guanaco (hidrante). Estaban todos muy amontonados, no había por dónde salir. De repente escucho que un chiquillo me grita ‘cuidado’. Cuando volteo, un proyectil color rojo, caliente, llegándome a la cara. La última imagen me quedó plasmada en la mente: el paco parado en la calle, a menos de diez metros, apuntándome. Y la bomba casi en mi cara. Me acuerdo el impacto. No quería abrir los ojos. Abro el ojo izquierdo y no podía abrir el derecho. Me di cuenta al tiro que lo había perdido”.

Diego Leppes, 27 años, supervisor en una pinturería. Dos hijas.

—Mi hija pequeña no quería estar conmigo durante el primer mes porque me tenía miedo. Es difícil perder una parte del cuerpo, tener un pedazo de metal en la cara. Mirarme al espejo, sacarme fotos y darme cuenta que parezco otro. Me afectó psicológicamente, estoy muy sensible a todo. Me cuesta bañarme y caminar, adaptarme a la profundidad es lo más difícil: andar con cuidado en la calle, girar mi cuerpo completo antes de hacer cualquier movimiento. Ahora es común que me caiga o choque con objetos que pienso que están más lejos.

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Los ojos que le arrancaron a Gustavo Gatica parecieron abrirle los suyos a todo Chile. La noticia recorrió el mundo. Fue síntesis y símbolo de la brutalidad de la represión. Pero la noticia pasó.

El 8 de noviembre a Gustavo Gatica, 21 años, estudiante de Psicología y que asistía a las manifestaciones con su cámara fotográfica, le dispararon perdigones en ambos ojos. Después de varios días se confirmó el peor pronóstico: quedó completamente ciego.

“Empezamos a denunciar cuando había 29 ojos perdidos, hoy van más de 200; hemos tratado de dialogar en todas las formas y nos enfrentamos a una pared que no responde”, decían por esos días desde el Colegio Médico, y destacaban que “estamos frente a una catástrofe sanitaria, un récord mundial y un desastre para la medicina chilena”.

Gustavo Gatica, quien a través de su familia dijo “regalé mis ojos para que la gente despierte”, fue sometido a varias operaciones y permaneció durante más de dos semanas internado. En la puerta de la clínica se congregaron cientos de personas con carteles y banderas. Carabineros también llegó con hidrantes y gases lacrimógenos, que hasta afectaron a pacientes internados.

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“El 28 de octubre había marcha en La Moneda, era el lunes siguiente a la manifestación más masiva de Chile, que los políticos se la habían adueñado, decían que las manifestaciones se iban a acabar, que había sido todo muy lindo pero que volvíamos a la normalidad. Fue uno de los días que hubo más violencia policial. Hubo muchos casos de traumas oculares, entre ellos el mío”.

Natalia Aravena Contreras, 25 años, esperaba a una amiga en un paseo peatonal, justo frente al Palacio de La Moneda.

—Apareció un carro lanzaaguas y empezó a avanzar por el paseo, donde no pasan autos. La gente tuvo que moverse para no ser aplastada. Se bajaron carabineros a pie y lanzaban lacrimógenas con armas. Primero al aire, y después a la altura de la cara. Comenzamos a correr. A menos de una cuadra giré mi cabeza para ver si venían y sentí el sonido de un disparo y un golpe en el ojo derecho de un objeto bien grande: una lacrimógena. Quedé aturdida, incrédula, me sentía como en una guerra, escuchaba los sonidos de los disparos. El gusto a lacrimógena me quedó varios días en la garganta.

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El 15 de noviembre se confirmó lo que venían denunciando víctimas, profesionales de la salud y radiografías: un informe de la Universidad de Chile comprobó que los perdigones utilizados por esa fuerza -las supuestas balas de goma- estaban compuestas en un 80% por plomo, silicio y sulfato de bario.

Cuatro días después, Mario Rozas, General Director de Carabineros, admitió lo que antes había desestimado sistemáticamente y anunció la suspensión del uso de balines antidisturbios, salvo “como una medida extrema y exclusivamente para la legítima defensa cuando haya un peligro inminente de muerte”.

Hace unos días, desde el INDH expresaron que "sigue siendo fundamental que se corrija la manera en que se están utilizando los perdigones porque aún después de que se dijera que no se iban a utilizar en manifestaciones han seguido habiendo casos de lesiones oculares por la utilización de escopetas antidisturbios".

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“Llegué a la plaza Godoy, en Temuco, y los carabineros apuntaban a la gente, no eran disparos para arriba. Primero recibí un balín en el pecho y después una lacrimógena a la cadera que me tiró al piso. Tres personas me ayudaron para que tomara aire, estaba ahogado. Me alejaron, pero volvieron a aparecer carabineros. En ese momento me llegó el balín en el ojo. Atiné a correr pero me agarraron. Uno me ahorcaba y otro me pegó con un fierro en el brazo. Está filmado. Otro me golpeó en la pierna. Después me arrastraron y me llevaron al carro de carabineros. Me sacaron una foto y por radio dijeron ‘tenemos al chico, le disparamos en el ojo, ¿qué hacemos con él ahora?’. Después de 20 minutos me pasaron a otro carro y me llevaron a una urgencia. No me dejaron hablar, y el doctor dijo que me lleven al hospital regional. En el hospital no me preguntaron qué pasó ni cómo fue, solo una conversación entre el doctor y el carabinero. Pasé toda la noche sentado, durante horas esposado, detenido por desorden público. Pero yo solo estaba en la marcha, que es mi derecho a manifestarme. Me mandaron al hospital de Valdivia, donde me hicieron dos operaciones y me dieron la noticia de que había perdido el globo ocular. Después de la primera cirugía sentía que tenía algo dentro del ojo. Pedía que me hicieran otra radiografía y escaner, porque los que habían hecho en Temuco se habían perdido. Y ahí me dicen que tenían el balín dentro, y me operan nuevamente. Me estaban por dar el alta con el balín dentro del ojo”. La pesadilla de Luis Jiménez, 26 años, estudiante de Trabajo Social, recién empezaba.

—Deberías haber perdido los dos ojos así te dejás de huevear.

Le dijo un carabinero, apenas unos días después, a pocas cuadras de su casa, hasta donde lo siguió una patrulla que se quedó horas vigilando en la puerta.

—También tengo el teléfono pinchado y la cuenta de Twitter bloqueada. Pero lo peor es la asistencia casi nula, no piensan en las víctimas. No podemos dejar la familia y el trabajo para viajar nueve horas y ser atendidos en Santiago. El director del hospital regional de Temuco dijo ‘vamos a estar con ustedes, vamos a armar un programa especial y entregar prótesis’, pero hasta ahora tuve una sola atención, ninguna psicológica, no hay profesionales ni turnos. Mando correos y hago llamadas y me dicen que están de vacaciones.

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—Mirá, esto ocurrió hoy.

Me escribe Marcelo, otra víctima de daño ocular. Y me pasa el audio de un joven que también perdió el ojo:

“Hoy tuve que ir de emergencia a la UTO porque los puntos dentro del globo quedaron un cachito corridos y me estaban haciendo doler. Llegué a las ocho y media y me atendieron a la una. Había una sola doctora para más de cien personas. La gente empezó a protestar. Y un hombre dijo algo que me dolió, dio a entender como que nosotros tenemos la culpa de que la huevada esté congestionada”.

—Ahora que hay huevones sin ojos no nos atienden.

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“No me olvido del momento del impacto. Se me durmió el ojo. Desde la ceja hasta el pómulo no sentía nada. Me toqué para ver si tenía sangre. Estaba desesperado. Intento abrir los ojos, con uno veía y con el otro negro, imágenes que se mezclaban. Un hombre me tomó del brazo y me ayudó a caminar, pero de repente me soltaba y yo no sabía qué hacer, veía pasar lacrimógenas por los pies. Estaba perdido. Hasta que un grupo de encapuchados se puso como escudo humano y pude sentarme en un lugar seguro. Ahí empecé a asimilar y empezó el dolor. Mucho dolor. Estaba mareado, vomitaba. El olor a lacrimógenas era insoportable, nos habían bombardeado. Sentía mi ojo caliente e hinchado. La visión, nula”.

Marcelo Herrera habla boca abajo. Tiene que estar diez días así, en una camilla especial. Sufrió desprendimiento de retina. En la primera operación -tiene por delante, al menos dos más- le quitaron el cristalino. El cristalino está detrás del iris y es el que permite enfocar objetos a diferentes distancias.

—Por favor contá que siguen disparando, que siguen aumentando las víctimas. Y que el programa de asistencia médica que anunció el gobierno es una vil mentira.

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El 26 de noviembre, el día que se confirmó que Gustavo Gatica quedó ciego, Fabiola Campillai vivió la misma pesadilla. Camino a su trabajo, Fabiola, madre de tres hijos, fue impactada en la cara por una lacrimógena. No sólo perdió la vista: también el gusto y el olfato. Ya pasó por tres operaciones y aún permanece internada.

Su hermana Ana María relató: “Giramos y lo único que sentí fue ‘paf’. No pensé que le había llegado a ella porque salía humo. Pero la veo que cae casi tiesa y sangraba, cayó para atrás, sangrando de todos lados. Yo le tomé la carita y el ojo estaba afuera, lo tenía colgando, afuerita”.

En una entrevista con el Centro de Investigación Periodística (Ciper) −en la que también está el testimonio de Fabiola−, Ana María cuenta que encaró a un carabinero gritándole “paco culiao, ya te mandaste el cagazo, ayúdanos, mi hermana se muere”. La respuesta fue otra bomba lacrimógena disparada a sus pies.

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“Llego corriendo al hospital y en la puerta un carabinero me pide la declaración. Pregunto dónde está mi hijo, el carabinero me sigue. ‘Quiero su declaración, quiero su declaración’. De pronto veo a mi hijo, Edgardo, que tiene 17 años, con la cabeza gacha, no quería que nadie lo tocara. El carabinero insistía, ‘su hijo no quiere dar declaración’. Mi hijo acababa de perder la visión por un disparo de carabineros. No quería uniformes cerca, pedía a los gritos que se fueran, pero en los pasillos del hospital iban y venían fuerzas especiales hostigando a otros niños y jóvenes como él”.

Marta Valdés es la vocera de la Coordinadora de Víctimas de Traumas Oculares, una organización que formó al ver la fragilidad de muchas víctimas, que no se animaban a denunciar sus casos ante los organismos de derechos humanos ni a reclamar asistencia médica. También nació para reunir la solidaridad de médicos, organizaciones y la sociedad civil. Y para denunciar y visibilizar. Hoy la integran más de 150 familias afectadas que marchan todos los viernes al Palacio de La Moneda, que realizan actividades artístico culturales, que exigen justicia, reparación, y que presentaron una querella contra el presidente Sebastián Piñera.

—Nos reunimos con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, con el Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU y con Baltasar Garzón, entre otros. Ellos nos dicen que han sostenido reuniones con el gobierno, que entregaron los informes que le entregamos sobre violaciones a los derechos humanos. Pero hasta ahora no tuvimos ninguna respuesta. Incluso el programa especial que anunció el gobierno para las víctimas de trauma ocular es una mentira: no se hace cargo de las mutilaciones.

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“Fui víctima de un ataque de carabineros. Pérdida total de mi ojo izquierdo. Ahora me manejo con una prótesis que se llama conformador y después una prótesis ocular que va a venir dibujada con un ojo que se supone que va a simular un globo ocular real. La violencia en cuestión no es coincidencia, no es que solo haya caminado por la calle y pam, sin un ojo. Es algo más adrede contra las personas, contra el pueblo y en contra del ideal que estamos representando. Uno sale a marchar a las calles con cierta cantidad de cosas claras: que el Estado no está del mismo lado tuyo. Y eso ya determina mucho”.

Vicente Muñoz, 18 años, estudiante de teatro. Seis proyectiles en su cuerpo: hombros, brazos, pecho y ojo izquierdo.

—Es curioso, de repente pienso que gracias a la pérdida del ojo estoy viendo más claro que nunca. No es algo que agradezca ni que lo veo como una bendición. El dolor, tanto sentimental como físico, el dolor concreto cuando te disparan, no se lo deseo a nadie. Es tremendo que como pensamos lo que todo el mundo piensa y nos dedicamos a marchar por ello nos hagan lo que nos hacen. Es responsabilidad del Estado, que le está sacando los ojos a su gente. Y busca atormentar. Genera una política de miedo brutal. Ahora hay 445 casos de trauma ocular. ¿Pero se han puesto a pensar que son personas, con anécdotas de vida, que respiran y sienten dolor? ¿Se han puesto a pensar que su familia y amistades, que la gente que los quiere siente como si fuera propio su dolor? A veces siento que nadie está pensando en eso, que solo nos ven como cifras.

* Publicado originalmente en Revista Cítrica

** Fotografías: Nicole Kramm / Frente Fotográfico

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